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LA ESPOSA

LA ESPOSA

5.0
6 Capítulo
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Rossalind Duval es una espontánea y genuina joven abogada que descubre, poco antes de su boda, la infame traición de su hermana con su prometido. Sintiendo su alma desgarrada , huye desprecavida para encontrrse a la merced de tres malintencionados malhechores. Y, como siempre puede ser peor, sumida en un oscuro túnel de angustia se adentra en las aguas peligrosas del mar. Pero, como todo ocurre por y para algo, un desconocido se convierte en su guardián llevándola a experimentar uno de de los momentos más maravillosos de su vida. Rossalind vuelve a escapar con el corazón más que roto cuando se entera que aquel hombre, aparentemente extraordinario, era en realidad el despiadado y don Juan David Del Villar, quien también era dueño de la empresa para la que laboraba. Mientras, el día en que el atractivo y poderoso David Del Villar, retoma las tiendas de su prestigioso bufete de abogados, se encuentra casualmente con la mujer que había desaparecido como una ladrona después de él haber tomado la inimaginable decisión de aceptar hacerla su esposa. Se debatirá entre sí: cumplir su palabra o castigarla por haberlo desafiado. Los verdaderos problemas que enfrenta éste amor incomprendido surgen cuando Rossalind Duval, sin saberlo, accede a convertirse en la ESPOSA de David Del Villar.

Capítulo 1 Traición en la boda

Rossalind, o Ross como le llaman sus cercanos, llegó al área de flores de un mercado popular en compañía de su hermana menor Jazmina y su amiga Noemí. A un día de su boda, aún le faltaban algunos detalles importantes, como el ramo de novia.

-Buenos días- saludó con una amplia sonrisa a una mujer de mediana edad de tez oscura, pero de rasgos muy finos, que se cubría la cabeza con un pañuelo negro.

-Buenos días señorita. Ha llegado usted adonde debió llegar- le respondió la mujer, estrechando le la mano.

-Queremos flores blancas para hacer un pequeño arreglo- declaró Jazmina con impaciencia, mirando los alrededores con desdén.

-¿Desea un poco de café?- preguntó esta vez a Ross, ignorando a propósito a su intransigente acompañante.

Jazmina, que era una rubia alta y elegante que no pasaba desapercibida y le gustaba llamar la atención de quien fuere, se molestó. Haciendo mala cara tomó una silla y se sentó con las piernas cruzadas.

-Yo también me voy a sentar- expresó Noemí, quien se había mantenido en silencio.

Habían caminado mucho, y bajo el sol del medio día, era natural que estuvieran cansadas y sedientas.

-Aquí tienes el café- dijo la señora, entregándole una taza a Ross con el líquido negro, y acercándole una silla para que se sentara también.

-¿Acaso te conoce? ¿Por qué tantas consideraciones?- le preguntó Jazmina a su hermana, torciendo la boca y mirándola de soslayo.

-Claro que no, la señora solo está siendo amable- le explicó arrugando el entrecejo.

-Sí, sí, lo que digas- volteó los ojos.

Ross le entregó la taza a su dueña, después de terminar el café, y se dedicó a elegir las flores que buscaba. Le pagó, y cuando estaban a punto de irse la señora la detuvo con una frase:

-Aún no ha llegado él.

-¿Qué cosa?- indagó asombrada, mirando a las otras dos chicas.

La mujer levantó la taza ya seca y continúo hablando.

-Su hombre- hizo una larga pausa-. Es un hombre de mucho poder y dinero. Pero…hay mucha envidia a su alrededor, cuídese de la gente que está a su lado- las chicas se miraron una a otra sin entender.

-¿Hombre de poder? Ja, ¡qué poder y dinero va a tener ese!- se mofó Jazmina refiriéndose al novio actual de su hermana.

-Esas flores…- señaló con un dedo tembloroso - no las van a utilizar. ¿Cree en el destino, señorita?

Otra vez se concentró la señora en Ross.

-No creo en cosas señora, solo en Dios- le contestó.

-Supongo que entonces cree que todo ocurre por una razón. Que Dios nos tiene aquí para un propósito. Busque la definición de propósito y destino, de visión y presagio, ¿sí?

-¿Entonces me está diciendo que no me voy a casar con Joel y que conoceré a otro hombre?- le cuestionó burlona, estaba realmente incrédula y perturbada.

-Eso veo aquí- señaló la taza-. También le dije que se cuide de la envidia y la traición.

-¿Y cómo voy a saber que ha llegado el hombre que…?

- Una camisa… usted conservará una camisa suya.

Las chicas se volvieron a mirar incrédulas.

-Está diciendo disparates. Obvio que si te casarás con Joel conservarás sus camisas como cualquier ama de casa- dijo Jazmina-. ¡Vámonos!

-Te vas a casar amiga, ya no hay marcha atrás- la consoló Noemí, abrazándola por los hombros y haciéndola caminar.

-A veces hay que confiar en el universo, señorita- le gritó la señora a las espaldas de las chicas.

Esa noche Ross casi no podía dormir. La tensión por la boda y lo que le había dicho la señora de las flores, la tenía muy nerviosa. Cuando finalmente el sueño la venció, el abrazo inmovilizador de un hombre grande y fuerte, al que no le pudo ver el rostro, la hizo sacudirse aún durmiendo.

-Ross, Ross, ¿qué te pasa? ¡Despierta!- le llamó Noemí, que se había quedado con ella.

-Oh, ¡por Dios! Solo fue un sueño- respiró aliviada y agarrándose el cuello. Su pecho subía y bajaba por la agitación.

-¿Qué soñabas que te puso de esa manera?

-Soñé que… un hombre me abrazaba y yo… no quería pero tenía que dejarlo… pero él no me soltaba.

-Seguro te dormiste pensando en la doña esa- se quejó su amiga.

-Tal vez, solo un poco. Volvamos a dormir, debemos estar descansadas para la boda.

Ross, al día siguiente, se miró al espejo encantada. Su vestido blanco de encaje, que le cubría el cuello y se ajustaba a su esbelta figura hasta la cintura, desde donde abría en capas hasta cubrirle los pies, no hacía más que resaltar su belleza. A pesar de ser una joven muy conservadora, con su pelo rojizo, largo y ondulado, combinado con sus ojos verdes, era capaz de atraer la mirada de cualquier mortal.

A sus veinticuatro años ya era una abogada que destacaba entre sus compañeros, y precisamente había llegado el día en que se convertiría en la esposa de uno de ellos, Joel Torres. Él era un joven de mediana estatura, de tez clara, pelo rizado y rubio oscuro, con ojos claros. Eran novios desde la Universidad, ella le había ayudado a conseguir trabajo en la misma firma que laboraba.

-Dos años esperando para hacerte mía-le dijo Joel sobresaltándola.

Él se había colado hasta su habitación para verla minutos antes de la boda.

-Cariño, ¿qué estás haciendo aquí? Es de mala suerte ver a la novia antes de la ceremonia- le explicó, tratando de esconderse detrás de la puerta.

-¡Tonterías! Pero bien...- bajó la cabeza en señal de arrepentimiento- Ya me voy- el novio se dio la vuelta y se fue.

Los familiares cercanos de la novia se estaban quedando en el modesto hotel, para de allí dirigirse hacia el club donde se efectuaría la boda. El novio también era parte de los acogidos esa tarde.

-Aquí estoy de regreso para ayudarte, querida- le informó la señora Sonya, su madre, tranquilizándola.

A sus casi cincuenta años, Sonya lucía muy jovial, muy femenina. Llevaba el pelo rubio recortado en capas y casi siempre con ropa muy ajustada, resaltando su voluptuosa figura.

-No me gusta ese maquillaje tan simple- agregó-. Ve donde tu hermana que te dé un retoquito.

-¡Mamaaaá!- se quejó.

-¡Vamos Ross!- insistió su madre.

Jazmina era una rubia despampanante que siempre lucía femenina y a la vanguardia. Dedicaba la mayor parte de su tiempo a holgazanear y a salir de fiestas con sus amigos, era muy enamoradiza o noviera. En verdad, las dos hermanas nunca se habían llevado bien. Desde niñas había existido la envidia, es decir, la menor siempre quería lo que tenía la mayor, y esta tenía que ceder por exigencia de los padres. Pues alegaban que por ser más grande debía apoyar a su hermanita, pero las cosas se fueron saliendo de control y ahora la rivalidad era notoria.

Los padres seguían colaborando con la desunión, ya que, para el padre don Onil, Ross era un ejemplo de disciplina y trabajo y, para la señora Sonya, Jazmina era la hermosa muñeca de la casa que hacía honor a la familia con su belleza y sus encantos. De hecho, a ambos les extrañaba que la mayor, siendo menos femenina y, a su parecer, agraciada, se fuera a casar primero. Los dos últimos hijos de la pareja eran varones, uno había ingresado a una pequeña universidad en su pueblo natal y el otro había entrado a la academia militar. Estos dos siempre habían estado de lado de su hermana mayor, quien era la que le proveía ayuda para sus estudios, el padre estaba pensionado del ejército, pero con el descontrol económico de dos de las mujeres de la casa, el dinero no le rendía, incluso, caía en deudas.

Ross caminó por el estrecho pasillo hasta la habitación donde se quedaba su hermana. Abrió la puerta y le pareció escuchar una discusión en el baño. Como en cámara lenta se acercó más hacia las voces, le parecía haber escuchado a su prometido.

-¡Te juro que no la amo! Desde que me posesione bien en la firma, la dejaré para estar contigo-prometía el hombre.

-¡No te creo, júralo por lo más sagrado!- exigía la mujer.

-Sabes que además necesitamos el dinero del seguro para establecer nuestro propio negocio. Solo debes esperarme dos años.

-¿Por qué tanto?-volvió a protestar la rubia.

-Eso no es nada comparado con la vida que nos espera, y además… siempre podremos escaparnos- la besó en la nariz.

-¿De veras podrás hacerlo?

-¡Claro! ¿Acaso no crees en mi amor?- la abrazó con fuerza.

-¡Me refiero a lo otro, tonto!-medio lo empujó.

-Por nuestra felicidad no me temblará el pulso cuando llegue el momento, sin ese dinero…- la chica se le abalanzó besándolo en la boca con furor.

Él introdujo una mano por debajo de la falda de su vestido y ella soltó un suave gemido cargado de coquetería.

El aire empezó a faltarle a Ross, un nudo en su garganta la asfixiaba y el dolor en su estómago amenazaba con hacerla gritar. Pensó que se iba a desmayar. No podía darse el lujo de desplomarse allí, así que se sostuvo de la puerta del baño que estaba entreabierta, y esta rugió provocando que la pareja se “espantara”.

-Ross… ca… cariño, no es lo que parece… te juro…- Joel corrió hacia ella intentando abrazarla, pero ella lo rechazó y lo empujó con fuerza.

Ross salió disparada tropezando con cualquier cosa que se interpusiera en su camino, con lágrimas que bañaban su rostro.

-¿Qué pasa? - le gritó su madre, pero ella no se detuvo, ni Jazmina ni Joel que la seguían- ¡Les estoy hablando!- volvió a gritar sin obtener respuesta.

Los invitados que presenciaron el acontecimiento se miraban y se preguntaban qué estaría pasando; algunos, incluso, se atrevieron a especular.

Ross corrió por la calle sin importarle las miradas de los curiosos, levantándose el vestido de novia hasta los muslos y calzada aún con un par de sandalias, había planeado ponerse sus zapatos blancos de tacones al terminar de arreglarse. Su larga cabellera era batida por el viento. De pronto chocó con un bote de basura que la hizo caer al suelo, lacerándose la rodilla derecha. Gimió por el dolor, pero escuchó la voz de su hermana que la alcanzaba y, justo en ese instante, vio un auto a punto de emprender la marcha, y olvidándose del golpe se levantó y se montó en él. Estaba tan ensimismada en su angustia que no se percató de lo peligroso de la situación, pues se encontraba en un vehículo a toda velocidad con tres desconocidos de muy mal aspecto. Los tres hombres se miraron con malicia luego de salir de sus asombros.

Llegaron a una solitaria playa que se caracterizaba por continuas elevaciones de arena. Fue entonces cuando ella volvió a la realidad. Miró hacia todos los lados y no vio señal de personas. Hasta ese momento no se había percatado del aspecto sospechoso de los tres individuos. Entonces el pánico se apoderó de ella.

De pronto un gordo con el rostro cubierto por desaliñada barba se le fue encima, sosteniéndola por el cabello, tratando de besarla.

-¡Por favor déjeme! - suplicó- Voy a gritar- amenazó.

-¡No me digas! - se mofó el hombre que la intimidaba.

-¡Vamos, termina rápido! Esperaré mi turno afuera- sentenció un esquelético joven, desmontándose del coche junto al chofer, quien al bajar encendió un cigarro.

Ross pataleo y luchó con su agresor hasta que, finalmente, logró soltarse y salió del auto. Trató de correr, pero los dos malhechores que se encontraban a la espera de sus turnos la detuvieron y la derribaron sobre la arena. Entonces gritó con mucho más fuerza, sin dejar de luchar, un grito que retumbó en todo el lugar.

De repente los hombres se detuvieron, les pareció haber escuchado un ladrido de perro. Y en efecto, volvieron a escuchar los ladridos del animal, que al parecer se acercaba. Los muy cobardes se montaron en el vehículo y se marcharon a toda prisa.

Ross se levantó muy rápidamente y corrió hacia el mar. No podía pensar ni sentir. El destino le había jugado una mala pasada. No solo había sido traicionada por su hermana y su prometido, sino que había estado a punto de ser violada, ultrajada vilmente.

Siempre puede ser peor, reflexionó.

Ahora que solo la acompañaba la noche que caía, con una parte de su cuerpo sumergida en el agua, deseó hundirse allí y lavar sus heridas, despojarse de sus sentimientos y pensamientos. ¿Será que olvidar alguna vez le sería posible?, se preguntó.

De pronto sintió unos fuertes brazos que la cargaban, y otra vez el pánico se apoderó de ella. Le aterraba pensar que habían regresado los “tipos” de los que se había liberado hacía algunos minutos. Volvió a patalear y a gritar “a todo pulmón”.

-¿Qué demonios pretende hacer?- una voz ronca cuestionó, una voz muy masculina y autoritaria.

-Déjeme por favor. Le ruego que no me… haga daño- balbuceó-. No me toque…- vociferó con todo su ser.

-Hacerle…

El hombre la soltó, casi dejándola caer sobre la arena; ella se “tambaleó”, pero logró mantenerse de pie. Lo miró perpleja, dándose cuenta de que no era ninguno de los hombres que la habían atacado.

-Me acusa de atacarla cuando solo estoy tratando de salvarla de su propio intento… ¡suicida!-se quejó él mirándola con el ceño fruncido.

Ross no lograba entender a qué se refería, hasta que lo notó en su forma de mirarla.

-¡Salvarme! ¿Acaso está usted pensando…? - cuestionó acalorada.

-¡Dígame usted, entonces !- arqueó las cejas.

-¿Qué quiere que le diga?- se echó la larga cabellera hacia atrás y levantó el pecho con orgullo. ¿Quién se creía este “tipo” para acusarla de intentar contra su vida?

-¿Qué cosa tan mala pudo haberle pasado para creer que esa sería la mejor salida, ah?- la miró de arriba abajo observando su vestido de novia, que al parecer había sido blanco e impecable, pero ahora se veía gris y desgarrado.

-Mejor me voy, no perderé el tiempo dándole explicaciones que no son de su incumbencia- Ross se movió para irse.

Antes de que diera un segundo paso para alejarse, él la detuvo, haciéndola prisionera, otra vez, entre sus poderosos brazos.

-Suélteme o voy a gritar- sentenció sacudiéndose para intentar zafarse- No permitiré que me ponga sus “asquerosas” manos encima.

-¡Asquerosas!- sonrió sarcástico-¡Míreme! ¿Cree que necesito aprovecharme de una criatura indefensa?- la miró con desdén luego de soltarla.

Hasta ahora Ross no se había percatado de su atractivo. Parecía un dios griego. Era un tipo alto, muy alto y esbelto, de tez bronceada, con el pelo muy negro igual a sus profundos ojos, que eran como un imán. Notó que iba profesionalmente recortado y con ropa casual de marca, que ahora estaba mojaba por sacarla a ella del agua.

-Bueno… solo deseo irme de aquí- declaró titubeante.

-Bien… ¿nos permite llevarla?- le preguntó después de un largo silencio, con las manos descansando en la cintura y mirando a su perro que los observaba en guardia.

-¡El perro!- exclamó Ross.

-Sí, es mi perro.

Era un animal grande y robusto de pelo negro y brillante. Se notaba bien cuidado.

-No la atacará mientras yo no se lo ordene, pierda cuidado- agregó al notar cómo la había impresionado Duc.

¿Ahora qué le pasaba? Se preguntó David, quien a sus treinta y cuatro años se consideraba un seductor nato. No estaba seguro si lo que lo hacía más atractivo ante las mujeres o las personas en general era su físico, su dinero o su poder. Su poder, definitivamente sí que era un hombre de poder, era el único hijo de una familia adinerada, y para llevar los negocios de los Del Villar tenía que ser muy fuerte, y a él se le consideraba implacable. Fue criado para serlo.

De pronto Ross se agachó para acariciar el perro, pero este se resistió con un ladrido, haciéndola temblar del miedo y retroceder.

-¡Duc, basta!-le ordenó el dueño- ¿Qué pretende señorita?- inquirió, llevando la mirada del animal a Ross.

-Él fue que… en verdad me salvó- le confesó-. Unos tipos…- empezó a sollozar.

David se le acercó mucho, pero sin tocarla.

-¿Le llegaron a hacer daño?- le preguntó, ladeando la cabeza, tratando de nivelarla un poco con la de ella. La diferencia de altura era mucha.

Ella negó con la cabeza, sin dejar de llorar.

-Está a salvo ahora, tranquila- agregó.

-Escucharon al perro… a Duc…- empezó a contarle secándose las lágrimas con el dorso de las manos, y con una aparente media sonrisa en los labios.

-¿Si?- David levantó una ceja. Había alcanzado a ver un auto que salía de la playa a toda prisa; como el perro lo siguió, él también. Cuando el animal se detuvo y cambió de dirección hacia el mar, el también lo hizo y entonces se encontró con la imagen de una mujer muy adentrada en las peligrosas aguas.

-...y se fueron- continuó Ross.

-Bien, Duc completará su misión llevándola a casa, es su responsabilidad.

Ella lo miró confusa.

-La llevaremos. Soy David, David Del Villar. Le extendió la mano esperando que finalmente lo reconociera, pues se sabía muy conocido.

-Gracias David… y Duc-le sonrió con timidez a los dos-. Les agradezco la ayuda y el ofrecimiento, pero prefiero irme por mis medios- le dijo después de estrechar rápidamente su mano, prometiéndose nunca más montarse en el auto de un desconocido.

-¡Como quiera! Vamos Duc- el hombre acarició la cabeza de su perro y empezó a alejarse-. Supongo que tiene un auto por ahí, estamos muy lejos de la ciudad- le informó sin detenerse.

Ross pareció pensarlo por un minuto.

-¡Esperé!- corrió detrás de él hasta alcanzarlo.

Él no dijo nada.

Para ese momento ya la luz de la luna alumbraba el lugar y los abrazaba con su calidez.

Siguieron caminando hacia donde David había dejado el auto. Ross lo hacía con dificultad quedándose muy atrás, el forcejeo y la tensión del día habían provocado que ahora le dolieran casi todos los músculos.

David se detuvo, retrocedió y sin previo aviso la levantó en brazos.

-¿Qué hace? ¿Cómo se atreve? ¿Qué es lo que pretende?- preguntó alarmada y sin fuerzas para luchar, pero sin dejar de protestar.

-El auto está un poco retirado y al paso que vamos nos va a encontrar el sol aquí- le explicó, y ella dejó de refunfuñar.

Mientras se encontraba en sus brazos, de vez en cuando lo miraba de reojo. No solo era atractivo y fuerte, sino que olía muy bien. Su perfume se mezclaba con el aroma inconfundible de la sal, las rocas y la vida marina.

Al llegar al auto, la puso sobre la arena, abrió la puerta y le ayudó a sentarse. Lo hacía con tanto cuidado como si se tratará de una muñeca de porcelana.

En el pulcro interior del Lamborghini, la desaliñada imagen de Ross era más obvia. Ahora sí destacaba el sucio de su rostro y despeinado cabello, y su vestido haraposo.

Sin embargo, él sí parecía hecho a la medida: de finos rasgos con su nariz puntiaguda, sus ojos oscuro como la media noche adornados con pobladas cejas bien delineadas y bajó una copiosa hilera de largas pestañas que parecían molestarle al parpadear, abundante cabello que cubría hasta sus sienes y sus labios perfectos. Su torso era inmejorable. Era poseedor de una pacífica y educada forma de hablar que molestaba al inculto. Todo él reflejaba sensualidad y poder. Sus delicadas manos tomaron el volante e hicieron encender el auto.

Ross observó con disimulo sus movimientos.

-Necesito saber cuál es su dirección- solicitó sin mirarla, después de un largo silencio que había durado lo mismo que su travesía por una solitaria carretera.

Ross “titubeó”. De ninguna manera iba a regresar a aquel hotel donde le habían roto el corazón y desgarrado el alma. Y si regresaba al pequeño apartamento que compartía con su hermana, seguro su familia la encontraría y no estaba de humor como para lidiar con ellos.

-Prefiero…- no pudo continuar. ¿Qué iba a hacer? No tenía dinero ni teléfono, nada, se dijo.

-¡Señorita! Espero por usted- volvió a decir, ya estando en el centro de la ciudad.

-Lo sé… lo siento- se disculpó por nada, cabizbaja.

-¿No desea ir a su casa?- adivinó- Estamos cerca de la mía. Puede venir con nosotros, si lo desea.

Ella abrió mucho los ojos. ¿Qué pretendía este hombre?, se preguntó.

-No me mire así- le lanzó una rápida mirada-. Ni siquiera es usted mi tipo, es menuda… me gustan rubias y morenas- la volvió a mirar-. Con ese atuendo es difícil saber si es… ¿pelirroja?

-No tiene que ser tan grosero- se quejó.

-¡Quién la entiende! Solo trato de persuadirla de que se deje ayudar, que confíe en mí- el perro gruño-. En nosotros, perdón Duc.

Seguro su hermana sensual y carismática sí era su tipo. De ser Jazmina, definitivamente ya estaría coqueteando con él, mientras que ella ni si quiera sabía qué decir. Ross sonrió al pensar eso.

-Bien, llegamos- avisó entrando al sótano de una enorme y moderna torre.

-No le dije que…

-Tampoco se negó- argumentó él.

Se estacionó y le abrió la puerta para que saliera.

-Hay cámaras de seguridad, si pasa cualquier cosa habrá pruebas de que estuvo aquí- le informó, extendiéndole la mano para ayudarla a salir del auto.

Ross observó la mano que permanecía extendida, y evalúo las suyas que estaban mugrientas. A pesar de las dudas, finalmente la tomó para sostenerse en ella y salir.

David la condujo hasta el ascensor sin soltarle la mano, pero era más un acto de caballerosidad que de “flirteo”. Ella lo seguía cabizbaja un paso atrás.

Capítulo 2

Ross contempló con asombro el majestuoso penthouse al que llegaron. No solo era enorme, sino exageradamente blanco y limpio. La palabra correcta era: pulcro.

Miró con tristeza su vestido que una vez fue blanco, ahora sí que no encajaba en aquel lugar.

-Vamos, creo que le caería bien un baño y cambio de ropa- ofreció David, mientras se disponía a guiarla hacía uno de los dormitorios.

-Gracias- dijo con la voz entrecortada-. Tiene… un apartamento muy bonito- agregó, deteniéndose un poco a observar el lugar

-Solo soy el cuidador- mintió, caminando delante de ella sin voltear a verla.

-¡El cuidador! Se toma muchas atribuciones entonces- observó, arqueando una ceja-. Lo digo por haberme traído sin permiso- agregó encogiéndose de hombros.

-Será por el tiempo… casi soy de la familia- repuso con una media sonrisa-. Le traerán algo que ponerse- le echó un último vistazo y la dejó sola ya en la habitación.

Ella frunció el ceño.

Como su nuevo amigo le había sugerido, se dio un buen baño de pies a cabeza. Ahora en total soledad, aprovechó el agua que recorría su rostro para enjuagar sus lágrimas. Lloró hasta sentirse seca. -Nunca más… lo prometo- se dijo en voz alta con determinación, golpeando la pared con la palma de la mano. Había decidido no volver a confiar ciegamente en alguien. Algunas acciones de su novio le habían hecho sospechar, pero optó por ignorarlas y ahora pagaba el alto precio.

Cuando salió del baño, secándose el pelo con una toalla, vio sobre la cama una camisa de hombre y en el piso un par de pantuflas de lana. Se vistió y se miró al espejo. Se burló de sí misma por lo ridícula que se veía con aquel atuendo, obviamente David era mucho más grande que ella.

Escuchó sus propias “tripas rugir” y recordó que no había comido más que una taza de té muy temprano esa mañana.

Salió en busca de su anfitrión, pero el apartamento era tan grande que se sintió perdida. Se vio caminando por un amplio y largo pasillo. Alcanzó a ver, al final, una puerta entreabierta, y volvió a experimentar la sensación de ahogo que había sentido al descubrir a su prometido con su hermana. Pero no se detuvo, continuó caminando hasta llegar a la puerta.

-Madre, por Dios… te dije que no, y no pretendo seguir discutiendo sobre eso- decía David por teléfono, visiblemente enojado.

Ross quería retroceder, pero era como si no pudiera moverse. De pronto sus miradas chocaron. Se “moría” de vergüenza. Jamás pretendió parecer una mal educada entrometida.

-Lo siento, yo…

-Hablamos luego- él se despidió con un notable cambio en su rostro. Salió de la habitación al encuentro con su invitada.

De repente era como un “camaleón”, y eso la inquietó.

-Debe estar hambrienta- dijo como si nada-. La cena está lista, vamos- le ofreció el brazo como todo un galán.

-Gracias- dijo enganchando la mano, mirándolo de reojo, intrigada.

Llegaron al comedor, y él le ofreció una silla, ayudándola a sentarse.

-Le sienta mejor mi camisa- bromeó con una media sonrisa, sorprendiéndose al notarla sonrojarse-. Perdón, no pretendía… -Está bien.

Él se sentó también a la mesa, y cenaban en silencio cuando ella hablo:

-No fue mi intensión escucharle hablar… yo solo… -No pasa nada- le tranquilizó.

-Parecía muy enojado- expuso, encogiéndose de hombros.

Él medio sonrió.

-Lo estaba- reconoció.

-Ok.

-¿No se atreverá a preguntarme por qué?- la miró inclinando la cabeza.

-No es de mi incumbencia- volvió a encogerse de hombros.

-Pero quiere saber por qué de pronto parecía otro, ¿cierto?

-Si me lo quiere contar…

-Así soy en realidad- se irguió-. Puedo convertirme en un lobo feroz cuando me siento atacado- confesó mirándola, tratando de interpretar su impresión.

-Pero era…

-Mi madre… me presiona para que me case. De nadie me dejo manipular, eso me repugna- siguió comiendo.

-Vaya, ¿tan mal está la chica?

-No, no es eso. Solo… no es el momento. No está en mis planes el matrimonio por ahora.

-Supongo que su madre entiende que ella es la indicada y no quiere que pierda la oportunidad. Seguro llena todas sus expectativas.

-¿Lo era o es, su novio?- dejó la servilleta y empujó el plato hacia adelante en señal de haber terminado.

-¿Qué?

-¡Su novio! Es obvio que se iba o va a casar, por el vestido, ¿no?- preguntó reposando los brazos sobre la mesa e inclinando todo su cuerpo hacia delante.

-¡Ah, claro!- se miró para reconfirmar que ya no lo llevaba- Sí, creí que era el indicado- sonrió con amargura.

Continuó cenando ella, mientras él solo la observaba, haciéndola sentir incómoda.

-Estaba todo muy delicioso- le expresó con verdadero agradecimiento, reclinándose en su asiento hacía atrás.

-Tendrá la oportunidad de felicitar en persona a doña Nora, la cocinera.

-Claro. ¿Cocina ella para el cuidador?- indagó sin levantar la vista.

David se rio a carcajadas.

-Sí, cocina para los dos. Como está aquí, le dije que agregara para usted.

Él siguió mirándola fijamente, mientras Ross solo parpadeaba tratando de mirar a su alrededor.

-¿Se siente intimidada?- de pronto le preguntó.

-Solo un poco- confesó sosteniéndole la mirada.

-¿Por qué?

-No lo sé, quizás por la forma en que me observa o porque… estoy en su ropa- medio sonrió con timidez.

-Debo confesar que es una de las pocas veces que no me complace intimidar a alguien. Vamos a la sala- la invitó cambiando el tema. Él no podía dejar de mirarla, necesitaba asegurarse de que aquella naturalidad con la que sus ojos expresaban sus inquietudes era real.

Ella asintió.

Volvió a asentir cuando le preguntó si le apetecía una copa de champagne.

En la sala, él le entregó la copa con el líquido burbujeante y ella se sentó en un sofisticado pero cómodo mueble frente a una pantalla que daba la impresión de ser una genuina chimenea.

-¿Brindamos?- propuso él.

-¿Por qué? No estoy como para brindis- le confesó ella volteando los ojos-. Es obvio que no ha sido un buen día- agregó entre dientes.

-Ya veo. Pero pudo ser peor, ¿no?- la miró a los ojos.

-Supongo que sí. Tal vez… solo me ahogo en un cubo de agua, o tal vez, incluso, en un cubo vacío.

-Tal vez. Lo que sí… ¡no hay mal que por bien no venga! Mírate, ahora estás aquí… conmigo- sonrió con elegancia-. ¿Te puedo tutear, cierto?- preguntó sentándose a su lado.

-Ya lo estás haciendo.

-Tú también, y eso que no has tomado aún- ambos rieron-.Ves, no importa la tormenta, siempre vuelve a salir el sol, incluso más brillante- agregó.

-Ya lo creo. Cómo iba a pensar que ahora estaría riendo y tomando champagne con un “tipo”…

-…apuesto como yo, puedes expresarte sin temor. Es lo bueno de charlar con un desconocido, puedes ser tú mismo o tratar de ser tu mejor versión.

-¡Sí que eres engreído!

-¡Vaya, parece que me estás perdiendo el miedo! Y sí, lo soy y no me avergüenzo de admitirlo- confesó ladeando la cabeza para verle a la cara.

Volvieron a reír.

-No te tengo miedo- lo miró con sus enormes ojos verdes-, ¿por qué voy yo a temerte?

-Qué bueno que no. ¿Música?- le preguntó él.

-Es tu casa, o como si lo fuera, eres libre de hacer lo que quieras. Ya que te tomas el champagne de tu jefe, creo que no importa si usas su radio.

-Estás tomando muy rápido, no quiero tener que volver a cargarte- bromeó él, por la forma de ella expresarse.

-No es necesario, este sofá es bastante cómodo- repuso palmeando el mueble.

Él le volvió a llenar la copa después de poner la música.

-Vamos a bailar- lo invitó de repente, poniéndose de pie.

-Esa canción es muy… lenta. Cuando empiece otra- prometió David pasándose la mano por la nuca.

-¿No que eres muy… intimidador? ¡Te acobardas ahora!- lo retó con las manos en la cintura.

-¡No me retes! Reconozco que no aguanto un reto- le confió-. No me importa si se trata de una damisela despechada con par de copas demás.

-No te preocupes, nunca haría algo de lo que pudiera avergonzarme más adelante solo por molestar a alguien… o por complacerla.

-¡Vaya, puede que nos parezcamos! Te propongo algo.

-Dime.

-Te contaré de mí y tú lo harás de ti a ver qué tal. Sin mentiras- propuso él.

-De acuerdo. ¿Qué más debo saber de ti?- le preguntó levantando el pecho como en desafío.

-Soy un amargado que muy pocas veces ríe.

-¿Sí?

-Sí, solo sonrío… algunas personas piensan que solo sonrío cuando planeo o logro algo, como “joder” a alguien.

-¡Vaya!- exclamó Ross mientras ambos se sonreían mutuamente.

Ross lo tomó de las manos para hacerlo levantarse. David se dejó llevar poniéndose de pie finalmente. Ella continuó sosteniendo sus suaves manos y luego deslizó las suyas sobre los fornidos antebrazos del hombre, sintiendo su suavidad en la piel y la fortaleza de sus músculos, el contacto la hizo estremecerse y él lo notó. Al principio, era un baile sin acercamiento y carente de sentido, dada la naturaleza del tema que sonaba.

-Eso se baila así- declaró sosteniéndola por la cintura y atrayéndola para juntar sus cuerpos.

Ross parpadeó nerviosa. Solo se atrevía a mirarlo de vez en cuando, y cuando pensaba que él no la miraba, que era casi nunca. Su cuerpo pedía más, no sabía si era el alcohol o el hombre que la abrazaba, pero estaba segura que la sensación que la quemaba por dentro nunca antes la había sentido.

-¿Por qué me miras tanto?- finalmente ella se atrevió a preguntarle.

-Me tienes intrigado.

-¿Intrigado?

-Asi es.

_¿Porque?

_Me preguntó qué tan real eres.

Ross se rió .

_Seguro de carne y hueso como tu.

_¡Cuidado! Hay quienes creen que doy de piedra.

_La gente dice así cuando eres fuerte, sincero.

_ Tu lo eres. Casi puedo palpar que estás cautivada por mí y aún así tienes el coraje de preguntarme por qué te miro.

Entonces el rostro de Ross se puso rojo como un tomate.

-¡Oh, por Dios! Lo siento- David la abrazó-. Ahora casi puedo palpar tu vergüenza. De verdad me tienes impresionado.

Continuaron bailando y charlando hasta entrada la media noche.

Duc se apareció en la sala de estar y Ross dejó de bailar con David y corrió a abrazarlo.

-Oh, estás aquí- le acarició la cabeza y el cuello.- ¿Dónde estabas? Eres mi salvador, ¿lo sabes?- continúo hablándole al animal agachada.

-¡Qué injusticia! Dejas de bailar conmigo que te salvé y, además, soy el dueño del perro que te liberó del ataque… ¡todo por Duc!

Ella se rio a carcajadas. Se levantó y se abalanzó sobre él abrazándolo y reposando su cabeza contra su pecho, que era hasta donde lo alcanzaba.

-¿Satisfecho?- le preguntó haciéndole cosquillas por los costados, provocando que riera- Oh, ¿sigues riendo?

-Claro, me estás haciendo cosquillas. Y no, no estoy satisfecho.

-¿Qué quieres?- le preguntó alzando mucho la cabeza.

David le sostuvo el rostro y después de solo mirarla por largo rato la besó con ternura, un beso suave y rápido. Y como si solo hubiese deseado probar sus labios, la soltó y retrocedió dos pasos.

Ella lo miró con una cálida sonrisa y los ojos húmedos, como si estuviera a punto de llorar. La sonrisa se convirtió en “risilla” y fue aumentando hasta ser casi una carcajada. Se cubrió la boca con una mano.

-Lo siento… es que…- quiso disculparse, sabía que podría ser algo incómodo, pero él fue contagiado con su risa y no parecía enojado.

-Lo que importa es que también me has hecho reír. En otra ocasión, tal vez, hubiese recogido mi orgullo y me hubiese marchado pero…estoy en mi casa, digo, la casa de mi amigo jefe.

Ross volvió a reír por su argumento.

-Sabes, pensé que el día de hoy sería hermoso, luego pensé que era una pesadilla… ahora estoy con un tipo que parece modelo de revistas, educado, inteligente y supongo que solidario y buena gente. No puede ser menos un hombre que recoge una vagabunda indigente y la lleva para la casa que cuida y le brinda buena champaña. Y que además…- hizo una larga pausa y lo miró fijamente como si fuera la última vez que lo dijera-: besa mejor que el ex novio que dejé, o me dejó- se volvió a reír-. Si un hombre te es infiel, entonces te deja él a ti por otra, ¿no es así?

-Tal vez no- le contestó-, ¿y sabes tú algo? Es la primera vez que alguien me dice tantas cosas lindas que no soy, pero que sé que no lo hace para halagarme con el objetivo final de obtener algo de mí.

-No, no lo digo por agradarte.

Ross sentía que lo conocía de toda la vida, que podía confiar totalmente en él. De tener la oportunidad, uniría su vida a aquel desconocido sin pensarlo dos veces.

-Lo sé. Lo dices por los efectos del alcohol.

Ambos se volvieron a reír.

-No, solo dije lo que pienso- confesó sin dejar de reírse-. Puede que el alcohol me haya ayudado, claro. Hasta te propondría que te casaras conmigo después de jurar...

-¿Entonces te atraigo?

-No… yo, no quise decir…- trató de retractarse parpadeando con los ojos de par en par.

-Claro que te gusto, me acabas de proponer matrimonio. ¿Por qué otra cosa estaría dispuesta a casarte con un simple cuidador, de mal carácter y sin sentido del humor, desconfiando y vengativo como yo?

-No creo que seas desconfiado y de mal carácter, no he parado de reír. Y además eres…- lo miró a los ojos- eres el hombre más guapo y generoso que yo haya podido conocer. Seguro las mujeres te hacen cola- dijo haciendo cara de pena.

Él se rio a carcajadas, mirando para atrás como si estuviera buscando a alguien detrás suyo.

-Sí la hacen, pero no por mí- sonrió con amargura-. Y no, no soy generoso en absoluto- le confío sosteniéndole la mirada. -Pero lo has sido conmigo, demasiado. Nunca podré olvidar… Se quedaron simplemente mirándose por largo rato.

-Soy egoísta… tampoco quiero que lo olvides.

Ella sonrió, bajó la mirada y volvió a levantarla.

-Nunca te…

Sin previo aviso, David la silenció con un apasionado beso, que se profundizaba cada vez más, a tal punto que la cargó sobre su cintura para llevarla a la habitación al notarla hambrienta de placer. Pero antes de salir de la sala le dijo:

-Solo di que sí.

-Si- dijo sin pensarlo.

Él siguió caminando hasta el dormitorio y la depositó en la cama con cuidado, y se asombró al percatarse que solo su camisa la cubría.

-Si no quieres decir que sí, solo debes decir que no.

El silencio fue la respuesta.

El hombre se propuso borrar con sus caricias cualquier recuerdo que hubiese impregnado en su cuerpo aquel exnovio del que ya sentía celos. Pero, finalmente, al hacerla suya supo que era la primera vez que ella se entregaba a alguien, al menos hasta ese nivel.

David le notó dos lágrimas que recorrían su rostro, y eso lo estremeció. No sabía si eran por arrepentimiento o desencanto, por felicidad no podrían ser. Pensó. Fue al baño y se contempló en el espejo. Era su costumbre, después del sexo, hacer algo, lo que fuera que lo alejara de la persona con la que había estado. Ahora lo estaba dudando. A ella no se atrevía a dejarla allí sola, como si nada los hubiese unido apenas hacia algunos minutos.

Volvió a la habitación con su pijama puesta y la vio acurrucada debajo de la gran colcha.

-¿Estás bien?- quiso saber inquieto.

-Sí… solo me siento como cansada.

-Por supuesto.

Siendo un hombre de mundo entendió a la perfección lo que le pasaba. Sin analizarlo siquiera, levantó la cobija y también se metió. Pero entonces ella se levantó cubriéndose con una sábana y fue al baño.

Cuando Ross regresó a la habitación, se volvió a meter debajo de la colcha, se movió con toda su inocencia y se abrazó al hombre como si fueran pareja de antaño.

Después de meditarlo por un rato, él también la abrazó.

-¿Por qué… las lágrimas?- finalmente soltó. Era extraño para él sentirse intimidado por una respuesta de esa índole.

-No lo sé… creo que me emocioné- confesó sinceramente.

David respiró profundo, le preocupaba la idea de que ella se hubiese arrepentido tan rápido.

-Deja de moverte para que pueda descansar- le solicitó.

-No entiendo- levantó la cabeza para mirarlo.

-Cada vez que te mueves me rozas con tu cuerpo desnudo y… soy humano.

-¡Oh!

Ella se quedó por un rato casi aguantando la respiración.

-Te estás poniendo azul- bromeó al cabo de unos minutos.

-¿Qué?- preguntó “azorada” y evitando moverse.

-¡Respira ya, era broma!

-¡Ah!- pero en realidad no parecía broma. A pesar de su escasa experiencia le pareció que él quería más, ella tal vez también.

-¿Estás asustada?

-Creo que sí, un poco- le confió.

-Estarás bien, lo prometo.

Él la abrazó con más fuerza, hasta que se quedó dormida.

-Mi respuesta es: “Sí” a tu proposición- agregó David en un susurro.

Al amanecer, Ross se volvió a poner la camisa de su galán. Desde un teléfono que había en la sala de estar llamó a su amiga Noemí para avisarle que se encontraba bien.

Noemí era una chica de casi la misma edad que Ross, alta y morena. Era sumamente inteligente pero había tenido que detener sus estudios para hacerse cargo sola de su hija

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