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Sabrina tardó tres años enteros en darse cuenta de que su marido, Tyrone, era el hombre más despiadado e indiferente que jamás había conocido. Él nunca le sonrió y mucho menos la trató como a su esposa. Para empeorar las cosas, el regreso del primer amor del hombre no le trajo a Sabrina nada más que los papeles del divorcio. Con la esperanza de que todavía hubiera una posibilidad de salvar su matrimonio, le preguntó: "Tyrone, aún te divorciarías de mí si te dijera que estoy embarazada?". "¡Sí!", él respondió. Al comprender que ella no significaba nada para él, Sabrina finalmente se rindió. Firmó el acuerdo de divorcio mientras yacía en su lecho de enferma con el corazón hecho pedazos. Sorprendentemente, ese no fue el final para la pareja. Fue como si Tyrone despejara la mente después de firmar el acuerdo de divorcio. El hombre que alguna vez fue tan desalmado se arrastró junto a su cama y le suplicó: "Sabrina, cometí un gran error. Por favor, no te divorcies de mí. Te prometo que voy a cambiar". Sabrina sonrió débilmente, sin saber qué hacer...
"Señora, el examen que le realizamos indica que las paredes de su útero son inusualmente delgadas, lo que pone en riesgo la vida del feto. Es fundamental que cuide su alimentación y evite la actividad física extenuante", explicó el médico, al mismo tiempo que le entregaba a Sabrina Chavez una prescripción. "Aquí tiene. Vaya por su medicamento".
"Entendido, doctor", respondió la joven, tomando con cuidado la prescripción de las manos del médico.
"No olvide cuidarse muy bien. Este es un asunto serio", enfatizó el galeno. Después de todo, un endometrio delgado podría aumentar el riesgo de un aborto espontáneo. Y, lamentablemente, algunas mujeres que han sufrido un aborto espontáneo posteriormente enfrentarían dificultades para volver a concebir.
"Gracias, doctor. Me cuidaré muy bien", aseguró Sabrina, esbozando una sonrisa decidida.
Llevaba casada tres años, tiempo durante el cual había anhelado ese bebé, de modo que estaba decidida a hacer todo lo que estuviera a su alcance para protegerlo.
Al salir del consultorio, la joven fue por su medicamento y regresó a su auto.
Después de poner en marcha el vehículo, el chófer la miró por el espejo retrovisor, y le informó: "Señora, está previsto que el vuelo del señor Blakely llegue a las tres de la tarde. Aún faltan veinte minutos. ¿Quiere que la lleve al aeropuerto?".
"Sí, por favor".
La idea de reunirse con su marido en tan solo unos minutos llenó el corazón de Sabrina de ternura, y dibujó en su rostro una sonrisa.
Su marido, Tyrone Blakely, había estado en un viaje de negocios durante casi un mes, de modo que lo extrañaba mucho.
Durante el trayecto al aeropuerto, la chica revisó repetidamente el informe de su chequeo prenatal, con la mano apoyada suavemente sobre su vientre.
En solo ocho meses, ella y Tyrone le darían la bienvenida al mundo a su hermoso bebé.
Estaba ansiosa por darle a su marido la feliz noticia de inmediato.
Una vez que llegaron al aeropuerto, el chófer estacionó el auto, y preguntó: "¿Va a llamar a su esposo?".
Sabrina echó un vistazo a su reloj de pulso y trató de llamar a Tyrone, pero no obtuvo respuesta.
"Tal vez su vuelo se retrasó. Esperemos un poco más", sugirió la joven.
Tras una larga espera, el susodicho seguía sin aparecer.
Sabrina volvió a llamarlo, pero el resultado fue el mismo...
"Sigamos esperando", dijo la chica.
Después de todo, los retrasos en los vuelos eran algo común, y a veces incluso eran de horas.
Dos horas más tarde, Sabrina volvió a llamar a su marido. En esa ocasión recibió respuesta casi de inmediato. "Tyrone, ¿ya llegaste?".
Después de un silencio inesperado, una voz femenina desconocida dijo: "Lo lamento. Tyrone está en el baño. Te llamará más tarde".
Antes de que Sabrina pudiera responder, la llamada se terminó abruptamente.
Confundida, miró su celular.
Hasta donde ella sabía, su esposo no se llevó ninguna asistente con él en ese viaje.
Mirando la pantalla negra de su celular, la joven esperó ansiosamente la llamada de Tyrone.
Pronto transcurrieron diez minutos, pero el hombre no le devolvió la llamada.
Cinco minutos después, Sabrina volvió a llamarlo.
Después de una larga espera, por fin contestaron y, una voz masculina familiar la saludó: "¿Sabrina?".
"Tyrone, ¿dónde estás? Estamos esperándote en el aeropuerto".
Tras una pausa, el hombre contestó: "Lo siento, olvidé encender mi celular después de aterrizar. Ya me marché del aeropuerto".
Al escuchar eso, la alegría que la chica sintió al principio se desvaneció instantáneamente. "Entonces... Estaré esperándote en casa. Hay algo que tengo que decirte".
"Yo también tengo algo que decirte".
"Le pediré al chef que prepare tus platillos favoritos para la cena".
"Cena sin mí. Aún tengo algunos otros compromisos, así que llegaré tarde a casa".
Tratando de ocultar su decepción, la joven contestó: "De acuerdo".
Cuando estaba a punto de colgar, nuevamente escuchó la voz de la mujer que respondió la primera llamada. "Tyrone, lo siento. Olvidé informarte que Sabrina llamó".
Ante eso, el corazón de la aludida dio un vuelco, y un ceño frunció su frente. Justo cuando estaba a punto de preguntarle a su marido quién era esa mujer, la llamada se terminó abruptamente.
Mirando la pantalla de su celular, la chica frunció los labios con decepción. Entonces, se volvió hacia el chófer y le dijo: "Regresemos a casa".
El hombre, al sentir la angustia de su patrona, obedeció en silencio.
A pesar de la confusión, Sabrina se obligó a comer, por el bien del bebé que estaba esperando.
El televisor de la sala de estar se encontraba encendido.
La chica se sentó en el sofá con un cojín en los brazos y, con frecuencia miraba su reloj de pulso. Honestamente, no se sentía de humor para ver la televisión.
A las diez en punto, la fatiga la venció y se quedó dormida.
De repente, sintió que la cargaban...
Aún adormilada, detectó un olor familiar, mezclado con una pizca de alcohol. "¿Tyrone?", murmuró.
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