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Historia

Capítulo 6 Mi corazón insiste

Palabras:2834    |    Actualizado en: 09/06/2023

ambor. —Santo Dios, no. John, por favor, no. Sé que yo no te he suplicado y menos te he pedido alguna cosa en todo el tiempo que

e de su madre. Quería un heredero. Ahora, después de todos esos años, él quería un heredero. Después de la humillación y el dolor que había sufrido, la censura social y la culpa que había recibido por la falta de un hijo, ahora él

il años —dij

lo dejara hablando solo. —Un heredero es crucial, Elisa, y lo

estoy dispuesta a volver a tu habitación y menos a tu cama. Además, ¿Qué hay del rumor de que el

omas, nacido como un bastardo no era suyo. —Ya conozco el rumor, pero en este caso, es falso. —Se encogió d

arme lo que tú necesites? -John ni siquiera se molestó en explicarle a su es

un interregno de unos meses en donde viajaré a resolver algunos asuntos, cuando vuelva, los dos, juntos, vamos a asumir el trono como Rey y Reina de

rujido de dos espadas. Ambos estaban determinados a salirse con la suya. —Puede que sea tu mujer en un p

omaremos como residencia el palacio principal y no habrán habitaci

o la nulidad del matrimonio, no me importa si eso crea otro escándalo para es

usa y le dirigió una mirada cálida, inquisitiva— y la misma cama. -Terminó por soltarla y Elisa

nerla igual que un marido a su mujer le resultaba tan horrible, tan intolerable, que apenas podía hablar. Respirando hondo, luchó para recobr

los diplomáticos que venían de todas partes del mundo. John miraba de reojo a Elisa, se manejaba bastante bie

así. Sentía una mezcla extraña de emociones dentro de ella porque no dejaba de pensar que algún día amó a John, pero que ese am

ambiado. Su padre, como tutor de la princesa, tenía sus tratos preferenciales en el palacio, y ella pudo asistir y ver todo aquel lujo. Cuando conoció bien que era un hombre gentil, inteligente y dulce ade

orque quería que él fuera feliz. Mientras lo veía de reojo no dejaba de pensar que ella no era la

mid junto a los embajadores. Necesitaba mantener esas relaciones y Elisa lo sabía. Lo que

ella sabía que cada día que pasaba tenía menos tiempo y ten

ecretos en su nueva facultad de reina, le llegó una carta de John, paró

e te ocurre otra idea, estoy lo suficiente

u desprecio hacia él era tan fuerte en aquel momento que apenas podía creer que sus sentimientos por él hubieran sido alguna vez todo lo contrario. —Que preparen mi auto

tista. Tenía un título, sí, pero le habría dado igual que hubiera sido un comerciante, a ella no le hubiera importado, nunca le importó su status de príncipe heredero. Aquella

tivo físicamente de lo que lo había sido entonces. Al contrario que muchos hombres entrados en los treinta, no había empezado a quedarse calvo ni gordo; John, no. Todavía poseía el cuerpo de un dios griego, y la madurez sólo lo había hecho más fuerte. Bajo su amplio traje, su pecho y sus hombros parecían más grandes que

otras m

la peor noche de su vida y la más grande de las humillaciones que una mujer puede recibir de parte de un hombre. Elisa se derrumbó en una silla, sumida en una amargura que no había sentido durante años. A pesar de lo enfadada que parecía ahora, lo había amado más allá de la razón. Se había casado c

*

más alejado de su reino y no record

ía la

cia. Cuando se despertó, la primera sensación fue de dolor, e intentó volver a dormir, reg

cuanto más intentaba ignorarla, más intensamente parecía taladrarle el cerebro. Quiso taparse los oídos

errado miles de clavos al rojo vivo, pero en su interior sentía un frío penetra

El dolor parecía concentrarse en el muslo derech

o, una vez más, fue incapaz de conseguir que sus músculos le obedec

a demasiado esfuerzo, comenzó

tal velocidad que no sabía si eran sueños o

grito,

no en su mirada ni sombra de coqueteo en sus labios rosados. Permanecía tan quieta que bien podría haber sido una estatua y, aun así, era la criatura más intensa y vivaz que John había visto

ía des

siguió apartarlo. Estaba temblando. Su cuerpo se es

pital de Darmid, sí. Darmid era un país frío, con su constante humedad, su llovizn

ctivos cruzaban su mente, uno nuevo se el

ar. Apretó los ojos hasta que cedió la náusea y, cuando volvió a abrirlos otra vez, vio cosas que le resultaron tranquilizadoramente familiares: el techo y las paredes de lona, su baqueteado escritorio de ébano, las pieles apiladas, los mapas enrollados y

dos arrodillados a ambos lados de su catre, repitiendo incesantemente aquel canto infernal,

umbó de nuevo y cerró los ojos, pero, en cuanto lo hizo, vino de nuevo la imagen de la mujer, la reconocía y era su propia esposa, Elisa, una esposa que no p

osa. Elisa, la mujer a quien había jurado delante de Dios que protegería y honraría y no había hecho ninguno de esos dos juramentos una real

terraza del palac

de volver

que v

había dejado sola y pensando en un lugar que no pisaba desde el funeral de su madre. Y más extraño todavía que parecieran estar reclamándole a miles de kilómetros de distancia, arrastrándol

Lockhart, su mejor amigo, Kyle, hubo disparos, ambos, entrenados como soldados, sacaron sus armas y municiones, y en un abrir y cerrar de ojos estaban rodeados, algunas balas perdidas hirieron a varios de los ataca

k, mi señor. Quedó muy

oy bien y que no

e viajar en

do pod

cho a Elisa que regre

iempo llev

las cuentas notó que había perdido su vuelo. —El médico

Blueberries no aquí. -Luego de su revisión, se preparó un

lver muchas co

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