De inmediato, Máximo usó su brazo ileso para lanzar lo primero que vio: la lámpara.
El objeto era lo suficientemente pesado como para evitar, durante al menos un par de segundos, que la puerta se abriera, ya que también asustó a César.
"¡Papá! ¡Fuera!", exclamó el joven.
En ese momento, el hombre mayor se encontraba de pie con la cabeza inclinada hacia bajo. Él no había visto nada en absoluto, pero aun así, era consciente de que Máximo y su esposa debían estar haciendo algo, porque ella dejó escapar un pequeño grito.
"¡Lo siento, lo siento mucho!", pronunció él, y cerró la puerta, chocando con Yolanda en cuanto se dio la vuelta.
"¿Qué estás haciendo aquí?", indagó la anciana, quien tenía las manos en las caderas y el ceño fruncido.
"Yo… Tan solo quería que Máximo supiera que obtuvimos el contrato…".
"¿Y acaso no te dije que los dejaras en paz? ¡Dios mío, César! ¡Vete de aquí, vamos!".
Así, se llevó a su hijo de allí. Mientras tanto, Carolina se había quedado aferrada a Máximo, con el rostro hundido en su hombro.
"Tranquila, amor. Ya se fue", indicó él.
"¿Y si él nos vio?", preguntó ella, con su voz un poco apagada.