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Maximiliano Fisterra

Maximiliano Fisterra

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Merlí Fernand fue entregada a un burdel para pagar una millonaria deuda de su padre. Sin embargo, lo que nunca imaginó es que el más grande e imponente capo de la mafia europea la salvaría de aquel nefasto destino. Maximiliano Fisterra es u verdadero nombre, pero todos lo conocen como "Bayá", el hombre más frío y calculador que pudiera existir y el cual, después de haber sido abandonado en el altar por la mujer que quería, decide dejar de creer en el amor. No obstante, la incómoda y molesta condición que le pone su padre para heredar la mafia, lo lleva a buscar una esposa por contrato. Pero lo que nunca imaginó fue que aquella fuese una astuta y testaruda mujer; además de hermosa y dominante como él. ¿Qué pasará entre dos polos que se detestan a morir? ¿Será que con ellos sí se podrá decir que "del odio al amor, hay un solo paso"? Descúbrelo en la candente y apasionada historia de Merlí y... Maximiliano Fisterra.

Capítulo 1 Subasta

* * * * * * * * *Merlí * * * * * * * * * *

—Pues hoy sí terminé muerta, exhausta, como trapo, ¡es más! —exclama Cassandra— ¡mírame! —me pides—. ¿Crees que parezco de 26? Me siento como de 50 después de tanto trabajo —bromea; y yo río—. ¡Dios! No entiendo cómo es que tú has resistido tanto. Si se te ve muy delicada.

—Estoy acostumbrada al trabajo —es lo único que le digo mientras seguimos caminando juntas hasta el barrio en el que vivíamos.

—¡Venga! Pero Enrique me va a tener que escuchar mañana. Él solo nos paga para trabajar hasta las cinco. ¡Mira qué hora es! —articula indignada—. ¡Ocho de la noche, Merlí! ¡OCHO DE LA NOCHE! —indica al mostrarme la pantalla de su celular—. ¡¿Lo ves?! ¡¿Eh?! ¡Pero es que ese tipo me va a oír! O nos sube el sueldo o nos largamos de ese mugroso bar. Ya no puedo aguantar a tanto tío viendo lo que no debería —señala; y yo sonrío.

—Ya, Cassandra, relájate

—P...pe... pero ¡¿cómo es que quieres que me relaje, Merlí?! ¡Ese tipo está abusando! ¡está abusando! —exclama mucho más indignada—. Claro, se aprovecha porque tenemos nuestras necesidades. Yo tengo un hijo al que mantener y tú tienes a tu abuela y al ebrio de tu padre —precisa; y yo sonrío algo triste—. ¡Ay, Merlí! Perdóname, perdóname, perdóname. No debí decir lo de tu padre...

—No, no. Tranquila —le digo al girarme a verla y sonreírle—. Está bien. No es que sea la primera vez que alguien me lo diga y, aparte... —suspiro cansinamente— aparte es verdad —acepto algo decepcionada.

—Yo no logro entender cómo es que sigues haciéndote cargo de tu padre. Entiendo que lo hagas de tu abuela, pero de tu padre no.

—Tú lo has dicho, Cassandra. Es mi padre. No lo dejaría —expreso totalmente sincera—. Yo... lo quiero mucho

—¡Venga! ¡Que tú sí que eres una santa, eh! ¡Después de todo lo que te ha hecho! ¡Y nada es secreto en el barrio! ¡Todo el mundo lo sabe! A ti nada más falta encenderte una velita y llamarte "Santa Merlí" —precisa; y yo sonrío divertida—. Dios santo... ¡Que te admiro, Merlí! ¡Que te admiro! ¡Te admiro mucho! —exclama con su exagerado tono de voz y a mí no me toca más que reír divertida, al tiempo en que decido dejar de patear las pequeñas piedritas que golpeaba, durante todo el comino, como si fuera un balón, para poder concentrarme en la mejor de las amigas.

Cuando lo hago, puedo notar que Cassandra ha detenido su andar y está con la boca entre abierta, con un rostro que reflejo sorpresa, mucha curiosidad, así como también... temor.

—¿Cassandra? —cuestiono extrañada al observarla con mi ceño fruncido—. ¿Estás bien? ¿Qué te pas...?

—Pero venga, ¿qué hacen esos dos autos negros estacionados frente a tu casa, Merlí?

—¿Qué dices? —articulo extrañada al desviar mi vista en dirección a mi casa (la cual ya estaba un poco cerca).

Cuando mi mirada recae sobre aquella, confirmo lo que Cassandra ha dicho.

—¿Visita de algún familiar?

—¿Qué? No... — susurro muy confusa y extrañada cuando, de repente, se hace escuchar un disparo, el cual, precisamente, venía de mi casa.

Seguido a ello, se escucha también vidrios quebrarse y eso logra espantarme y preocuparme. Así que, sin pensarlo dos veces, comienzo a caminar apresurada y luego, correr hasta mi casa.

Al llegar a esta y cuando estoy a punto de entrar, unos tipos salen de aquella y me empujan contra el césped de mi pequeño jardín.

—Mierda —me quejo y, de inmediato, procedo a ponerme de pie y entrar a mi hogar.

No entendía lo que pasaba, pero ahora no me importaba saber quiénes eran esos tipos vestidos de traje (como si fueran guardaespaldas), sino que lo único que me interesaba eran...

–Abuela, papá —musito al llegar a la puerta y, otra vez, un hombre se interpone en mi camino y, de manera sorpresiva, toma mi brazo—. ¡¿Qué le pasa?! ¡Suélteme! —grito algo asustada; y el hombre se queda observándome unos segundos.

—Mmmmm... menudo padre... —es lo único que articula el hombre para luego sonreír con diversión y negar con su cabeza.

Finalmente, me suelta de manera adusta y continúa con su camino; sin embargo, no sin antes pronunciar unas palabras que me dejan confundida—. ¡Esperamos nuestro pago pronto, Fernand¡ ¡Tienes 24 horas! —concluye y, por fin, se va.

Cuando ha desaparecido, yo me apresuro en ir a ver a mi familia.

—¡Papá! —exclamo asustada, al verlo tirado en la sala y con un disparo en su muslo—. Papá, papá, llamaré a emergencias —susurro nerviosa, pero el me detiene.

—No, no lo hagas.

—¡Estás herido, papá!

—¡No lo hagas, Merlí!

—Papá...

—¡Eres un bastardo! —escucho, de pronto, la voz de mi abuela; y me giro hacia ella.

—Abuela, ¿estás bien?

—Bastardo... no entiendo cómo es que pude criar tan mal a mi único hijo —precisa llorosa al tiempo en que se sujeta el brazo izquierdo y se queja.

—¿Abuela? ¿Estás bien?

—Merlí, vete de...

—¡No digas una sola palabra, mamá! —grita papá.

—¡Cállate! ¡Cállate! Ah... aaa... —se queja de dolor.

—¿Abuela? —articulo muy preocupada al acercarme a ella.

—Merlí, hija, vete...

—¿Qué?

—Merlí, mi amor...

—¿Abuela? —la llamo muy preocupada cuando aquella se ha desestabilizado.

—Merlí... —es lo único que dice y después, se desvanece por completo.

* * * * * * EN EL HOSPITAL * * * * * *

—Doctor, doctor, ¿puedo ver a mi abuela o a mi padre? —le pregunto al hombre que los estaba atendiendo, ni bien sale.

—Su padre y su abuela están bien, pero ambos necesitan descansar; sin embargo, ella insiste en verla.

—¿Y puedo hacerlo?

—Sí, claro que sí. Sígame, por favor, pero le recuerdo que solo podrá estar con ella 5 minutos.

—Sí, doctor. Lo que usted diga —respondo y, luego de eso, aquel me lleva hasta la habitación de mi abuela.

Yo entro al cuarto rápidamente, me acerco a su lado y tomo su mano.

—Abuela... —susurro; y ella abre sus ojos.

—Mer... lí —pronuncia mi nombre con dificultad y luego, llora.

—Abuela, tranquila, estarás bien...

—Merlí, vete...

—Abuela, no entiendo de qué hablas.

—Te vendió...

—¿Qué?

—Él te vendió —articula y luego, se echa a llorar—. Corre, Merlí, escóndete.

—No entiendo de qué me estás hablando, abuela —expreso extrañada.

—Tu... tu padre, mi hijo... —empieza a llorar— te vendió —completa y, cuando dice ello, me quedo completamente absorta y desconcertada—. Vete, Merlí, vete... me suplica y, de repente, empieza a sonar un fuerte pitido de la máquina que estaba a un lado de su cama.

En ese instante, llegan médicos, enfermeras y me sacan de ahí. Lo único que me dijeron era que esperara afuera, pero no podía hacerlo; solo había una cosa que necesitaba hacer: confrontar a mi padre.

Sabía que no me dejarían verlo, así que me escabullí como sea en su habitación.

—Vete de aquí o mando a que te saquen...

—Mi abuela me acaba de decir algo...

—¡Vete de aquí! Dije que no quería visitas...

—¿Me vendiste? —pregunto de pronto; él se queda callado—. ¡Responde carajo! ¡¿Me vendiste?! —exclamo exaltada, pero él no responde, ni si quiera me pone un mínimo de atención.

Ante ello, decido acercarme a su cama y tomarlo de los pies, logrando así que él se quejara del dolor, debido a su pierna recién operada—¡¿Me vendiste?! ¡Responde! ¡Te lo exijo!

—¡Sí, sí! ¡Te vendí! —acepta sin descaro o remordimiento—. ¡Y ni se te ocurra escapar! —me amenaza—. Ellos fueron claros. Si tú no estás en su burdel, dentro de 24 horas, vendrían por mí... y por tu abuela —señala sin culpa; y aquello me hace sentir muy triste, pues poco parecía importarle el cómo me sentía con tamaña noticia.

Sabía que mi padre era capaz de muchas cosas, pero jamás de algo tan ruin. De pronto, siento las lágrimas rodar por mis mejillas; no obstante, las limpió muy rápido, pues no tenía tiempo para eso.

—¿Dónde está ese burdel? ¿Con quién debo negociar?

—No se puede negociar con ellos porque yo ya lo hice...

—¡¿Ah sí?! ¡¿Y cuál fue tu negocio?! ¡¿Venderme?! —increpo furiosa—. ¡Dame la dirección del maldito lugar y el nombre de la persona con la que debo negociar!

—Black Subway... y el nombre del tipo es Rashad.

—¿Dónde está? —exijo

—Vieja entrada, calle 2, puerta azul... —termina de decir y, rápidamente, me doy media vuelta para salir del lugar.

—¡No vayas a arruinar mi negociación, Merlí!

—¡Cierra la boca, viejo ebrio! —lo insulto y, después de eso, voy en dirección de aquel lugar.

* * * * * * EN EL BURDEL * * * * * *

Entro al extraño y recóndito lugar; y un hombre de negro me recibe.

—Nombre —exige.

—Vengo a buscar a Rashad —digo muy seria; y él se ríe en mi cara.

—Rashad es de una noche. No creas que se ha enamorado de ti.

—¡Debo hablar con Rashad! ¡Dónde está Rashad!

—Hey... ya vete de aquí; no molestes, niña —me empuja y eso me hace perder el equilibrio hasta el punto de sentir caerme hacia atrás; sin embargo, alguien no lo permite.

—¿Está bien? —me pregunta un serio, alto, atractivo, imponente y sexi hombre de traje muy elegante y a la medida (quien, extrañamente, traía gafas oscuras).

—Busco a Rashad —es lo único que digo; y él asiente para luego ir hacia el hombre que me había empujado y tirarle una bofetada—. ¿Recuerdas la regla? ¿eh? —le tira otra bofetada—. ¿RECUERDAS LA REGLA?

—Sí, señor, perdón.

—Perdón nada. No admito otro error —parece amenazarlo—. Uno más y te vas —señala muy autoritario—. Y sabes lo que eso significa —le dice; y el hombre palidece—. Llévala con Rashad —ordena y, luego de eso, ingresa al interior del lugar y desaparece.

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * *

—Quiero resultados —es lo primero que digo, al ingresar a la oficina principal del burdel.

—Tenemos mercancía nueva, en menos de 24 horas.

—¿Quién?

—Una joven de 25 años.

—¿Ella decidió pagar así? —cuestiono divertido.

—Señor...

—No digas nada. Ya sé la respuesta. Todas las mujeres son iguales. ¿Cuál es el monto de deuda?

—La chica lo compensará con creces.

—¿Por qué la seguridad?

—Es muy guapa. Aparte ya la mandé a investigar y solo ha tenido un novio; es probable que sea virgen. Sabe que la mercancía nueva vale muchísima pasta.

—¿Virgen a los 25? No lo creo —menciono seguro—. Solo espero que el monto de la deuda sea cubierto.

—Totalmente, estoy seguro de que será una favorita. Mire su foto —me pide uno de los hombres que trabajaba para mí, al poner unos papeles sobre la mesa y... una curiosa foto (la cual tomo para observarla).

—Ya la vi; no es muy guapa... —preciso al tirar la imagen sobre el escritorio, con cierto desprecio.

—¿Cómo que no? Es nuestro mejor ingreso —señala y, de repente, suena el teléfono.

—Atiende la llamada —le ordeno y él lo hace.

Mientras tanto, yo me quedo pensativo, al recordar la estúpida cláusula que mi padre había puesto como único requisito para que yo heredara la organización por completo.

—Venga, señor Bayá. Le mostraré que la mujer vale mucha pasta.

—¿Ahora? —pregunto aburrido.

—La mercancía llegó antes de lo esperado. Justo para el evento principal de la noche.

—Bueno, más vale que sea como digas, sino ya sabes las consecuencias —advierto.

Después, solo salgo de la oficina y voy al salón de ventas sin esperar respuesta alguna. No la necesitaba.

Ya en el salón, puedo observar cómo están nuestros mejores clientes ahí.

—Señor, por favor, tome asiento —me pide uno de mis sirvientes; y lo hago.

Luego de eso, el evento de la noche empieza. Pasan los minutos y muchas mujeres desfilan por la pasarela. Mujeres que decidieron entrar al negocio por su propia voluntad, mujeres que solo buscaban dinero fácil para darse los lujos que deseaban; SOLAS, sin amedrentamiento alguno.

"Así son todas", es lo único que me repito en silencio.

—Y con ustedes, nuestro nuevo ingreso —anuncia el anfitrión y, de pronto, sale esa mujer que decidió venderse por pagar una deuda y, muy seguramente, por ganar más dinero.

—¡SUÉLTENME! ¡SUÉLTENME! —grita demandante mientras dos hombres la traían del brazo, a la fuerza, para pararse en el centro de la pasarela—. ¡SUÉLTENME! ¡LES DIGO QUE ME SUELTEN! —ordena con mucho carácter, pero miedo también.

—¿POR QUÉ GRITA? —pregunto molesto y desconcertado.

—Señor...

—¡CERDOS! ¡ESO ES LO QUE SON! —acusa—. ¡SUCIOS CERDOS! ¡SUÉLTENME! ¡SÁQUENME DE AQUÍ! ¡YO VINE A NEGOCIAR EN NOMBRE DE MI PADRE! ¡NO A QUE ME PUSIERAN COMO UN PEDAZO DE CARNE FRENTE A UNOS VIEJOS COMO USTEDES! —articula entre llanto.

—¿QUÉ ES LO QUE HA DICHO? —pregunto molesto al levantarme de mi asiento y confrontar al administrador del lugar.

—Señor —me mira asustado.

—¡¿Cómo que a nombre de su padre?! ¡¿La deuda no es de ella?!

—Señor...

—¡RESPONDE!

—Su padre nos la ofreció. ¿Cuál es la diferen...? OU... —se retuerce de dolor.

—Aquí, cada mujer ofrece sus servicios a voluntad, ¡No obligadas, idiota! ¡Quítate de mi vista y detengan la venta!

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

* * * * * * * * *Merlí * * * * * * * * * *

Ya no pude más y me quebré. Después, solo escuché cómo los hombres ofrecían cantidades de dinero por mí. Vine a este lugar a negociar, pero solo se limitaron a burlarse de mí y luego, luego solo me vistieron y me trajeron hasta esta pasarela.

—Vendida —escucho y levanto mi cabeza para así encontrarme con la imagen de un asqueroso hombre venir hacia mí.

—Hola, preciosura —me sonríe y trata de acariciar mi rostro, pero no se lo permito, sino que, por el contrato, me alejó y me atrevo a escupirle en su rostro.

—Rebelde, como me gustan —señala—, pero me temo que tendré que enseñarte a respetar a tu amo, preciosa —me informa y, luego de eso, eleva muy alto su mano y veo cómo tiene la intención de estamparla contra mi cara; sin embargo, cuando estaba a punto de hacerlo, alguien lo detiene, lo golpea y, finalmente, lo empuja a un rincón del salón.

—Pero ¡¿qué es esto?! ¡La acabo de comprar! ¡Su primera vez es mía! —señala el cerdo.

—¿Me contradice? —pregunta el hombre que no permitió que me golpearan y el cual resulta ser el mismo que vi en la entrada de este lugar.

—Ah... no..., no, señor, perdón, perdone usted —le responde el otro.

—Tú, sígueme —me pide el hombre alto y atractivo de ojos grisáceos.

—¿Cómo sé que no me hará daño?

—Tú decides. Vienes conmigo o te quedas aquí, esperando a que cualquiera te compre. Esas son tus opciones —manifiesta muy serio.

—¿Cómo sé que usted no quiere lo mismo?

—Porque me pareces poco atractiva, no te tocaría por ese motivo y porque no obligo a mujeres a estar conmigo; no tengo la necesidad —menciona autosuficiente—. Bueno, si quiere, me sigue —es lo único que dice y, luego de eso, sale del lugar por el mismo pasillo por el que entré.

"Mierda, no tengo otra opción", señalo al ver a mi alrededor, así que sin pensarlo mucho, me pongo de pie y empiezo a seguir al hombre que, de algún modo, me había salvado.

Aunque tenía que ser sincera conmigo. No confiaba ni podía confiar, en lo más mínimo, en él, así que sabía que tenía que cuidarme... y mucho.

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