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La Stripper

La Stripper

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53 Capítulo
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Ariadna es una mujer especial, soñadora, feliz, pero sobre todo, una mujer que daría su vida por los que ama. Su vida no es fácil, porque sobre sus hombros lleva el bienestar de su hermano, su único familiar. Todo cambiará para ella cuando conozca a Oto Russell, un hombre que la volverá loca, pero con el que poco a poco abre su corazón y sin darse cuenta se ve envuelva en toda la diversión que lo acompaña, porque sin darse cuenta Oto saca una parte de ella que había olvidado; la parte que le encanta estar vida. De día es una divertida secretaria, pero en las noches se transforma en una mujer sensual que dará todo lo que esté a su alcance para darle lo mejor a su pequeño hermano.

Capítulo 1 Accidente

Las lágrimas siguen viajando fuera de mis ojos, qué fácil pierdes a lo que más amas de un momento a otro. Espero en el mismo parque de siempre a que llegue. La única persona que sé muy bien que me apoyará en este momento, al hombre al cual amo. Sé que encontraremos la solución a este problema. Que fácil la vida se llevó a mi madre y abuelo

Ayer murieron en el accidente automovilístico, estoy sola con mi pequeño hermano de cuatro años, tan solo tengo dieciséis años. El sol se está ocultando y se me hace extraño que no haya llegado hace horas.

—¿Tú eres Ariadna?—una pequeña niña se me acerca preguntando.

—Sí, soy yo—contesto con voz ahogada. Me siento cansada, mis ojos irritados y un vacío en mi pecho que siento, en cualquier momento, caeré vencida.

—Me enviaron a darte esto—dice entregándome un sobre—adiós—se marcha antes de que pueda preguntar quién lo envió. Como soy demasiada curiosa abro el sobre y descubro un papel doblado en dos, rápidamente lo desdoblo y leo el contenido.

Ariadna, si estás leyendo esto quiere decir que me encuentro muy lejos de ti. ¿Sabes que cuando te conocí me enamoré de ti? Pero al parecer no era tan fuerte ese amor como para no engañarte. Te engañé varías veces, no solo una, cada vez que impedía que nos encontráramos eran una vez que te engañaba. Lo siento, pero siento por ella algo más fuerte que yo mismo. Estoy siendo sincero contigo, espero que seas feliz y alguna vez me perdones.

Para: Ariadna

De: Marcos

En este preciso momento es que mi mundo se termina de desmoronar. Lágrimas y más lágrimas son las que me acompañan en mi dolor.

Despierto agitada y sudando. Hace mucho que no soñaba con lo que pasó hace siete años atrás. Salgo de la cama y hago mis necesidades matutinas, cuando salgo con una toalla envolviendo mi cuerpo, busco en mi clóset una camisa blanca manga larga con una falda de tubo negra, hago una coleta alta a mi cabello negro y me maquillo natural.

Bajo para preparar el desayuno de Alex y el mío. Mientras lo hago pienso en el sueño-recuerdo, suspiro pesadamente. Cuando termino de hacer el desayuno me doy cuenta de que ha pasado más tiempo del que debería.

—¡Alex!—grito porque el dormilón de seguro de quedó hasta tarde despierto.

—¿Si, hermana?—Alex baja limpiando la baba que hay en su mejilla, reprimo la risa que quiere brotar de mis labios y pongo cara enojada. La verdad es que es muy difícil estar mucho tiempo enojada con él. Ese niño desde la muerte de mi madre y abuelo se volvió en mi razón de vivir. Nada me importó con tal de que él esté bien.

Dejar mis estudios fue doloroso, pero, debía buscar cómo íbamos a sobrevivir. Debí trabajar, buscar ayuda porque, mi padre era huérfano cuando adulto y de la familia de mi madre solo recibí un fuerte rechazo. Nadie nos quería y no querían cargar con dos personas más. Así que yo debí hacerme la fuerte y darle todo a mi hermano, todo lo que estuviese en mis manos.

—Es tarde, vete a vestir, tengo que llevarte al colegio—él asiente temeroso de mi reacción.

—Claro hermana, en seguida bajo—sale corriendo escaleras arriba y me permito reír de su reacción. Cuando Alex se arregla nos vamos los dos en mi choche, en el camino estamos hablando.

—Te quedaste jugando anoche cuando dije que te duermas—miro de reojo como traga saliva y asiente—¿qué te dije de no dormir tarde?—solo faltan tres cuadras para llegar al colegio de Alex.

—Lo que pasa es que pierdo la noción del tiempo cuando juego, y no me fijé en la hora, discúlpame—lo miro seria y asiento.

—Aceptaré tus disculpas, pero el juego queda olvidado por esta semana, nada de videojuegos—él asiente triste y baja del coche—Alex—llamo cuando lo veo alejarse.

—¿Si?

—Toma—le paso su desayuno cuando entra de copiloto en el coche—sabes que te amo ¿cierto?—veo como eleva la comisura del labio.

—Yo también hermana, que te vaya bien todo el día—beso su mejilla y cuando cierra la puerta al salir, pongo el auto en marcha hacia mi trabajo.

Trabajo como secretaría hace cuatro en un conglomerado dirigida por mi jefe Eric Russell. Es buen jefe, aunque demasiado frío cuando se lo propone, sin embargo, puedo decir que tiene cariño por mí.

Espero que la luz del semáforo cambie de color para avanzar, cuando lo hace acelero y también veo como un auto viene hacia mí. Cierro los ojos y siento el impacto, los abro lentamente y me reviso. Si, sigo viva, salgo como la niña del exorcista.

—¡Está loco!—grito enojada y veo a un joven salir del otro auto. Es rubio y eso me irrita de inmediato, siento mi sangre hervir mientras unos ojos avellana me miran molestos. Alto, muy alto es este tipo. Tiene brazos fuertes. Joder, este tipo esta impresionante, pero mi molestia es palpable por lo que mis hormonas se toman un descanso y mi lado diabólico y molesto sale a relucir en su máxima expresión.

—¿Cómo se atreve a dañar a mi auto?—se queja el muchacho y yo arqueo una ceja.

—¡Le recuerdo que era usted el que estaba manejando como un loco!—le reprocho exaltada—es usted un irresponsable, casi me quita la vida y me pelea por su estúpido auto, ¡por su auto! El mío quedo peor y no estoy llorando como una mujer en sus días—me desahogo—cruzó con el semáforo en rojo idiota—señalo furiosa.

—Pagaré los gastos para la reparación de su—lo mira asqueado—su auto—yo lo miro enojada. Llama a que vengan por el coche y me quedo unos minutos mirándolo como idiota.

—No sé ni cómo tiene licencia, maneja como un retrasado mental, no se crea que estamos en rápido y furioso—le digo con burla. Él enarca una ceja que parece más hermosa que la mía. Tiene largas pestañas, ya por ese hecho lo odio. Las mías no se ven tan bien como las suyas. Suertudo de mierda.

—No es muy buena con los chistes señorita—lo miro molesta. Él me observa divertido. Como detesto que un desconocido se burle de mis intentos de chistes.

—No era un chiste—digo sacándolo de su error. Lo veo hacer una mueca y enfoca sus lindos ojos en mi con mucha atención.

—Ya, como digas, ¿cómo se llama, señorita chistes malos?—pregunta burlón.

—Eso a usted no le interesa y me largo, voy tarde al trabajo—digo cuando veo la grúa venir por mi coche.

—La llevo a donde sea que trabaje—propone él y creo que la cara horrorizada que llevo es una respuesta clara.

—Yo con usted ni a la esquina—suelto y llamo a un taxi haciendo señas con las manos.

—Pero que pesadita—le muestro el dedo del medio y entro al taxi, le doy la dirección de mi trabajo y me lleva hasta la empresa. En el transcurso sólo pienso en ese idiota y en que por su culpa tendré más deudas, ¡agh! Maldito imbécil que parece ciego. Cuando llego entro a recepción camino a paso decidido hasta Clara, la recepcionista.

—Hola Clara—saludo siendo amigable, aunque me cae muy mal porque siempre ha querido mi puesto de secretaría. Ella cree que nadie lo sabe, pero tiene un enamoramiento por el señor Russell, mi jefe.

—Hola, Ariadna—saluda mirándome de arriba hacia abajo—¿Qué se te ofrece?—sonrío muy hipócritamente.

—¿El jefe ha llegado?—pregunto nerviosa.

—Hace una hora y media—responde sonriendo con malicia, alguna mentira le habrá inventado a mi jefe.

—Bien, gracias—camino nerviosa hasta el ascensor. Cuando abre marco el último piso, rogando que mi jefe este de buen humor como para soportar mi tardanza. Las puertas se abren y unos impresionantes avellana me reciben.

—Tarde—su voz fría hace que trague en seco.

—Buenos días señor Russell—quisiera decirle que es maleducado por no saludar primero, pero quiero mi empleo y además lo respeto demasiado. Tal vez es frío, pero en los cuatro años que tengo trabajando se ha preocupado por mí, y en cierto punto, me tiene cariño.

—¿Razón por la cual llegó tarde?—suspiro.

—Tuve un pequeño accidente—me mira sorprendido y me inspecciona con la mirada.

—¿Está bien?—sonrío amable.

—Gracias a Dios, todo bien, lástima que haya idiotas que conducen cómo locos—él me sonríe.

—Empiece con su trabajo—da unos pasos, pero se detiene—mis hijos llegarán en cualquier momento, si entran como Juan por su casa no se preocupe—asiento y me dispongo a hacer mi trabajo. Unos minutos después aparece con una enorme sonrisa mi mejor amiga Julia.

—Hola, tonta—saluda y le sonrío, demasiado cariñosa.

—Hola, bruja—le saco la lengua y ella rueda los ojos.

—Olvida eso, debes superarlo—el año pasado Julia se vistió de bruja para una fiesta en el club donde trabajo cómo stripper. Su traje terminó hecho añicos en una pelea con otra chica, desde ese momento le apodé así—Pero bueno—arregla un mechón de su cabello que le cae en la cara.

—Por cierto—me remuevo tratando de ponerme más cómoda en la silla—¿encontraste departamento?—su sonrisa se desvanece.

—Todavía nada—responde afligida—estoy muy asustada Ariadna—confiesa—si no consigo nada este mes, Peter y yo estaremos en la calle—sus ojos se tornan vidriosos y una excelente idea surge en mi mente.

—¿Qué tal si se van a mi casa?—propongo emocionada—podremos estar más tranquilas—ella niega de inmediato.

—No puedo Ariadna, eso sería abusar de tu confianza—la fulmino con la mirada.

—Nada de eso, mi casa es exageradamente espaciosa para solo dos personas. Sabes por qué no la vendo. Además, me podrías ayudar con los gastos y nada mejor que una mujer acompañándome—bromeo para que diga que sí.

—¿Tu hermano no se sentiría incómodo con todo esto?—pregunta preocupada.

—Nada de eso—respondo—de hecho, creo que se sentiría genial teniendo en cuenta que Peter también vivirá allá—ella asiente analizando la situación.

—Está bien—salto de mi asiento y la abrazo—¿cuándo crees que me puedo mudar?—pienso, hoy tengo el día libre en el bar así que podemos acomodar todo.

—Hoy mismo, después de que termine tu turno y el mío—ella asiente.

—Me tengo que ir a trabajar antes de que me despidan y a ti también—bromea y yo río.

—Vete—ella me saca la lengua y yo hago lo mismo.

Me siento y comienzo a teclear concentrada, proyecto todas las citas y juntas de mi jefe más los informes que me ordenó revisar y colocar en orden. Han pasado algunas horas porque siento mis dedos gastados, dos figuras entran cómo flash a la oficina de mi jefe, apuesto a que son sus hijos. Malditos maleducados, por lo menos debieron saludarme, no es cómo si estoy pintada ni nada por el estilo. Suspiro cansada y con hambre, el teléfono suena y lo cojo rápidamente.

—Los informes que le pedí, tráigalos—no me deja contestar y cuelga, me levanto arreglando mi vestimenta. Camino a paso decidido hasta la puerta la cuál toco y hasta que escucho un adelante, abro lentamente y respiro nervioso, entro y todo está en silencio.

—Aquí tiene lo que me pidió señor Russell—camino hasta colocar el informe en su escritorio.

—Gracias—asiento y miro a sus acompañantes, el oxígeno se marcha de mis pulmones al ver a la figura sentada.

—Pero que pequeño es el mundo—su sonrisa sarcástica provoca ganas de golpearlo—¿no lo cree señorita malos chistes?—respiro varias veces, no pensé que el idiota que chocó mi auto está mañana este justamente aquí y que sea hijo de mi jefe.

Mierda, creo que estoy despedida.

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