ada de Magnus Grandón aferró con fuerza el mango del paraguas y obs
no debía ser muy diferente al agua de las cloacas: sucia, ácida, asquerosa. Se s
ado el hombro y parte del brazo. Pobre
de flores, cubiertas en su totalidad por
la familia, amado padre y abuelo, que ha partido dejando un gran vacío en
ante cubierta del ataúd de su abuelo, de su amado y dulce abuelo. En su mente, se
! Está oscuro... no puedo respirar.
uedarás hasta que aprendas a ser un hombre —d
encias —le dijo la tía Agust
él, retrocediendo para el
alrededor s
de su tía Elena, que lo había criado como a un hijo. Sin embargo, había allí mucha gente: socios de la empresa, amigos de la familia, desconocidos, nadie que le importara mucho. Y para su fortuna, nadie se
palda y casi se le salió
us, resignación —l
ado la mano en su espalda. Quería mirársela, quería sacudirse
compostur
za de que ya no saldría jamás. Antes de que la multitud se agolpara en torno a la fosa, Mag
todo terminó. Vayámonos rápido de
estamento. No imaginaba Magnus que su abuelo tenía planeada una última ju