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Y llegaste tú

Y llegaste tú

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Cuando Lizbeth es despedida de su trabajo de medio tiempo a causa de un mal entendido, se ve en la obligación de buscar un nuevo empleo para poder sustentar sus gastos. Es así como llega a la elegante oficina de Gabriel Wells, un guapo y joven arquitecto que tiene una mala concepción de las mujeres. Ambos tienen una personalidad que sorprende al otro, poniendo en duda todo lo que creian saber o sentir acerca del sexo opuesto y demostrándose entre sí, que las personas no siempre son lo que muestran. Cada uno tenía sus propios problemas, sus propias vidas y en ninguno de los dos estaba interesarse por el otro, mientras que a su vez cada uno deberá hacer frente a sorpresas que les tiene deparado el destino y que pondrá a prueba sus sentimientos.

Capítulo 1 CAPITULO 1. “DESAGRADABLE PRIMER ENCUENTRO”

La nerviosa joven se estudió frente al espejo por tercera vez consecutiva en busca de alguna falla en su atuendo. Recorrió su esmeralda mirada de pies a cabeza, pero su reflejo no le dio indicios de algún desperfecto en como lucia, todo parecía estar en orden.

La muchacha vestía un traje formal, de oficina, el cual estaba compuesto por una incómoda falda de tubo, una blusa blanca y un blazer de color negro. Con resignación posó nuevamente la mirada en su reflejo, pero lo que no la terminaba de convencer, era aquel largo y ondulado cabello negro que poseía, y el cual parecía no encajar con su ima-gen.

— ¿Suelto o amarrado? — susurro a la nada, pero al darse cuenta de que este no le respondería, sonrió. Aún tenía esa mala costumbre de hablar con ella misma cuando estaba ansiosa.

Liz negó con la cabeza para quitarse cualquier distracción innecesaria de su mente y volvió a posar su mirada en el espejo, haciendo que su atención recayera otra vez en lo que estaba haciendo. La pelinegra tomo entre sus manos su alborotado cabello, lo alzo alto en una coleta y lo ató con un moño, pero el resultado no le convenció. Era necesario verse bien, esta vez tenía que conservar aquel empleo a como diera lugar, después de todo solo tenía que estar ahí unas pocas semanas antes de volver a clases, y nueva-mente, ponerse en busca de un empleo a medio tiempo que pudiera combinar con sus pesados estudios.

Mientras tanto, su misión era reunir todo el dinero que le fuera posible.

"Debes hacerlo bien" le susurró a su reflejo con la mirada seria y negó con la cabeza. "Tienes que hacerlo más que bien" se corrigió.

Liz tenía veintitrés años y vivía sola en una pequeña casa que pagaba con su empleo de medio tiempo, del cual la habían despedido hace solo dos semanas. ¿Motivo? por voltearle café caliente a un cliente asqueroso que se había atrevido a levantar su falda para mirar su ropa interior y tocar su trasero sin ninguna pisca de vergüenza.

"No fue a propósito, fue un accidente" fue el argumento que uso el cliente para defenderse, pero Liz sabía que no era cierto.

El sujeto de más de cincuenta años había estado yendo al café donde ella trabajaba bastante seguido y se le quedaba viendo sin quitarle los ojos de encima. A donde ella iba sus ojos la seguían, y lo peor de todo era que se quedaba hasta que su turno finalizaba sin siquiera pedir algo más que una taza de café.

Ella podía ser un tanto ingenua, pero definitivamente no era tonta, aunque, sus argumentos no sirvieron de nada ya que su jefe la despidió sin siquiera darle una segunda oportunidad o mínimo haberla escuchado. Sin embargo, ahora y gracias a Maggie, su mejor y única amiga, había logrado conseguir un empleo de tiempo completo por tres meses en una importante compañía de arquitectura. Ella, sería la secretaria personal del director de dicha empresa. Sin duda a la joven no le importaba tener que vestir cada día esa incomoda ropa de oficina y aquellos zapatos de tacón con los cuales le era difícil caminar, porque sin duda todo valía la pena si a fin de mes recibiría aquel generoso sueldo.

— ¿Lista? — preguntó una dulce y armoniosa voz proveniente desde el umbral de su cuarto.

Liz observó la esbelta y bien formada figura de su amiga a través del espejo y le sonrió.

—Totalmente lista— contestó un poco nerviosa.

Esta era la primera vez que trabajaría para alguien impor-tante ¿Y si cometía algún error? Ella era capaz de muchas cosas, pero todo se iba al carajo cuando se ponía nerviosa o cuando la supervisaban de cerca. Su estómago estaba apretado y ahora que los nervios estaban por tomar el control de su cuerpo, pensó que ya no era tan buena idea presentarse a ese trabajo.

Maggie notó como su amiga se empequeñecía en su lugar y comenzaba a jugar con sus dedos. Sin duda un notorio signo de nerviosismo.

—Todo va a estar bien, Lizzy Bu.

Liz, al escuchar aquel ridículo apodo no dudo en darle una mirada de disgusto. No podía creer que su amiga la llamase por un apodo tan horrible. Aunque era mucho mejor que Mini tú, con el cual la llamaba en un inicio de su relación, haciendo alusión a su estatura. Liz medía sobre el metro sesenta y no se consideraba baja en absoluto, sin embargo, en comparación a la gran estatura de su amiga, ella era notoriamente más baja.

—Vámonos o llegaras atrasada, y ambas estamos segura de que eso es lo último que quieres. — Advirtió Maggie cambiando de tema. Liz abrió los ojos y como pudo, corrió por su bolso de mano, al menos había logrado desviar los pensamientos negativos de su amiga con éxito.

Cunando ya hubo revisado dos veces que todo estuviera cerrado y apagado, se preparó para salir.

Las dos chicas pasaron a través de la pequeña cocina, pero Maggie se detuvo al percatarse de que todo estaba exactamente igual que la noche anterior. La joven frunció el ceño.

—No has comido nada— dijo Maggie en tono molesto.

Liz se encogió de hombros restándole importancia mientras acariciaba el lomo de Mila, su peluda y mañosa gata. —Sabes que no me da hambre por las mañanas ya comeré por ahí en mi hora de almuerzo—refunfuño la pelinegra.

Maggie la fulminó con la mirada mientras Liz fingía no darse cuenta.

Esta era una costumbre de su amiga que le preocupaba bastante. Liz era delgada, y dudaba que se alimentara bien, pero para ella era alarmante el hecho de que había días en que pasaba el día completo sin comer. A veces cuando la observaba sin que se diese cuenta, podía ver que a veces solo comía una vez al día. A Maggie eso de verdad le angustiaba ¿y si se enfermaba y ella no estaba cerca? Liz era descuidada con su salud y Maggie siempre tenía que estar atenta a que comiera.

—Sabes que el desayuno, — Maggie no alcanzó a terminar la frase porque fue interrumpida. —Es la comida más importante del día— Liz terminó la oración imitando con tono gracioso la voz de su amiga.

Maggie colocó los ojos en blanco y resopló. —Entonces deberías alimentarte como es debido—gruño.

Liz podía ser difícil y rehuir de la discusión cuando quería. No obstante, al ser un día importante de Liz, Maggie decidió que lo dejaría pasar.

Luego de que Liz dejara alimento para Mila y revisara por novena vez que no olvidaba nada, dejaron la casa.

Ya estando las dos en el auto de Maggie, Lizbeth comenzó a sentir de nuevo sus manos sudadas y el vació en s esto-mago se comenzaba a acentuar nuevamente. Como era costumbre, respiró hondo un par de veces y se obligó a mirar por la ventana. Las calles no estaban muy transitadas a esa hora de la mañana y el sol recién estaba asomando en lo alto, por lo que el cielo se veía de un tono rojizo.

— ¿Crees que lo hare bien? ¿Seré capaz de cumplir las expectativas? —expresó Liz en un susurro.

Maggie detuvo el coche cuando el semáforo dio en rojo y se giró hasta quedar frente a Liz.

—Lo harás fenomenal, Lizzy Bu. Ya deja de preocuparte, eres alguien inteligente. Solo trata de hablar un poco más y ya verás que encajas de maravilla—la voz de Maggie era tranquilizadora, comprensiva y animada.

Liz sonrió. A ella le gustaba ver como su amiga se preocupaba por ella. Desde hace años ella había sido la única persona que le había enseñado y entregado un cariño especial e incondicional, y solo por eso no se molestaría con ella por haber sido llamada “Lizzy Bu” una vez más.

—Eres como una madre diciéndole a su hija que todo irá bien en su primer día de clases—trató de bromear Liz. —das miedo.

—Alguien debe comportarse como una adulta en estos momentos—contraataco Maggie con una amplia sonrisa.

El nervioso y pesado ambiente que se había formado se esfumó de la nada con sus risas inundando el auto.

—Mi hermana te estará esperando en la entrada de la empresa— dijo Maggie cambiando de tema mientras arranca-ba nuevamente el auto ante la luz verde del semáforo. —Ella dijo que te daría un recorrido por la empresa y te explicaría tus funciones. Según ella son cosas “tan sencillas”—Maggie hizo comillas con una de sus manos—, que hasta un niño las podría seguir. Creo que es su forma de decirme que lo harás fenomenal, o eso quiero creer.

Liz se acomodó en el asiento del copiloto un tanto intranquila mientras fijaba su mirada hacia el paisaje que le ofrecía la solitaria autopista mientras sus recuerdos se remontaban hace cinco días atrás, cuando la rubia apareció en su casa con el anuncio de aquel empleo, el cual desde un principio había sido destinado a Maggie.

—Es obvio que tú tomaras ese empleo— le había dicho Maggie a Liz mientras le contaba la noticia dando pequeños saltos alrededor de la cocina.

— ¿Estás segura? — inquirió Liz al no estar completamente convencida sobre lo que le estaba contando su mejor amiga.

Liz no lograba confiar en lo fácil que sido convencer a Lucia—hermana mayor de Maggie—de que ella tomara el empleo en vez de su rubia amiga.

Lucia era una mujer meticulosa, estructurada y decidida que trabajaba en una importante y reconocida compañía de arquitectura. Y había sido ella quien le llevó la noticia del empleo a Maggie, pero esta lo rechazo sin pensárselo dos veces y se lo ofreció a la pelinegra, ya que era obvio ella lo necesitaba más.

Y tal y como sospechaba Liz, convencer a Lucía no fue del todo sencillo. Solo después de discutir muy severamente con ella esta aceptó a que fuese Liz quien ocupara el puesto e hiciera la entrevista de trabajo.

—No es como si me faltara el dinero— había respondido Maggie.

—Tienes que adquirir experiencia para ocupar un puesto en la compañía familiar— objetó Lucia.

—Estudio fisioterapia, no me viene para nada ese estúpido empleo y te recuerdo que hablé con papá sobre mi puesto en la empresa familiar. ¡No lo quiero, no es donde me veo en el futuro! —Maggie odiaba que tomaran decisiones sin consultarle.

La familia de Maggie era bien acomodada y poseían muchas empresas a lo largo de todo el mundo orientadas al diseño residencial, y al igual que Lucia, la familia esperaba que ella trabajase en una de las compañías familiares o que mínimo se terminara por desempeñar en el campo laboral al igual que cada miembro de la familia. Pero los intereses de la rubia eran otros y le importaba lo más mínimo si su familia la apoyaba o no.

—Liz necesita el empleo más que yo, ella se mantiene sola, dáselo a ella. Te por seguro que lo hará bien. — Había replicado Maggie a lo cual Lucia no le quedó más remedio que aceptar, después de todo Maggie tenía razón.

—Está bien, dile que se presente el viernes para la entrevista. Que sea puntual y que valla presentable, si no, dudo que siquiera la miren. — terminó por acceder Lucía con un suspiro de derrota.

Ese mismo día, Maggie llego totalmente eufórica a contarle la noticia que le tenía a su amiga, la cual estuvo totalmente agradecida.

Luego de que las amigas celebraran el golpe de suerte, llegaron a la conclusión de que Liz no tenía absolutamente nada formal que vestir. Ambas sabían que el estilo de la pelinegra era bastante simple. “prefiero sentirme cómoda que verme linda” era el lema preferido de Liz y por eso, sin esperar una respuesta por parte de su amiga, Maggie la arrastro toda una tarde por cada centro comercial habido y por haber en busca de ropa y zapatos.

Al principio, Liz se había resistido rotundamente a recibir aquellos costosos regalos, pero bastó con que Maggie la reprendiera por orgullosa. Y si a eso le sumabas esos grises ojos suplicantes tipo gato con botas, dio como resultado a una nueva Liz con tres trajes de oficina y tres pares de zapatos para ir a trabajar.

La joven pelinegra no se sentía bien cuando su amiga le hacia ese tipo de regalos, pero como era de esperar de la rubia, siempre tenía un argumento que Liz nunca podía contradecir. —tómalo como una inversión. La secretaria es la viva imagen del jefe y si la secretaria esta desarreglada dará una imagen fea de su jefe y ni tu ni yo queremos eso. — lo que no le dejó más remedio que aceptarlo sin refunfuñar.

— ¿Cómo crees que sea tu jefe? —La pregunta de Maggie rompió el silencio que se había instalado entre ellas, el cual no era un silencio incómodo, sin embargo, a la rubia no le gustaba estar callada.

Liz se encogió de hombros.

—No sé, quién me entrevisto fue su secretaria. Ella dijo que él estaba ocupado y que, dado su agenda, no podíamos retrasarnos.

— ¿Eso es posible? Se supone que tú serás su secretaria. ¡Que irresponsable!

Liz se encogió de hombros nuevamente. —Yo solo seré un remplazo. La secretaria está embarazada y según supe, su embarazo tiene ago de riesgo y necesita reposo durante ese periodo, volverá dentro de poco. Asi que no veo la necesidad de conocerme personalmente para una entrevista.

Ahora todo tenía más sentido para la rubia. Pero eso no saciaba la curiosidad de Maggie, ella quería saber cómo sería aquel importante y estricto hombre del que su hermana siempre habla.

Lucia siempre parloteaba sobre el gran Gabriel Wells, quien era alguien severo, estricto, perfeccionista y difícil de complacer, mas no sabía si era joven o mayor. De cualquier forma, su mente se quedó con la imagen de alguien ya ma-yor ¿a qué hombre joven le gustarían las empresas aburridas? Desde luego a ella no.

Por otra parte, Liz pensaba igual que su amiga. El nombre de su futuro jefe era Gabriel Wells, un nombre un tanto aburrido, que le proyectaba a su loca imaginación un hombre anciano entrado en edad, quizás también en kilos. El nombre si le detonaba un tanto de autoridad que por alguna razón eso la hacía sentir aún más nerviosa.

—Solo sé su nombre y literalmente me lo imagino como el rey de la película cenicienta, ya sabes, ese viejito gordo y canoso que insistía en casar al príncipe. —Maggie comenzó a reír al darse cuenta de lo loca que podía ser la imaginación de su mejor amiga—Creo que así deben de ser los directores de empresas, la mayoría de los que suelen aparecer en televisión son bastante mayores, con aires de su-perioridad, además casi todos están rechonchos y canosos. No creo que el señor Gabriel sea la excepción. —al menos para Liz eso sonaba lógico y muy coherente.

—Tienes una imaginación que supera mis expectativas.—dijo Maggie en tono de burla.

—Mira quien me lo dice, reina del drama.—contraataco Liz dejando a la rubia sin palabras.

Maggie, a pesar de su apariencia seria, calmada y elegante, y pese a la cantidad de novios que había tenido, era una eterna enamorada del romance, que aun soñaba con conocer a su príncipe azul.

—Mejor cambiemos de tema—pidió la rubia ante la derrota que había sufrido.

— ¿En serio crees que tu jefe será uno de esos viejos man-dones? —pregunto Maggie horrorizada ante la idea de que su mejor amiga seria esclavizada y mangoneada por un hombre sin sentimientos.

Ambas tenían claro que el puesto de director no era algo que se conseguía de la noche a la mañana, debía tomar años alcanzar ese estatus, y era obvio que alguien joven no lograría llegar hasta ahí, ni siquiera en sus más locos sue-ños. Pero el poder traía consigo arrogancia y poca empatía. Maggie de pronto temía por su amiga.

—Realmente no lo sé, solo espero poder salir con vida de mi primer día sin meter la pata. —suspiro la pelinegra

—Tienes razón— apoyó Maggie. —Solo espero que no sea capaz de intentar algo indecente contigo, o yo lo mato. Tú tienes que decirme si te hace algo, ya sea una mirada despectiva o un toque indeseado, porque mirar documentales de asesinos seriales no es solo una afición. — bromeo Maggie, aunque entre esa broma había algo de verdad. Sin embargo, Liz esbozó una sonrisa al escuchar aquellas palabras. No tenía dudas sobre que su amiga sería capaz de saltar en su defensa como toda una madre leona si era ne-cesario.

—Llegamos. — anunció Maggie sacando a Liz de su loca imaginación.

Liz desabrochó su cinturón de seguridad y tomó su bolso. Respiró hondo una última vez y sintió como los nervios la estaban invadiendo nuevamente.

Cálmate, es solo otro empleo. Se dijo a sí misma.

—Vendré a recogerte a lo que salgas, mándame un mensaje con la hora de tu salida. —Le pidió Maggie, quien de momento estaba siendo comida por sus propios nervios.

El corazón de Liz latía fuerte y rápido, esta era una buena oportunidad y temía estropearlo. ¿Y si su jefe pensaba que era inexperta? ¿Sería ella capaz de seguir el ritmo? Al fin y al cabo, ella solo había tenido experiencias en cafés y atención al cliente. Estaba por cursar su último año de universidad y nunca en su vida había hecho trabajo administrativo. Además, ella solo tenía veintitrés años. Quizás para los hombres de negocios ella sería alguien tonta e inexperta. Cuando asistió a la entrevista de trabajo, aquella mujer le había asegurado que la edad y la experiencia no eran inconvenientes ya que solo iban a ser alrededor de dos meses, pero eso ahora ya no lo creía tan seguro.

—Respira, Liz— la voz de su amiga la devolvió a la realidad y dejo escapar el aire que no se había dado cuenta estaba reteniendo.

Con un leve sonrojo de mejillas Liz tomo sus cosas. —Te veo en la tarde, te quiero. — Se despidió la chica de pelo oscuro saliendo del auto, pero no sin antes escuchar un—Buena suerte— por parte de la rubia al cerrar la puerta del vehículo.

Liz había imaginado la empresa como un típico edificio de dos o tres pisos de alto, pero lo que vio al bajarse fue una obra de arte de casi veinte pisos ¿en serio es una empresa de arquitectura? se preguntó la joven, sin duda quedó asombrada ante tan grande estructura.

¿Qué esperabas? es una empresa de arquitectura, la imagen vende, cariño. Dijo su yo interior a modo de regaño.

Liz negó con la cabeza ignorando aquella vocecilla interna y centró su atención en aquellos hombres y mujeres con trajes formales que entraban y salían del edificio. La muchacha por pura curiosidad se comprometió a buscar más sobre aquella compañía, pero de momento se limitó a encontrar a Lucía entre la multitud de personas.

No fue difícil encontrarla, después de todo, Lucia era casi una copia idéntica de Maggie, puede que con unos diez años más, pero al fin y al cabo eran como dos gotas de agua. Ambas poseían la misma altura, las mismas curvas, la misma cabellera dorada y los mismos ojos grises. En resumen, ambas eran igual de hermosas.

Liz divisó a Lucía de pie a la entrada de la empresa mien-tras miraba en todas direcciones hasta que sus ojos se encontraron con los de Liz.

—Llegas justo a tiempo. — dijo Lucia mientras envolvía a Liz en un repentino abrazo fugaz. La pelinegra se sorprendió ante aquel gesto de cercanía ya que la rubia no era de las que mostraban afecto en público.

Lucia se dio cuenta de lo rígida que se había puesto Liz y sonrió internamente. Ella, aunque no lo admitiese en voz alta, le tenía mucho aprecio a Liz, y el motivo no era solo por ser amiga de su loca hermana, ella, al igual que toda la familia de Maggie, estaba al tanto de su situación económica y familiar, por lo que en cierto modo la admiraba un poco. No cualquier joven en su situación lograba llegar hasta donde Liz estaba, pero claro, ella nunca lo diría en voz alta.

—Solo estoy aquí para darte las indicaciones de cómo llegar, yo tengo una reunión fuera del país y debo irme enseguida.

Esas palabras hicieron a que a Liz le recorriese un horrible escalofrío

¿No me va a acompañar? las manos le comenzaron a sudar cada vez mas ¿y si se perdía? lo cual era muy probable en aquel edificio que tenía apariencia de hotel cinco estrellas. Aun así, opto por no decir nada, tampoco era obligación de Lucia escoltarla—pese a que lo había prometido de antemano—hacia la oficina del director, ya bastante había hecho con darle la oportunidad de trabajar ahí.

Lucia, sin tiempo que perder guio a Liz hacia el interior de la compañía. Mientras la pelinegra seguía como podía a la esbelta figura de la rubia que parecía tener una maestría en caminar con tacones, pasaron por un pulcro pasillo blanco. Liz no pudo evitar quedar cada vez más asombrada con lo que veía, la recepción era igual que en las películas, grande y con mujeres hermosas que sonreían como si les pagaran por ello o como si no pudieran hacer nada más que sonreír. Hasta las baldosas del suelo se veían costosa a los ojos de la joven.

Después de doblar dos veces a la izquierda y una a la derecha ambas llegaron a los elevadores. Había tres elevadores en total, pero la rubia apretó el botón del elevador más cercano a ellas, y los números comenzaron a descender.

—Escúchame, —dijo Lucia con la mirada seria. — vas a ir a último piso, el cual es uso exclusivo del director en jefe. Cuando las puertas se abran vas a ver un pequeño pasillo frente a ti, este posee solo un sentido por lo que no te perderás.

>>Síguelo y te llevará a una sala de recepción, la cual será tu lugar de trabajo. Solo hay dos puertas, una de ella es su oficina y está ubicada justo al lado del cual será tu escritorio. La otra es la sala de juntas. Toca, él ya te debe de estar esperando— Eso no se escuchaba difícil, ella podía hacer esto. —Sobre el escritorio Amelia te dejó una guía con lo que debes hacer, no es nada del otro mundo. Que tengas un buen día, Liz, querida. — Y con esas palabras, Lucia se despidió de ella depositando un beso sobre su mejilla.

Esta vez Liz no se sorprendió tanto ante la muestra de afecto, por lo que pudo corresponder el gesto de la misma manera. La rubia luego de dedicarle una última y perfecta sonrisa de despedida se giró con una gracia que solo ella podría poseer y comenzó a caminar en la misma dirección por la cual habían venido, dejando solo el eco que hacían sus zapatos de tacón por las baldosas.

Liz solo podía preguntarse cómo podía usar tacones de diez centímetros y aun así caminar de una forma tan elegante, mientras que ella, lo único que deseaba era quitarse esos incomodos zapatos que la estaban matando.

El ascensor abrió sus puertas con su particular sonido, haciendo que Liz se sobresalte. Ella se giró con temor y vergüenza, pero al darse cuenta de que el ascensor estaba vacío, el alivio la invadió y su vergüenza se transformó en un pequeño sentimiento de auto odio por asustarse con aquel minúsculo sonido, y, sobre todo, por estar tan nerviosa.

Luego de que su corazón comenzara a latir con normalidad, se subió al elevador y apretó el botón del último piso; el veintiuno. Las puertas se cerraron comenzando el ascenso de la gigante caja metálica mientras al mismo tiempo en su estómago comenzaba una sensación de hormigueo familiar. Liz podía oír el latido de su corazón y su respiración comenzó a acelerarse. Realmente no quería que algo saliera mal, quería trabajar, necesitaba juntar suficiente dinero en caso de que no pudiera encontrar empleo después de entrar a clases, así ya tendría una pequeña cantidad extra para pagar su alquiler y estar más tranquila. Otro agudo sonido se escuchó y las puertas se abrieron. Liz dejo el ascensor y en frente suyo se presentó el pasillo que había descrito Lucia. Este estaba pintado de dos diferentes colores; la parte superior era de un tono verde jade, mientras que la parte inferior era de color blanco, además, tenía unos pocos cuadros pintados a oleo como decoración, haciendo que todo se viera más vivo y elegante.

La pelinegra caminó con paso lento e inseguro, o más bien al paso que aquellos zapatos le permitían y avanzó hasta el final del pasillo y dobló a su izquierda, llegando así a la recepción. Sin embargo, quedo atónita al ver aquella inmensa sala. Esta, era grande y espaciosa, no obstante, lo que atrajo aún más su atención fue que se podía contem-plar la ciudad en todo su esplendor gracias a los transparentes ventanales que cubrían todo el lado izquierdo de la habitación. Liz se giró y diviso el escritorio, este se veía solitario y vacío en medio de semejante sala. Dubitativa, la pelinegra se acercó a la puerta que le había indicado Lucía. La puerta era de madera oscura, se veía fina y poseía unos acabados hermosos y delicados, en ella había una placa dorada y con letra cursiva que decía: Gabriel Wells.

Pensó con nerviosismo.

Liz trago saliva y tocó la puerta. Nadie respondió. Volvió a tocar, esta vez un poco más fuerte pero nuevamente nadie respondió.

Quizás está en el baño, pensó Liz. Estaba a punto de tocar una tercera vez, pero fue interrumpida por una voz mascu-lina.

—Si nadie te responde es porque obviamente no hay nadie dentro. —la voz detonaba un evidente enfado.

Liz coloco los ojos en blanco involuntariamente y se giró para enfrentar a aquel sujeto tan grosero.

—Creo que fui perfectamente capaz de darme cuenta por mí misma. —los ojos de Liz quedaron a la altura una corbata color azul, indicándole, que debía levantar un poco más la vista para poder encarar a aquel tipo tan irritado, pero no contó con quedar muda ante la imagen que estaba viendo, falto muy poco para que literalmente su cerebro hiciera corto circuito.

Unos profundos ojos azules la miraban con curiosidad. Liz tragó saliva. Su verde mirada lo escaneo de pies a cabeza en una pequeña fracción de segundo, dejándola sin palabras.

Frente a ella había un hombre de tal vez veintiséis años o quizás vez más mayor y vestía un traje gris que realmente le quedaba bien. Su rostro era perfecto, y según los pensamientos de Liz, “nunca había visto a un hombre tan guapo” en toda su vida, al menos no en persona. Su cabello era negro como el suyo, probablemente más oscuro y tenía unos ojos azules que eran muy atrayentes. Jamás había visto ese tono de azul. Si pensaba que los ojos de Maggie eran hermosos, ahora definitivamente había encontrado unos más hermosos.

— ¿Se puede saber qué hace una niña aquí? —inquirió él con voz grave, devolviéndola a la realidad.

— ¿Perdón? — demandó Liz, frunciendo el ceño con indignación. Realmente no podía creer que la acabara de llamar niña.

—Resulta que ahora también estás sorda.—manifestó de forma sarcástica el hombre de ojos azules.

Liz abrió la boca, pero no pudo decir nada debido a la indignación que comenzó a sentir.

Se notaba a leguas que él estaba enojado, quizás irritado, pero ¿tenía ella la culpa de sus problemas? lo dudaba mucho.

—No, no estoy sorda.— su voz manifestó todo el enfado que sentía. —Y creo que no soy yo quien esté teniendo problemas aquí. —La voz de Liz era calmada, pero sin duda el comentario sarcástico había sido bien entregado, ya que el hombre abrió sus hermosos ojos azules en asombro.

Su sorpresa fue a tal grado que por unos segundos quedo perplejo. Generalmente en una situación como esta, cualquier persona hubiera agachado la mirada y susurrado algo como un "lo siento, Señor" sin siquiera objetar nada, al fin y al cabo, todos hacían lo que él decía ¿por qué ella no esta-ba agachando la mirada?

Él, observó a Liz con el ceño fruncido y con pensamientos de confusión. Esto era simplemente genial, su mañana no podía ser mejor. Acababa de tener una fuerte discusión con su padre y cuando quería estar a solas en su oficina, viene y encuentra a una muchacha frente a su puerta.

Sin que Liz se diera cuenta, aquel guapo y extraño hombre la comenzó a estudiar de pies a cabeza. Observó su rostro y después su pequeño cuerpo, cayendo en la conclusión de que no la conocía, en realidad, nunca la había visto. Eso lo hizo sospechar de la joven. Sin duda supo de inmediato que Liz no formaba parte de su personal, y de eso estaba seguro, ya que, el conocía a cada trabajador de su empresa. Él recordaría aquellos redondos, hermosos e hipnotizantes ojos verdes, los cuales ahora se veían molestos.

Con una sonrisa oculta pudo deducir que se molestó por ser llamada niña, pero ahora que la observaba mejor ese concepto no pegaba para nada con ella. No obstante, no pudo evitar que aquellas palabras escaparan de sus labios, estaba enfadado y, al verla de manera rápida solo pudo asociarla con una niña.

— ¿Entonces qué haces en este piso? — preguntó él un poco más calmado.

—Busco a alguien—respondió Liz en tono cortés pero cortante, no tenían ánimos de hablar con aquel hombre tan grosero.

— ¿Y se puede saber a quién buscas?

Liz colocó los ojos en blanco, ¿era enserio? ¿Acaso no podía leer la brillante placa con el nombre de Gabriel Wells? porque ella podía leerla muy bien.

— ¿Acaso no sabe leer? —manifestó en voz alta.

—Eso no responde a mi pregunta. ¿A quién buscas?

Liz dio un suspiro exagerado. —A Gabriel Wells— dijo fi-nalmente.

El hombre de ojos azules levanto ambas cejas en señal de confusión. ¿Había pasado algo por alto? Que él recordara, no tenía ninguna cita agendada para tan temprano.

— ¿Y quién lo busca?

Liz cruzo los brazos bajo su pecho, no quería darle ningún tipo de información a aquel tipo desagradablemente guapo.

—Liz Tyler— susurro de mala gana—, Lizbeth Tyler— se apresuró a corregir.

Ella miro de reojo a su interrogador, pero ¿porque él le estaba haciendo tantas preguntas? Ella no estaba haciendo nada malo. Y pensar que por un momento pensó que él era guapo. Fue una lástima que él mismo se encargara de romper la ilusión en el mismo momento en que abrió la boca, arruinando todo.

Ahora él la miraba con el ceño fruncido.

—Lizbeth— se dijo para sí mismo, saboreando el nombre en sus labios.

No obstante, la confusión solo duro unos segundos al recordar aquel curriculum que Amelia, su anterior secretaria le había entregado en sus manos hace unos días atrás, y del cual solo le leyó el nombre. Él de por sí, había asumido que su nueva secretaria seria alguien de edad, y no alguien tan…joven.

—Señorita Tyler—él carraspeo y adopto aquella personali-dad que tanto lo caracterizaba—. Un gusto, déjeme presen-tarme. Soy Gabriel Wells, dueño y director de esta empresa, y quien, desde hoy será su jefe.

Liz abrió los ojos y sintió como dejaba de respirar.

Oh por dios, oficialmente estoy jodida fue todo lo que pudo pensar.

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