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aga. El silencio es casi total, roto solo por el eco de mis propios pasos o el gemido distante de otro desgraciado. Me quitaron todo: mi p

terminó con S

ad de México y unos ojos que guardaban una calma que yo nunca había conocido. Para mí, Ricardo Morales, un taquero que se enorgullecía más de su salsa que de cualquier otra cosa en la vida, ella era

ngenu

en el puesto, era en realidad una figura de poder inmenso, una pieza clave en una élite secreta que movía los hilos de esta ciudad como si fueran marionetas. Ellos se h

Me dijo que su vida conmigo había sido una prueba, una especie de exilio voluntario para "entender al mundo mortal", y que su verdadero lugar estaba en otro la

a arrogancia fría que no encajaba en las calles de mi barrio. Me explicaron, sin ninguna delicadeza, que mi vida con Sofía había sido un experimento. Yo era el sujeto

yor con ojos que no mostraban ninguna emoción. "Una peque

no me dieron opción. De un día para otro, sentí un cambio en mí. Un corte en el dedo sanaba en segundos. El cansancio de un día de t

rmando Rojas. En su mundo, él era su prometido, su igual. Mi existencia entera había sido un simple capítulo de entrenamiento en la vida de ella, un prólogo para su verdadera historia de amor con otro. El ho