forma de calabaza. Las personas ponían dulces ahí. ―¿quieres un dulce? ―le preguntó el niño quitándose la capucha que completaba el traje, su rostro e
la mano en el cuenco y luego la extendió haci
uando le daba un caramelo, o un pequeño chocolate, ya de adulta, en el convento so
y su paladar y le producían un placer inexplicable que la obligaba a querer más y más, se te
ie frente a las puertas a las que llamaban, Serena caminaba por las veredas cercanas, saludaba a los niños y les pedía dulces, a los que se negaban les aseguraba que Dios los e
equeño frasco cuadrado y plano de su bolso, bebió de este y lo extendió hacia Serena, todos esos dulces le habían dado sed, así que cogió el frasco y se empinó. El liquido llegó de golpe a su boca y en un pestañeo estuvo
con la voz congestiona
? ―preguntó Sharon frunc
a que Sharon empezara a sospechar que era una monja de verdad, la llevaría de vuelta al convento ―pero ¡
la oficina de mi jefe cuando él no está ―a Serena se le revolvi
―dijo un poco
ella y bebió nuevamente del
za para cuidar de sus cosas, no deberías robarle ―Los
as ¿entiendes? ¿puedes creer que prefiere botar las cosas que ya no usa que donarlas? Nos trata como mierda y... ―hizo una pausa, sus mejillas se
aclarándose la garganta, aún se
n válidas, de pronto sentía que odiaba al capullo de su jefe sin
o, pequeño pero acogedor, era una casa humilde sin duda, pero eso no le quitaba lo perfectamente limpio y ordenado que se veía todo, Serena tuvo la sensación de que la Madre Alba supervisaba la limpieza de ese lugar, tan severa y despiadada como en el convento ―¿podrías? ―Sharon señaló sus zapatos, mientras ella L
ar por un dolor palpitante en las cienes. En un momento sentía frío y en otro le parecía estar quemándose debajo del
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