H
Era la voz rasposa y agotada del viejo “Anoki”, la que r
ue sufría con su primer parto yaciendo sobre un nido improvisado que u
adre y, darle la espalda no me parecía algo gentil o a la altura de
todos “y, ciertamente le
silla con ese hombre caminando por delante de uno de los caballos más antiguos del rancho, enseñándome a montar. Cuando mi madre murió apenas era un niño,
o le estaba pasando factura a la mano derecha y mejor amigo de mi padre. Su piel cobriza se plegaba en su frente, comisuras y alrededor de sus ojos. Su cuerpo fibroso y
r fácilmente lo que sentían sin necesidad de preguntar, tal y como lo hizo al enfocar los ojos de ni
yegua hacia mí y viceversa —, pero Niebla está a punto. Me lo ha dicho el
í a m
a paso lento y señalando a la vez la parte posterior de
un par de patas negras se asomaba por la abertura vaginal del anim
en mi hombro izquierdo, golpes de ánimos que mi compa
e ver fue su pequeño hocico, tal cual el de Demon a su edad y, esperaba que lo igualara también en i
madre y me dejé c
los rayos del sol en verano y con el viento golpeándoles el rostro. Niebla parpadeaba y estiraba las patas traseras esforzándose por empujar, lo hizo un pa
beber cada vez que el dolor la obligaba a abrir el hocico,
podría conciliar el sueño si no dejaba a Niebla s
yo tomaré el tuyo. Cuando Niebla puje tú tirarás
sin h
cuadrúpeda acabara y si en mis manos
er que viajaba por el túnel de su progenitora, cuyo cuerpo co
hizo entrar en
caballos formaban parte de mi pasado, de mi presente y rogaba cada día que también lo hicieran de mi futuro. No obstante, el parto de Niebla poseía gran importancia para mí, era el hijo de D
nte lo amaba, me había salvado de las garras de la nostalgi
andonado y no comprendía porqué o a qué s
mpre estaba ahí para que le hiciéramos frente como el equipo que decíamos ser. Cuidé de él cuando Karen M
cho algo lo cambió, se portaba retraído. Aquel niño a quien había protegido del dolor y a quien deseaba ver feliz se volvió tímido, triste
actividades. Por ejemplo: cuando entramos en la adolescencia, nuestro padre decidió incursionar en el mundo de los licores asociándose con un viejo amigo de nuestro país vecino —México—, un experimentado tequilero llamado Bernardo Robles, cuya labor comenzó con el cultivo de agave azul en su estado natal Jali
rnacionales para tomar las riendas del negocio de Tequila, sino irse l
iamén su visión del futu
her, quien no contaba con más de dieciséis en ese entonces, lo supo, no puso ninguna resistenci
la idea de que si eso era lo que quería debía aceptarlo si lo hacía feliz, sin embargo lo extrañaba. Mi hermana
de tenerlo de vuelta emprendió el vuelo. No permaneció más de tres semanas con nosotros, fue como si se sintiera asfixiado en el lugar que lo viera nacer y entonces, a cinco años de eso, a
í
lan de
rgaba de recibir los embarques de tequila y de visitar a los Robles en México, una o dos veces al año. El mundo no se acababa con la ausencia de Shaun,
noki al segundo de
minutos la misma madre retiró con sus dientes. Menos mal que esa yegua era uno de los ejemplares más nobles
remidades superiores formando dos puños en señal de vic
ra de rayas azules no salió ilesa en el proces
iente igual que yo, parecía un espej
o me lo había imaginado y; no podía dejar de atisbarlo. Era
tacto, y mi sonrisa se expandió al captar al orgullo
, planeaba ir a celebrarlo con unas buenas cervezas y el
de una
me estaba co
que tu hermano ya está en la casa —dije
fuera, siempre atento a los manda
este asintió en replica, quitándose el som
Anoki y
a cubetada de agua fría en la esp
más Demon me apoyará con eso. ¿Verdad, amigo? —Preguntó,
a palma de mis manos, manchadas c
guró, señalando en esa dirección. A veces me abrumaba la c
lavarme las manos en un recipiente con agua que el mismo Anoki llevara al establo. Posteriormente, me coloqué la chamarra de pana café y subí el ci
mpia a Niebla —pedí, dispuesto a salir con rumbo a la casa —. La pobre debe de estar h
sin dejar de mimar a Demon —.
ento y antes de cruzar el um
ha
en
im
opl
esión de que al
ancas alazanas
cogimiento de hombros —. T
lento, pausado, como procesand
e intensa, abrasadora, tan abrasadora como los mismos rayos del sol derritiendo la nieve en la cima de la montaña. Sin embargo, no olvides que hay honores y pasiones inconmensurables,
o se f
diablos
entender y sus metáforas me enredaban lo
concentraba en ir
que capté fue la parte de ser el jodidamente honorable dueño d