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Prisionera por compromiso

Prisionera por compromiso

3.3
10 Capítulo
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A Aria Rose le parece repugnante la idea de tener que casarse con un hombre diez años mayor que ella, pero tendrá que hacerlo si quiere que la familia Mitchell recupere su fortuna. Lo único que sabe de su prometido, Cassius Blackwood es que es un hombre poderoso y extremadamente exitoso, que nadie lo ha visto y está en ascuas por saber cómo la tratará. Sin duda, piensa que es un hombre al que hay que temer.

Capítulo 1 Lo siento pero tendrás que casarte

Aria Rose Mitchell es una joven promesa. Cassius Blackwood no sólo es el dueño de la empresa más reconocida de Inglaterra, sino que también es un magnate billonario. Es sin duda una persona exclusiva y snob, además de egocéntrico.

Aria es maestra de una escuela primaria, galardonada con algunos premios, considerada una prestigiosa autora de distintos libros sobre el cuidado infantil y ganadora de un premio Nobel por la invención de un método infalible para enseñar a los niños a hablar. Por lo que disfruta mucho su trabajo, sin embargo a su padre Henry casi le da un infarto al escuchar su elección. Su madre Rose, por el contrario, siempre estuvo de acuerdo y ayudó a persuadir a su padre para que pudiera estudiar lo que ella más quería y no finanzas, como él.

En casa de los Mitchell…

— ¡Te dije que debías de estudiar finanzas! —reprochó el hombre de avanzada edad al ver que ya no les quedaba un céntimo.

Aria, con la cabeza gacha se limitó a asentir, su padre ponía en duda todo aquello que le había costado trabajo.

—Estarías continuando con mi legado,

yo no tendría porqué haber vendido la empresa. —continuó el hombre.

—Henry, ya déjala en paz. —Intervino su madre como de costumbre— si vendiste la empresa fue porque en su momento te pareció lo correcto. Tu hija no tiene la culpa de tu mal manejo de finanzas, ¡ganó un Nobel! ¿Qué más quieres? ¡Deberías de estar orgulloso! ¿Tú qué tienes?

—Querida Rose, no te involucres en esta situación, estoy hablando con la niña. Y un maldito premio Nobel no nos saca de pobres.

—Discúlpeme señor Henry Mitchell por meterme en asuntos de MI HIJA. —Habla Rose con tono desafiante.

Aria, devastada decide ir a empacar lo que tendrá que comer en el almuerzo.

Sin despedirse, sale de casa de sus abuelos y se apresura a tomar el autobús. En el trayecto, no deja de culparse por estar en aquella situación; en el pasado, ni siquiera tendría por qué estar tomando el transporte público. No podía dejar de darle vueltas al asunto, pensó que su padre tenía razón y en la posibilidad de recuperar la empresa familiar, pero eran nulas.

Ya no había manera de recuperar la empresa y las propiedades Mitchell. Después de vender la empresa, su padre gastó todo sin pensar a futuro. Vivía cómodamente y gastaba como si no hubiera un mañana, cosa que los hizo estar en esa situación. Los padres de la señora Rose habían fallecido años atrás, y lo único con lo que contaban era con esa mansión que heredaron a su primogénita. Aria estaba agradecida con sus abuelos, de no ser por ellos, estarían en la calle sin un centavo. Si sobrevivieron a esta época de austeridad fue por su salario como maestra de primaria, aunque su padre se quejase, bien o mal, tenían un plato en la mesa. Claro que ya nada era como antes y no gozaban de la opulencia y ostentosas mansiones ni lujosos restaurantes.

Se preguntarán cómo es que un millonario llegó a gastar toda su fortuna, y la respuesta no es tan simple como parece, pudo haber vendido la empresa como acto de rebeldía ya que su única hija no tenía intenciones de seguir con el legado, pero la verdad es aún más compleja. Su mejor amigo, Antoine Rothschild le jugó una trampa donde Mitchell le cedía todos sus bienes. Por más que Henry apeló en el juzgado por demostrar lo contrario, Rothschild ganó el juicio. Se creé que el juez tuvo que ver con que fallara a su favor. Así es en el mundo de los ricos, puedes comprar personas como si fueran un yate de ochenta millones de dólares.

En la escuela primaria Hanford…

— ¿En qué tanto piensas? —Pregunta Clark con ojos pispiretos.

—En nada, estoy bien.

— ¿Sabías que no puedes mentirme? Te conozco bastante bien y desde hace vario tiempo. —La pelirroja se sienta en el escritorio y sacude el hombro de su amiga.

Al ver que no respondía, tomó su cara entre sus manos e hizo que la mirara directamente a los ojos.

—Ey, sabes que cuentas conmigo. Por algo soy tu mejor amiga.

Aria aparta la vista y quita las manos de Isabella, parándose para caminar y borrar lo que había escrito en el pizarrón.

Respira profundo, decidida a contárselo.

—Ya sabes, lo mismo de siempre. Mi padre peleando con mi madre por culpa mía, mi elección de carrera y falta de dinero.

Isabella no parecía sorprendida, sabe que el padre de su mejor amiga es un imbécil y que la hace sentir mal por culpa de sus propios problemas.

—Ya te he dicho que no tienes que hacerle caso, y mucho menos culparte. —La toma por los hombros y sacude su cabello de forma amorosa— ¿A ti te gusta esto?

Aria asiente sin decir nada.

—Ahí tienes tu respuesta, estás en el camino correcto, y lo hiciste todo sin ayuda de tus padres.

Sus palabras la reconfortaron, pero sabía que esa sensación no duraría por mucho.

—Te invito a comer y de ahí al antro, ¿qué dices?

—Te acepto la invitación a comer solamente.

Isabella a veces creía que su amiga era una mojigata.

Aria pasó un gran rato a la salida de la escuela, pensó en lo afortunada que era por tener una amiga de verdad, que entendiera sus problemas y que estuviera cuando más la necesitaba. Conoció a Isabella en el colegio hacía dos años, cuando tan sólo tenía 20 y nadie quería hacerla su amiga pues se decía que había entrado por palancas, y todos pensaban que alguien más tendría que ocupar su puesto, alguien que de verdad lo necesitara.

Cansada y hastiada por el largo día, Aria regresó a la mansión de su madre y corrió hacia la cama para tirarse y no pensar más en este día tan fastidioso.

Antes de que pudiera poner siquiera un pie encima, su padre ya estaba tocando la puerta. Maldijo para sus adentros y se dispuso a abrir.

—Hija, lamento haberte hecho creer que todo esto es tu culpa, tu mamá y tú saben que es mi culpa, no debí de haber confiado en esa maldita rata traidora..

—Está bien papá, pero tú tampoco tienes la culpa de nada.

Henry soltó un suspiro y se recargó en el marco de la puerta, cansado. Su esposa le siguió y se cruzó de brazos, expectante.

—Dile, vamos… ¡A ver si tienes las agallas!

Aria ya lucía confundida, sabía que algo estaba pasando y no quería escucharlo.

Henry hizo acopio de todas sus fuerzas y soltó la bomba:

—Lo siento hija, pero te vas a casar.

Rose colgó la mandíbula, ¡ese no era el trato!

—No, tú no te vas a casar si no quieres. —Trató de componer lo que su marido había arruinado.

Había tenido una charla con su esposo sobre casar a su hija con un acaudalado, y ella no estaba de acuerdo, pero le parecía una locura. De todos modos, tampoco veía una salida a su problema.

En la mañana, después de que su hija saliera a dar clases, le llegó al señor Mitchell una oportunidad que no podía rechazar. Todos en el mercado sabían que estaba quebrado, y alguno de tantos quería aprovecharse de su situación. Le enviaron un sobre que contenía una carta y en ella se leía:

Apreciable señor Mitchell, soy consciente de su situación actual y permítame decirle que era un gran admirador de su trabajo, siempre he confiado en su credibilidad, sé que se ha cometido una tremenda injusticia al culparlo sin hacer demasiadas preguntas. Habiendo dicho eso, como supone, mis intereses son para mi beneficio propio, y, al no contar con una pareja a mis treinta y dos años de vida, se me hace fundamental compartir mi vida con alguien a quien amar por el resto de mis días, alguien que además en su momento fue de mi condición. Por favor, no se alarme, que no he pedido a su esposa, si no más bien, a su hija. He tenido el honor de verla un par de veces en las revistas, y me llamó más la atención cuando salió en la lista de 30 under 30 en Forbes. Como sabrá, busco una pareja interesante, bella e inteligente, que pueda procrear, y su hija ha captado completamente mi atención. Sepa que cuando esté conmigo, proveeré todo lo que a ella le falte, nunca dejaré que nada la atormente, y cuando esté conmigo nadie nunca le tocará un pelo. Espero no sonar muy rudo y cruel con mis plegarias, pero estoy realmente Interesado en su primogénita, espero su confirmación pronto, y también espero la aceptación de su su hija, ya que sin su aceptación, no podré hacer nada. Comprenderé si no aceptan mi oferta, pero de verdad ansío formar una familia prontamente.

Atentamente, Cassius Blackwood.

El sobre tenía el logo del apellido Blackwood y se veía tan pulcro como elegante.

Cuando el señor Mitchell leyó el remitente, casi se infarta. No podía creer que un empresario tan importante se interesara en su hija. Nadie nunca le ha visto la cara, pero por fin podría tener la dicha de emparentarse con algún importante.

—No. No me voy a casar con nadie. —Habló Aria por primera vez después de sopesar el significado de las palabras de sus padres

¿Acaso creían que era un mueble? ¿Que no tenía sentimientos?

—Hija, piénsalo. Él es el hombre más rico de toda Europa. Prometió quererte y también su protección. ¿No era eso lo que querías?

— ¡Pero es un anciano! Y ni siquiera ha dado a conocer su rostro, de seguro está horrendo.

—Nos hace falta el dinero, piénsalo mejor hija. —Apretó los dientes, no queriendo ofrecer a su única hija, pero sin ninguna otra opción aparente.

Aria pareció hacer caso a su padre, pero su madre insistía en que no hacía falta que hiciera ningún sacrificio y que se pondría a vender pasteles. La simple idea de que su madre ofreciera comida en la calle, aterrorizó a la joven. No podía permitir tal cosa.

Mientras sus padres gritaban, Aria ya tenía la respuesta y la dijo casi como un susurro.

— ¿Qué?

— ¡Que está bien, aceptaré la propuesta del Señor Blackwood! —Gritó para que por fin pudieran escucharla.

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