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¿QUIERES SER MI MAMÁ?

¿QUIERES SER MI MAMÁ?

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Papá siempre estaba ocupado y de mal humor hasta que ella apareció; yo no la conozco, pero, por alguna razón, la quiero, y ella nos necesita, así que, por el bien de todos, solo me queda pedirle a Airam que si quiere ser mi mamá.

Capítulo 1 Primer encuentro

—¿Por qué demonios estás aquí? —preguntó Fernando, viendo a Josefina llegar hasta él, con su hija de la mano, luego de haberle despertado al marcarle minutos atrás—. Dijiste que te harías cargo de ella por esta noche. .

—Es una emergencia —repitió la joven mujer lo que le hubiera dicho por teléfono minutos atrás que habló con él—, no puedo tener a Marifer conmigo en el hospital. Saúl se quedó con Said, pero necesito regresar ya. No quiero estar lejos de mi hijo cuando está enfermo.

Fernando se talló la cara con frustración. No se podía creer que estuviera compartiendo techo justo en ese momento con su hija y una desconocida mujer que se había topado en la boda de la hermana de uno de sus empleados, que también era su amigo.

—Estoy con alguien —informó Fernando y Josefina le miró con los ojos demasiado abiertos—. No puedo tenerla aquí. ¿Por qué no la llevaste con mamá?

—Porque no pensé que traerías a alguien a tu casa, maldito irresponsable. A esas se les lleva a un hotel —dijo la joven de cabello castaño claro con luces platinadas por toda la cabeza—. Cuando dijiste que estabas en tu casa pensé que estabas libre.

—Pues no lo estaba —respondió el hombre apartando la mirada de su furiosa hermana mayor.

Josefina había quedado con él en que, por esa noche, para que pudiera salir por un rato, cuidaría a su sobrina, pensando en que podría hacerlo, pero su pequeño hijo de también tres años se había afiebrado demasiado, así que no tuvo más opción que correr con él al hospital, y no podía cuidar a María Fernanda en semejante condición.

—Como sea, ya no puedo hacer más —dijo Josefina, con ganas de poder teletransportarse para llegar más pronto con su pequeño—. Deshazte de la mujer y cuida a Mari, ¿de acuerdo?

**

Una extraña sensación recorrió su cuerpo, fue como si un aire frío le hubiera acariciado por sobre la sábana que cubría su cuerpo; pensó en abrir los ojos, pero estaba demasiado cansada como para despertar, así que solo intentó hundirse de nuevo en ese sueño profundo en que había estado hasta que ese escalofrío, provocado porque el hombre a su lado se dejó la cama y la habitación, le recorrió.

Airam respiró profundo, creyendo que eso le ayudaría a volver a donde quería estar, pero un aroma peculiar y el sonido de unos sutiles sollozos le invitaron a abrir los ojos demasiado confundida.

Era de noche, aún, porque la oscuridad era evidente, y aun así pudo distinguir dos cosas: la luz que entraba por la rendija de la puerta entreabierta y una silueta pequeña que se sacudía sutilmente, razón de los sollozos que había escuchado.

La joven se incorporó en la cama, siendo en extremo cuidadosa de que esa sábana no dejara de cubrir su cuerpo desnudo, entonces, al paso de los segundos, luego de que sus ojos se acostumbraran a la falta de luz y de que su cerebro terminara de despertar, entendió la situación en que se encontraba.

La mujer, de apenas ciento sesenta centímetros de altura, de cabello castaño oscuro, largo y ondulado, de piel morena clara, ojos café claros, casi miel y de pestañas tan largas y tupidas que causaban la envidia de muchos, se puso en pie, envolviéndose en esa sábana que pudo tomar sin problemas, pues no la estaba compartiendo con nadie a pesar de recordar haberse quedado dormida sobre el pecho de un hombre cuyo rostro estaba borroso y del nombre no sabía nada.

—¿Estás bien? —preguntó Airam a la pequeña niña, de tal vez tres años, que lloraba bajito, de pie en mitad de la habitación mientras abrazaba un muñeco de felpa—. ¿Te duele algo?

—Pipi —musitó la pequeña hipeando, respondiendo a la pregunta que la joven se había hecho mientras aún medio dormía sobre el origen de ese peculiar olor.

Pero es que no había forma de estar segura de nada, luego del sexo los olores del ambiente suelen ser justo así, peculiares, y ella aún estaba medio dormida cuando lo percibió, así que no le dio importancia hasta que se enteró que la pequeña a quien intentaba atender se había orinado encima mientras la veía dormir.

—Está bien —dijo Airam, aún confundida tal vez por el sueño—, te ayudaré a limpiarte, ¿de acuerdo?

Y, tras verla asentir, habló de nuevo para esa niña que tampoco conocía, pero a la cuál no podía dejar sola.

» Traeré algo para limpiar, no te muevas —pidió y, luego de encaminarse a encender la luz de la habitación la recorrió levantando su propia ropa.

Entonces entró al baño, se vistió y tomó una toalla de las tres que estaban en una repisa, la desenvolvió y la humedeció con agua tibia para regresar a donde estaba la niña.

» ¿Puedes desvestirte sola? —preguntó, la pequeña asintió y Airam solicitó que le prestara su muñeco para que se pudiera mover con mayor libertad—. Te lo cuidaré para que te desvistas, lo pondré en ese sofá, ¿de acuerdo?

La pequeña asintió de nuevo, extendió el muñeco y la mujer que la atendía hizo lo que había prometido: poner a su muñeco en el sofá antes de regresar a ella y pedirle que se sacara los pantalones del pijama y el calzoncito mojado de orines.

Luego de que la pequeña estuviera sin ropa, Airam la comenzó a limpiar con la toalla húmeda y tibia, comenzando por la parte baja del abdomen y hasta llegar a sus pies, dejándola seca y algo limpia.

» Me llamo Airam —informó la mujer, que levantaba a la pequeña en brazos luego de limpiarla hasta las plantas de los pies—, ¿cómo te llamas tú?

—Marifer —respondió la pequeña que, aunque miraba a la mujer con cautela, no se decidía a desconfiar de ella.

—Qué bonito nombre —dijo la mayor, caminando hasta el baño para limpiar un poco más a la pequeñita—. Yo quería que mi hija se llamara así.

Y, tras mencionar lo dicho, Airam garraspó un par de veces la garganta para deshacerse de esa extraña sensación que le había apachurrado en corazón.

» ¡Lista! Ahora necesitamos ponerte ropa nueva. ¿Sabes dónde hay más?

María Fernanda asintió, pues, tal como Airam lo había deducido, la pequeña vivía en ese lugar en que ella estaba, pues en el camino a la habitación, aunque estaba ebria cuando lo recorrió, reconoció un par de señales que indicaban había al menos un niño en esa casa.

En ese momento se preocupó un poco de estar enredándose con un hombre casado, pero estaba tan alcoholizada que pensó en que, mientras no conociera a la mujer, esa no sería su falta, sería la de él, y ese tipo de problemas no la detendrían de pasarla bien.

No se imaginó, en aquel entonces, que se encontraría con el niño de la casa, ahora solo rezaba por no tener que ver a la esposa en cuestión.

Y es que el plan de esa noche de Airam no era terminar con alguien, mucho menos si era casado.

Ella había ido a acompañar a una amiga a la boda de una amiga de su amiga, y las cosas habían fluido bien, al grado de que había conseguido un gran compañero de noche, porque la joven lo había pasado realmente bien con el desconocido, tanto que seguía pensando que era una lástima que estuviera casado y una bendición que fuera tan libertino, pues así pudo conocerlo y disfrutarlo.

Airam vio a la pequeña niña comenzar a caminar fuera de la habitación del hombre y la siguió hasta la que parecía ser su propia habitación, pues definitivamente era la habitación de una niña.

Fernando, tras buscar con la mirada a su hija luego de despedir a su hermana, y también luego de no encontrarla en ningún lugar de la primera planta, había corrido por las escaleras al segundo piso donde se encontró con la mujer, con que había pasado la noche, caminando con su hija medio desnuda hacia la habitación de la pequeña.

La siguió en silencio sabrá el cielo por qué, pero, aunque era alarmante la escena, no se sentía en realidad preocupado, así que solo vio desde fuera lo que ocurría en la habitación con su hija y esa mujer, dispuesto a entrar a defenderla de ella si llegara a ser necesario.

Airam, sin saberse observada, buscó entre los cajones de ropa, que le había indicado la chiquilla luego de que le preguntara, ropa interior y un nuevo pijama y, antes de ponérselo, utilizó las toallas húmedas que encontró en el tocador para limpiarla de nuevo.

» Lista —repitió Airam, subiéndola a la cama que había destendido luego de ayudarle a vestirse y acuclillándose frente a ella—. Ahora a dormir. Sueña bonito.

—No apagues la luz —pidió María Fernanda.

Airam asintió, sonriendo; entonces la vio recostarse y cobijarse, y decidió salir corriendo de ese lugar haciendo caso al primer instinto que nació en ella en cuanto abrió los ojos, pero no había tenido el corazón de dejar en tales condiciones a una niña tan pequeña.

Sin embargo, se arrepintió pronto de haberse quedado a ayudar, pues al dejar la habitación de la niña se encontró con la desconcertada mirada del hombre con que había pasado la noche; y se lamentó un poco más de que él estuviera casado, porque su ahora claro rostro le encantaba también.

—Se orinó en tu habitación —anunció Airam al hombre que no decía nada—, la limpié y la ayudé a vestir. Espero no creas que es muy raro, además, soy maestra de preescolar, y trabajé un tiempo en una guardería, así que puedo ayudar con estas cosas, aunque no las disfruto mucho que digamos.

La explicación que daba Airam se confirmó cuando Antuán identificó el amargo olor al entrar a su habitación detrás de esa chica que, al parecer, buscaba algo con la mirada.

» ¿Dónde quedó mi bolsa? —cuestionó la joven para sí misma, intentando recordar qué había pasado con ella, pues ni siquiera estaba segura de haberla tenido cuando llegó a ese lugar.

—Está en la entrada —respondió el hombre—. La tiraste junto con tus zapatos cuando entramos.

—Bien, muchas gracias. Y, sabes, esto es algo en lo que no me debería meter, pero igual te lo voy a decir. No es bueno que engañes a tu mujer. Tienes una linda niña, al menos por ella deberías portarte bien.

Entonces, tras decir lo que dijo, Airam se fue, pues, tal vez porque había sido recto el camino de la entrada a las escaleras y a la habitación, sabía perfectamente como volver para irse de ese lugar.

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