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Atenea: Entre Deseo y Poder

Atenea: Entre Deseo y Poder

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13 Capítulo
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Acerca de

Contenido

Atenea, la hija del CEO multimillonario, Cedric Brown, encara una nueva vida cuando todo acaba en el romance a escondidas con su chófer Dixon. Mientras que, consiga un nuevo chófer, debe enfrentarse a la verdadera vida adulta que le espera adelante. Cuando Armin acepta el empleo, todo es un reto para ella a partir de entonces. El nuevo chico parece detestable al principio, pero con el tiempo encontrará muchos sentimientos y uno de ellos es el deseo. Sin embargo, Armin oculta un gran As debajo de su manga. Una gran jugada que podría destruir las esperanzas de amor para Atenea.

Capítulo 1 El nuevo comienzo

Caigo rendida en la cama luego del increíble sexo que Dixon me acaba de dar. No siento mis piernas después de tanto temblor, y de ese sexo oral que anteriormente me hizo mientras me tocaba ligeramente los pechos con ansías.

Me doy la vuelta y lo miro. Él solo está mirando el techo.

—Me follas increíblemente, cada vez mejor. ¿Cómo le haces?

No me responde, miro el techo de la misma forma que él.

—Atenea, hace tiempo quiero decirte algo… Y es sobre esto. —Dixon se da vuelta y nos miramos fijamente. Siento algo en el abdomen, algo que me golpeará muy feo.

—Dilo.

Bueno, él sabía cómo mi contestación iba a ser depende de tan grave sea el asunto. Se levantó y se vistió inmediatamente.

Entonces supe que era algo malo.

—Voy a casarme con Melanya.

Fue directo a donde más me dolía. Él tenía una relación desde ya hace dos años con Melanya, una accionista de arte que vivía en Brooklyn. A pesar de la distancia, él y ella llevaban su relación por las nubes. Cómo un rascacielos de Manhattan.

—¿Qué? ¿Me lo dices en serio o es otra de tus bromitas sexuales?

—Te lo digo en serio, Atenea… —me dijo sin más, tomó su celular y vio las llamadas perdidas de ella—. Esto ya no puede ir más a fondo.

Reí por lo bajo.

—De todas formas, seguirás cogiéndome contra la pared a sus espaldas.

Dixon se acercó a mí de forma violenta, me tomó del rostro y me hizo mirarlo fijamente.

—Estoy cansado de tus caprichos, Atenea, estoy harto de tu mierda. Harto de ti, de todo lo que tienes en mente y de lo que me haces. Estoy harto de cogerte, y cogerte de la manera en que siempre lo he hecho por estos tres años. Harto de tener sexo contigo. Ya no quiero más de esto.

Me solté de su agarre y le abofeteé la cara de un solo golpe.

—Mientes. Siempre mientes. Siempre vuelves a mí, esto ya ha pasado. Dixon, eres un gran y maldito mentiroso. No creo en tus palabras, solo tiras mierda de tu boca. —Dixon era una persona violenta, sin control de sus impulsos, y como siempre de alguna forma de lastimaba hasta follarme contra algún mueble diciéndome que era totalmente suya.

Me acostumbré a ese tipo de amor tóxico, fuerte, violento.

Y también a estar ciegamente aferrada a su sexo tan mierda, pero satisfactoriamente duro. Estaba enferma, cegada, lo sé. Pensarás: Que asco de protagonista, tiene una dura y enferma obsesión con el hombre que se ha cogido durante tres años y además le es despreciable. Pero ¿qué? Era sumamente egoísta.

Entonces, el impulso de Dixon me tomó por sorpresa. Me tiró a la cama y me abrió de piernas para luego meter su lengua en mi sexo. Lamió hasta hacerme caer de puro placer, pero luego me acercó a él y me lo dijo claramente:

—Odio hacerte sexo oral, odio todo de ti.

—Cállate y sigue lamiendo, solamente dices tonterías —Dixon se levantó y se sentó en la cama. Otra vez sus mierdas me afectaban.

Tomó los cigarrillos de la mesita de luz y prendió uno.

Se sentó en el borde del ventanal y suspiró.

—Hace tiempo dejé de quererte.

Eso me dio como un puñal en el corazón.

Comenzó a llover a cántaros de repente.

—¿Por qué sigues aquí entonces? Pudiste haberte ido.

—Este trabajo es mi puta vida, Atenea, algo que no entiendes porque jamás has tenido que lidiar con un empleo. Tienes cuentas que pagar, una vida que seguir, una futura esposa que complacer…

Maldita sea Melanya.

Maldito sea Dixon.

—No me interesa tu estúpida vida, Dixon. Solo pienso que exageras, has sido esta persona desde que tengo memoria. Pero ahora piensas que es fácil dejar todo esto atrás porque te casas con esa estúpida neoyorquina.

—Atenea, esto debió acabar hace mucho tiempo. Así que presentaré la renuncia hoy mismo, y me iré hoy mismo a Brooklyn —toma su chaqueta y de allí saca una invitación de bodas. Abro el sobre y veo un diseño elegante con sus dos nombres—. Tú y tu familia están invitados, ya sabes, no dejaría a tu padre ni Rebeca fuera de esto. Ni tu tía Aryan ni tampoco Cameron. Sé que Lucian y Dana ahora cuidan de Georgia, pero ellos también pueden venir si quieren…

Dejé la carta en la mesita de luz y me crucé de brazos.

—¿En un mes? ¿Te casas en un maldito mes? —quiero romper a llorar. Es tóxico su amor, duele, es enfermizo, pero me encantaba. Y odiaba hacerlo, porque sabía que aquello era totalmente malo y oscuro. No podía despegarme de él.

—Melanya lo prefirió así… No tengo más de que huir, solamente de ti.

Abrió la puerta de la habitación, el cuarto de huéspedes que se ubicaba a más de cinco metros de la mansión. Me miró de nuevo como un adiós, pero simplemente fue eso.

Me dejó desnuda y con frío, parada en el medio del pasillo antes de llegar al jardín.

Se había acabado todo con Dixon, como lo fue con todo lo que había soñado.

Maldita vida de rica.

Me visto rápidamente y corro detrás de él. Cuando llego al pasillo de la entrada de la mansión, lo escucho hablando con mi padre en su oficina. Claramente mi padre no estaba nada contento, se notaba por su tono de voz. Furioso, golpeando la mesa. La respiración de Dixon podía sentirla como si estuviese cerca de mí.

—¡No puede ser cierto, Dixon! ¿Recién me lo dices? ¡Tuviste tres años para decírmelo! No puedo creer lo que has hecho… Esto es inaceptable. Sabes que mi hija es tan solo una niña, pero ¿tú haciéndolo? Es algo que no te perdonaré… —Mi corazón se sacudió fuertemente al escuchar esas palabras.

—Lo siento, señor Brown, no era mi intención no decirle lo que pasaba. Me ganó el miedo quizás, pero estoy muy arrepentido y…

—¡Cierra la boca, mierda! —Dixon calló sus palabras al instante—. Estoy decepcionado de ti, ¿cómo pudiste…?

En ese momento había sin querer abierto la puerta, y ambos se giraron a verme.

—Atenea… —musitó Dixon, con lágrimas en los ojos—. Yo no quise hacerlo… Te lo juro.

—Bien, ¿estamos todos ahora? —Tuve que secarme las lágrimas que de repente me salieron de los ojos—. Atenea, ¿es cierto lo qué me está diciendo esta basura sobre ti?

Estaba a punto de asentir, estaba.

—Señor, Atenea no tiene la culpa. La culpa fue mía. No la cuidé como le prometí, y ahora estoy muy arrepentido de ello. Nunca quise… —me quedé paralizada en cuanto me vio, se giró a verme porque sabía que iba a decir esa palabra—. Nunca quise que su socio la tratara de esa forma acosadora. Fue un descuido mío.

Dixon había mentido, ¿el por qué? Para salvarme de mi padre.

Era violento y tóxico, pero de buen corazón a pesar de estar tan enfermo.

—Atenea, hija, ¿por qué nunca me lo dijiste? —Mi padre se acercó y me tomó del rostro, con los ojos casi llorosos. Aquel acoso había sido real, y fue horrible que su socio quisiera comprarme como a una prostituta—. Hija, lo siento mucho. Me siento culpable yo de haberte dejado tan expuesta a ese mundo. No volverá a pasar.

Mi padre me abrazó y me quedé en vista a Dixon.

—Señor… quería decirte que lo siento… —Dixon quiso hablar, pero mi padre no le dejó.

—Estás despedido, Dixon. Recoge tus cosas y lárgate. Y gracias por tu invitación a la boda, pero siento que me has traicionado por completo. No quiero verte más aquí, vete por favor. —Él nos quedó mirando atónito.

Se levantó y se retiró rápidamente.

—Papá, no tuviste que… —tuve que callar mis palabras cuando Maia y Cameron aparecieron en la escena. Cameron traía viejos documentos, ahora trabajaba con mi padre. Maia había entrado a limpiar la oficina.

—Luego hablamos, princesa, tengo mucho trabajo que hacer.

Se fue sin decirme más nada, Maia —mi sirvienta personal y mi mejor amiga desde que tengo memoria— me miró con mucha intriga. Se acercó a mí y me tocó el brazo.

Me conocía de pies a cabeza, sabía lo mal que estaba.

—¿Lo despidieron? ¿Tu padre supo la verdad? —preguntó preocupada.

—No. Dixon mintió y dijo que me descuidó cuando fuimos al aniversario de la empresa cuando Farrell quiso pagar una noche conmigo… Pensé que lo diría todo, lo pensé con fuerzas que cuando mintió no pude creer que me hubiese…

—Protegido. —Maia completó la palabra, me abrazó de repente haciéndome sentir demasiado relaja en sus brazos—. Estoy aquí para ti, amiga. Estará todo bien. Nena, tienes tiempo, tu madre no ha salido aún de la casa. Ve y alcanza a Dixon, habla con él.

Maia daba los mejores consejos de todos, incluso mucho más que mi propia madre.

—Está bien, debo agradecerle al menos.

Dejé los brazos de Maia para ir detrás de mi supuesto amor.

Corrí por el pasillo que conecta a la entrada, bajé las pequeñas escaleras antes de llegar a la puerta principal y vi como Dixon se subía a su coche resignado.

Cuando salí de la casa, me detuve frente a su puerta y él bajó la ventanilla.

—Mentiste… —fue lo único que pude decir.

—Follarte no es un pecado… Dejó de serlo cuando dejé de sentirme culpable porque eras tan solo una niña, Atenea. Tenías tan solo diecisiete años, una niña para mí ojos. Es un delito que podría darme años de cárcel.

—Sabes que jamás te pondría detrás de las rejas…

—Lo sé, por eso mentí por ti —arrancó el coche y luego me entregó el anillo que le había regalado para su cumpleaños ya hace dos años atrás—. Se terminó, Atenea. Se terminó lo nuestro.

Se me cayeron las lágrimas demasiado rápido.

—Dixon, te quiero… —dije de repente.

Él miró hacia adelante y puso el coche en marcha.

—Dejé de quererte hace tiempo, nena.

Aceleró el coche y se alejó luego de que las puertas de la mansión se abrieran a su paso. George, el guardia de seguridad, me miró bastante preocupado. Maia y él sabían de mi amorío secreto con Dixon, y también Dana.

Miré el cielo tornándose gris. Iba a llover.

Aunque en mi interior ya estaba formándose una terrible tormenta.

( * * * )

Un mes después…

Las cortinas se abren y veo a mi madre vestida de blanco con un colgante de perlas super sofisticado. Maia trae el desayuno y unas pastillas para mantenerme despierta. Rebeca sabe cómo caer tan mal, y es obsesiva con eso. La miro de mala gana y sonríe cuando me ve ya con los ojos bien abiertos.

—Ya no quiero que vuelvas a beber así, hija, tu padre tuvo que arrastrarte por toda la maldita casa. —Obvio que me lo dice de mala gana, nada en Rebeca Brown es con humildad y paciencia.

—No es asunto tuyo, mamá, ya sabes que todo esto es difícil superarlo en un mes… —Me senté en la cama mientras Maia me guiñaba el ojo dándome las pastillas. Nuestro trato era cambiarlas por pastillas de fresa, eran similares a las energizantes. Mi madre ha sido obsesiva con los energizantes y la vida saludable.

Tomo las pastillas con el agua y le agradezco a la sirvienta.

—Bueno, sé lo que Dixon era para ti. Tu mejor amigo y chófer, pero siempre me ha dado malas vibras ese chico… —Rebeca miró a Maia con mala cara diciéndole que se fuera. Maia retiró la bandeja dejando el café con leche y las tostadas con queso—. Hija, no quiero excusas el día de hoy. Ni tampoco te comportes como una niña caprichosa.

Se suponía que ese día Dixon se casaba con Melanya en Vancouver, e íbamos a ir a su boda porque simplemente nos había invitado. Excepto mi padre, quién seguía enojado con él por la situación.

Me levanté y vi el vestido rojo que Maia me había dejado a pedido de mi madre.

—No me pondré eso, ya tengo pensado que ponerme —le dije mientras la miraba a ella y al vestido colgado frente a mis ojos—. Así que, no creas que me pondré vestidos de tu estilo porque sabes que no me agradan.

—No seas Drama Queen, Atenea, ya demasiado tengo con tu primo. —Mi madre se levantó y antes de abrir la puerta me sonrío con su sonrisa falsa que tanto odiaba—. Te espero abajo con tu tía Aryan, no tardes, cariño.

Me eché hacía atrás y volví a mirar el vestido.

Odiaba ese color en mi cuerpo, a pesar de que me quedara tan bien.

Me levanté y busqué en mi enorme vestidor algo que dejara a Dixon con la boca abierta. Tan arrepentido de haberme dejado sola, y de haberme dejado por aquella perra artista de Brooklyn. Porque entonces, si la boda iba a ser allá, debíamos viajar aproximadamente dos horas hasta Nueva York en un avión privado de mi padre.

Saqué un vestido, apretado al cuerpo y de color negro. Tenía un tajo enorme que dejaba al descubierto mi pierna y muslo derecho. Tomé unos guantes de color negro, y una boina más unos pendientes de color dorado. Unos tacones negros, brillosos. Y cuando me miré al espejo me dije a mi misma: Eres una perra mala, Atenea.

Bajé las escaleras, y fue como si fuese mi noche del baile de graduación. En cuanto mi madre me miró hizo su cara de desprecio, no me aguanta verme de la forma que no quiere. Ya tengo veinte años, no me vestiré como una santa monja.

Cameron silbó apenas me vio, mi tía Aryan sonrió feliz.

—Ugh… ¿Es en serio? —resopló mi madre dándose vuelta y caminando hacía la entrada—. El negro es muy funeral, Atenea, no vamos a un funeral.

—Sí, vamos a ir un funeral, Rebeca… —dije, contradiciéndola.

Rebeca se dio vuelta sorprendida.

—¿Disculpa?

—Hoy muere mi vieja yo, ¿sabes? Así que córrete del camino, estorbas. —Dije pasando por encima de ella y abriendo la puerta de la entrada—. Ah, y, por cierto, ese vestido de Prada ya pasó de moda hace dos años. Deberías usar algo más nuevo.

Escuché como mi tía Aryan se reía a carcajadas a mis espaldas.

Cameron y yo fuimos en el mismo coche hasta el aeropuerto. Un Audi Q5 que mi padre le había regalado para su cumpleaños. Mientras escuchábamos I Feel Like I’m Drowning de Two Feet su coche, no pude evitar recordar todo lo que había vivido con Dixon.

Cada beso, y cada vez que fallábamos hasta que el cansancio nos dejaba secos.

Apreté mi pierna tratando de no excitarme cuando imaginaba todo eso.

—Te ves inmensamente como una chica mala, Atenea, captarás la vista de todos e incluso de Dixon… —lo miré intrigada pensando en que realmente no lo supiera—. Ese patán se perdió de mucho…

—Espera, ¿Maia te lo dijo?

Levantó sus hombros ligeramente, él y Maia también mantenían una relación secreta detrás del cuarto de lavado. Ambos estaban muy enamorados, pero la madre de Maia no permite que se relacione con nadie de nosotros, excepto conmigo. Con quién sabe que nuestra relación ha sido siempre de amistad y fidelidad.

—No es nada malo, Nea —Cameron solía decirme Nea como forma de cariño, él y Lucian me habían puesto aquel apodo cuando éramos niños. Ellos siempre fueron como mis hermanos mayores—. Así que, tienes tu secreto oculto conmigo, Maia, y por supuesto George. Espero que ese patán se quedé con la boca abierta cuando te vea.

Realmente quería eso, pero de repente no.

Me había vestido como una zorra en busca de atención.

Me sentí avergonzada por un momento.

Llegamos al aeropuerto y vi otro avión privado de mi padre. Me pregunté si él también iría, pero cuando bajé del coche pude ver a Dana y Lucian vestidos también de gala. Corrí con mis zapatos para abrazarlos a ambos y quedaron sorprendidos con mi vestimenta.

—Wow… —dijo Dana con una sonrisa—. Te ves increíble, y tan hermosa.

—Parece que la sangre Brown es demasiado potente… —mencionó Lucian en ese momento, y miró a Cameron quien sonrió por lo bajo—. Nosotros iremos en el otro avión por la seguridad de Rosé. Así que, nos veremos allá en cuanto lleguemos.

Yo tenía que compartir el maldito viaje con mi madre, y soportar dos horas de sus burlas y objeciones. Algo que no quería, por supuesto.

—Iré con ustedes —dije de repente, Cameron se sumó al viaje—. Rebeca me tiene harta con todo esto…

Rosé de repente apareció, había recogido las flores que crecían al costado de la pista de aterrizaje. Me las entregó con una sonrisa y morí de amor por dentro.

—Son para ti, Atenea, eres mi diosa favorita —Dana tocó su hombro y le dijo que ya subiera al avión. Lucian tomó las flores y las colocó suavemente en mi boina.

Quedó como una corona de rosas sobre mi cabeza.

Nos subimos al avión y me acomodé en la ventanilla para poder observar las nubes. Cameron de vez en cuando me mencionaba sobre Dixon, en aquel momento Lucian no sabía del caso, pero era obvio que Dana ya le hubiese dicho.

No me ha juzgado por aquello, sin embargo, era como un hermano mayor para mí. Me tocó la mano para que me relaje, en aquel momento no me di cuenta de lo importante que ellos eran en mi vida. Dana me sonrió igualmente y ofreció apoyo.

No estaría sola para enfrentarlo todo.

Cerré mis ojos y dejé que los rayos de luz me dieran una cálida bienvenida.

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