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Historia

Capítulo 4 MI CASA, MI FAMILIA

Palabras:1316    |    Actualizado en: 20/04/2022

ice. Me levanté temprano muy a pesar de que, el día que se levantaba, er

ramente, porque la necesitaba lista para que, quienes pasaríamos el re

té algunos números telefónicos que me encontré en letreros por todos lados, esos que anunciaban servicios a domicilio, p

a las repisas del baño, entonces volví a la cocina para

mioneta conducida por mi mejor amiga. Me acerqué a ella, la saludé con una sonrisa y, encaminándome al asiento trasero

o la cabeza de pequeño azabache de

on la voz ronca, antes de

alabra me hacía realmente feli

gunas maletas de su auto mientras los de l

lo abrazaba con todo el amor que era capaz de sentir por él. ¿Y cómo podía no ama

ijo Diego rato después,

ra capaz de despertarlo, eso era el hambre, esa en nosotros siemp

minamos a la cocina, donde solo

mi abuelo siempre dijo que primero está comer que

osas no muy pesadas, pero, de vez en cuando, Chío y yo fingíamos dejarlo ayudarnos a mo

burló mi amiga cuando solo

grandaban. Desde afuera, mi casa seguía

ncié para mi amiga—, ven

y continuamos

ués. Y me levanté para atender a la puerta que sonaba—. Seguro es

él, pero lo que me encontré fue j

tioné con los ojos

e estaba imaginando. Ni siquiera había alcanzado

y asentí, entonces le in

podía apartar la mirada de ese homb

guía siendo el hombre fuerte que yo recordaba, por eso mis ojos se llen

preguntó Chío, acercán

or amiga, lagrimeando un poco más—. Amiga,

e una amiga suelen ser un gran lugar para desahogar las

—señaló Chío, dándome una excusa para ace

agua, un vaso y me dirigí al jardín donde se encontraba parte de

us espaldas y mi abuelo solo me miró—.

l solo me miró y yo suspiré pensando que de

or, y lo sabes —dijo,

has cosas —recordé con melancolía—.

e miró por unos segundos y l

ado, iba a pedir su perdón y a pedir que me dejara regresar a sus vidas, pero no pude decir una palabra, pues D

—dijo Diego, tirán

sonrisa. Ese niño sí que me hacía bien

le con fuerza, sintiendo cómo pegaba

evando sus brazos al cielo mientras

rdad me hac

a la pizza —pedí—, e

ras interrumpirme y asentí. A ese niño yo n

rer a la casa, yo

uelo, rompiendo esa burbuja de felicida

lo que mi abuelo pensaba, yo no podía culparlo por pensar mal de mí. Yo lo había defraudado antes, le ha

, así que solo lo miré dolida y entré a mi casa; en

anunció Chío, entrando a l

ativa. Yo no podía hablar y mi amiga lo

tanto, nena —

én lo la

spedimos a Chío, que debía volver a Santa Clara, la ciudad que, siete años atrás, me había recibido con

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