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Historia
El imperio que él le vendió a ella

El imperio que él le vendió a ella

Autor: Gavin
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Capítulo 1

Palabras:1425    |    Actualizado en: Hoy, a las 18:21

esperado por reavivar la chispa con mi esposo, Carlos. Lo sorprendí en nuestr

mujer. Luego me dio una orden: acostarme con su

se servici

» y le prometió mi vida. Estaba tan ansioso por deshacerse de

presionó «fi

rcio y el mismísimo contrato que me

n activo y luego dejarme en la miseria. V

a, con la ayuda del mismo hombre al que fui vendida, no solo me e

ítu

y el trauma del parto. Las curvas suaves, la ternura persistente, para mí er

abía quejado, sus ojos recorriendo mi figura con

ahora es

erto lentamente entre los dos, ensanchado por la distancia silenciosa y no reconocida que había crecido desde que nació nuestro hij

encontré agendando la consulta discreta, y luego la cirugía. Un rejuvenecimiento va

staba cerrando lo que él llamaba «el negocio del siglo». Imaginé su rostro, el lento arder del deseo, e

desesperada por su atención, para que su mirada se detuviera, para que me apreciara. Mi corazón martilleaba mientras e

l panorámico, de espaldas a mí, la ciud

n poco entrecortada,

ón. Un destello del antiguo Carlos. Una oleada de alivio me invadió. Me moví hacia él, mis pasos suaves sobre la

ndo cada gramo de mi esperanza reav

ó, reemplazado por un brillo frío y calculador.

o, su voz plan

me atravesó, una c

a. No

estido carmesí... todo se volvió un desastre doloroso y confuso. Mi c

o e insistente que destrozó el frágil silenc

cúlp

que cualquier distancia física. Escuché la voz de una mujer a tra

rías. ¿De verdad creíste que no me daría

de mí, su esposa. La amarga iro

dulce, un tono que no había usado conmigo en meses-. Ya sabes c

, sus ojos fríos y despectivo

Pujol, solo tú y yo. ¿Y ese ascenso del que hablam

n en el vacío de mi pecho, huecas y burlon

itivo, concluyente. Se volvió hacia m

momento -hizo un gesto vago

elando a Gustavo Díaz, el socio rastrero de Carlos, un hombre cuya

on una lascivia posesiva que me hizo sentir náuseas-. L

de un reconocimiento frío y calculador. Me miró, luego a Gustavo, y de nuevo a mí. Una comprensión escalofriante apareció en su ros

, no para consolarme, sino para agarrar mi barbilla, inclinando mi rostro hacia él. Su pulgar rozó mi labio infer

aba viendo a su esposa. Estaba vie

ponente formidable. Está tratando de adquirir una participación mayoritaria en el Grupo del Norte. Nece

rvicios personales? ¿Estaba usándome

do bajo y peligroso-. Hazlo feliz. Lo que sea que quiera, se lo das.

rden. Una orden de prostituirme por su negocio. Mis ojos, abiertos de par en par por la incredulidad y un hor

educiéndome a un objeto, una herramienta para su ambición despiadada. Apreté las manos a l

te asintió, un gesto seco y despectivo, y

. arreglado. No podemos permi

irme en dos. Pero debajo del profundo dolor, una pequeña chispa helada se encendió. Una resolución fría y dura. Había sido su esposa, su devo

ía para

alda de Carlos mientras se alejaba. No

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