img La huida de la chica de la jaula dorada  /  Capítulo 2 | 7.14%
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Historia

Capítulo 2

Palabras:1256    |    Actualizado en: 11/12/2025

ista de Ay

ada me había descartado, una evaluación fugaz que me relegó a ser solo otra cara bonita en un mar de ellas

gua para su baño. Se hizo añicos, la porcelana esparciéndose por los impecables azulejos blancos. Mi corazón dio un vuelco. Est

paldas a mí, recortado contra el oscuro horizonte de la ciudad. No estaba mirando la vista, sino mirando fijamente hacia adelante, su postura rígida, los ho

cía más oscuro ahora, más prominente. Todavía llevaba puesto el saco de su traje, la tela cara pegándose ligeramente por la humedad. Se pa

o había un abismo insalvable entre nosotros. Él era Andrés Montero, un titán nacido en la cuna de oro, el nombre de su familia sinónimo

lles vagos, fragmentos captados de las conversaciones susurradas de sus socios o de los informes sin aliento en las noticias financieras. Imponía respeto y miedo, una fuerza silenci

mis pensamientos. No era una pregunta, era una orden, desprovist

, dejando ca

colchando suavemente el frío suelo de mármol. Mi compostu

con una fuerza que me dejó un moretón. Me atrajo bruscamen

cia que rayaba en la ira, un filo crudo que rara vez escuchaba. No

, pero siempre me sobresaltaba. Mantuve mi rostro cuidadosamente en blanco, mis labios

stro, con los oj

? Usualmente eres tan... solícita. -Había una burl

na sonrisa, mi voz

abes que solo me importa tu bienestar. -Las palabras sabían a ceniza, pero eran el guion que había perfeccionado.

n destello de algo ind

fría como siempre, un crudo recordatorio de que mis esfuerzos eran

intentos de entenderlo, podrían realmente romper el hielo. Pero esa ilusión se había hecho añicos rápidamente. La primera vez que había

timaste

ido entregada con un

es volver a poner un pie en el Tec. -Sus palabras no eran una amenaza; eran u

esgarlo todo por un momento de orgullo. Así que aprendí. Aprendí a ceder, a aceptar, a convertirme en la compañera perfectamente dó

ía desechar a voluntad. Mi contrato estaba a punto de terminar, y sabía, co

esta noche, era un escudo. Las lágrimas, calientes e inesperadas, me picaron en los ojos. Las contuve parpadeando, negándome a dejarlas caer, negándome a darle ni

silencio en el departamento era ensordecedor, un compañero familiar. Alcancé mi celular, la pantalla se iluminó con una docena de notific

stacó, una sola palabra: «Mira». Debajo, un enlace

emoción cruda y desesperada que nunca había visto dirigida hacia mí. Y frente a él, Esperanza. Su cabello dorado estaba despeinado, su elegante vestido de noche ligeramente torcido. Él ext

en un beso rudo y urgente. Fue profundo, consumidor, un beso que hablaba de años de de

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