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NAHIBARU -Dios o mítologia

NAHIBARU -Dios o mítologia

5.0
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La siguiente obra aborda el tema de la fantasía oscura y tiene lugar en la indómita jungla amazónica. La misma transcurre a principios del siglo XX, en el que los trabajadores de una poderosa compañía, que se dedica a talar arboledas enteras, de repente se topan con una terrorífica criatura de la que se habla desde el comienzo de los tiempos. Tal hecho desencadena una serie de eventos en los que se ven involucrados otros personajes y finalmente se conoce la verdad detrás de aquel ser tan legendario como escalofriante.

Capítulo 1 capt 1 Un avistamiento inesperado

Fue una criatura tan extraordinaria que a pesar del poco uso de la comunicación verbal, se le atribuyó un nombre en aquellos tiempos inmemoriales que antecedieron al arte de construir elevados templos para tributar a sus dioses, como esos imperios mayas e incas que permanecen desafiando a la imaginación de los que han podido apreciarlas siglos después de que fueran erigidas.

Se le temió u adoró desde que los primeros pobladores ya se forjaban a sus propios ídolos y les llamaban seres supremos, y aunque les eran desconocidos y no les encontraban una lógica explicación de su existencia, buscaban su protección, en sus primeras faenas sobre las vastas tierras y desconocidos océanos.

Cuando la minoría aún se negaba a abandonar las protectoras cavernas, formando clanes familiares u otros más audaces que se aventuraban en parajes desconocidos o viviendo como nómadas, solo asentándose por corto tiempo, donde la caza, la pesca y la recolección fuesen abundantes. Épocas en que las tribus eran tan raras de ver que apenas existían unas cuantas en los inconmensurables territorios de Sudamérica. Períodos en que ya dominaban un rústico dialecto para comunicarse, separándose un paso más de las primitivas bestias y se cuenta que en aquellos albores de la humanidad, fue avistado por primera vez.

En aquellos perdidos y ancestrales días, los moradores de las profundas selvas, ya murmuraban con temor el nombre "Nahibarú" atribuido a ese ser mítico que vagaba por los bosques mucho antes que ellos, e imponiéndose a todas las fieras conocidas. Se dice que tenía forma humana, ojos enrojecidos y piel grisácea. Que en las noches oscuras irrumpía entre los aborígenes para llevarse a una joven desprevenida a la que nunca volvían a ver. Las historias contadas en cada territorio eran diferentes, en unos aseguraban que lo de las jóvenes solo era invención, pues el temido ser se llevaba recién nacidos que devoraba mientras se alejaba, aunque no faltaba quien narrase otras tan atroces como esas… Aunque la mayoría de los abundantes habitantes de las tupidas florestas desmentían estas leyendas, aseverando que nunca causó daño alguno a sus miembros y que rara vez lo avistaban en encuentros furtivos, y que tales patrañas eran producto del miedo a que sus territorios fueran invadidos por otros congéneres y con tales narraciones buscaban evitar las invasiones.

Sin embargo, en otras tierras se afirmaba que era un dios perverso que expulsado del cielo y cayó en la tierra mientras se desataba una poderosa tormenta de agua y rayos, no obstante, de aquellas tradiciones la mayoría coincidía en que nunca, cazador alguno logró acercársele y salir con vida, pues atestiguaban que era el engendro nacido de un dios bestia y un ser marino, por lo que era amo y señor de la tierra y las aguas oscuras, cuenta una leyenda que creció sumergido en los inexorables causes plagados de depredadores y con la pubertad abandonó las riberas y se adentró en tierra firme buscando al dios quien le había dado la vida y que muchas veces regresaba al río donde desaparecía por incontable tiempo.

Con los siglos y nuevas doctrinas, se le inculpó de estar emparentado con otra criatura a la que llamaban" El tunche maligno" o lo confundían con "El Yacuruna", pero mucho tiempo después decidieron que nada tenían que ver. Todos y sin excepción de los que se lo toparon, quedaron atemorizados y describían que su cuerpo ocultaba el poder del relámpago y al solo contacto con sus manos mataba a cualquier ser vivo…

Así se sucedían nuevas eras de entendimiento y los nativos fortalecieron sus lazos y avanzaron a pasos agigantados, así consiguieron levantar impresionantes ciudades y tanto tiempo después, aún se escuchaba de la errante criatura, pero ahora le atribuían el respeto y el temor con que se venera a un Dios que solo trae la muerte y el terror…

Se describe en viejas rocas labradas—descubiertas hace pocos años en unas excavaciones— que los amos y chamanes de los imperios, por temor a su existencia, enviaban en su búsqueda a sus más bravíos guerreros para exterminarlo, los que lograban regresar de la prolongada cacería, aseguraban no haber dado con él… Tras la llegada de los conquistadores, no faltó quien evocara su nombre para que los protegiera de aquella desconocida, superior e invasora raza, no obstante, poco a poco fue olvidado y nunca más volvió a mencionarse, pues creían que había regresado a la ancha serpiente de agua, sumergiéndose en ella para siempre…

Nuevos dioses surgieron de esa necesidad de adorar y creer en seres superiores, atribuyéndoles poderes que sus creadores siempre añoraron poseer, o proclamaban la supuesta voz de aquellas deidades para dominar a las masas… Épocas tras épocas, sus nombres serían reemplazados y con ellos sus fabulosas potestades, pero el del temido dios ancestral que tanto tiempo estuvo dormido en la memoria de los mortales… Se volvería a escuchar nuevamente…

Selvas amazónicas a comienzos del siglo XX

Un hombre; sudoroso, desaliñado, con preocupación y apuro, se abre camino por el sendero abierto debido a la indiscriminada tala de árboles en la exuberante selva y sin detenerse ante las entreabiertas puertas de una de las rústicas cabañas, ingresa en ella, pero sí se detiene jadeante frente los dos ocupantes que apenas le prestan atención. Sobre una hamaca que se mese suavemente —el que parece ser el jefe— con un abanico confeccionado de fibras vegetales aún reverdecidas, intenta alejar el calor y los molestos insectos que no pretenden darle tregua ni abandonar el abrigo del maloliente y sucio recinto. El otro, de pie, mira los planos diseminados sobre la mesa que ocupa el centro de la estancia, tiene en su mano un jarro con bebida alcohólica que bebe por pequeños sorbos.

A su vez, el recién llegado se seca el sudor del rostro con un sucio trapo y después de contemplarlos brevemente a ambos y percatarse de que su presencia es insignificante para ellos, se dirige al que yace parado de espaldas a él y le rebela:

— Capataz, los leñadores se niegan a seguir trabajando. Anoche creen haber visto a una criatura desconocida y espantosa merodeando dentro del campamento y la divisaron por allá, por la caseta del generador.

El mencionado levanta la vista de los papeles, se da un trago en silencio y se voltea, pero quien contesta deteniendo el movimiento de su mano es el que yace descansando.

— ¡Patrañas! Esos cobardes deben haber escuchado o visto la sombra de un tapir o jaguar atraído por el olor del campamento. Nada inusual en estos sitios.

El portador de la noticia carraspea la garganta, vuelva a pasarse por la cara el trozo de tela y le argumenta:

— No, Sr. Caetano, el trabajador João, pudo verlo gracias a la luz de un farol y asegura que caminaba erguido como nosotros y que no era una onca de esas que solo se ven por allá por el pantanal. Jura que es una criatura desconocida y espeluznante y no es alguna que se viese antes en la selva.

Tras unos segundos el capataz rezonga malhumorado y le da su opinión:

— Tal vez haya sido alguno de esos indígenas de los poblados cercanos, y lo hizo buscando que robar… Son como desagradables moscas sobre el potaje.

El otro sujeto se levanta, he indignado tira el abanico sobre la hamaca y dando un golpe sobre el mueble le ordena al subalterno:

— ¡Capataz Cabral, salga y háblele a los trabajadores, si no comienzan a ganarse la vida ahora mismo, sus pagas serán tan ridículas que ni cerveza podrán comprar!… ¡O los despediré a todos y buscaré nuevos obreros, siempre habrá mano de obra barata dispuesta a aceptar mis ofertas!

Algo más tarde, inmutables órdenes fueron transmitidas al pie de la letra y en el caluroso atardecer el agobiante trabajo continúa enviando ruidos que recorren la selva donde colosales camiones van y vienen con una carga que despide ese agradable, pero triste aroma a resina, savia y vegetal acabado de separar de su madre tierra.

Después que el último transporte del día se alejó por la carretera, las hachas y sierras en manos musculosas, siguieron cercenando árboles y ramas que fueron acopiados para nuevas cargas, para el anochecer el cansancio se había apoderado de los laboriosos del campamento, pero como hombres rudos al fin, lejos de descansar en las barracas, tras refrescar sus cuerpos y comer vorazmente, cantaban y bebían… Y pasada la medianoche, más de la mitad ya dormía plácidamente embriagada.

Ahora un par de centinelas deambulaban por el perímetro del campamento, y lo vigilan para evitar que con la mañana siguiente los trabajadores vuelvan a contar alguna absurda historia como la de la anterior y lo hacen bajo las órdenes de Caetano quien representa en la zona los intereses de una poderosa compañía.

La madrugada llegó fría y húmeda, vaticinando que pronto llegarían las torrenciales lluvias. Casi al amanecer sucede lo inesperado… El capataz, en uno de esos sobresaltos que acostumbra a tener mientras duerme y se despierta por intervalos, ve una sombra moverse dentro de la cabaña a la que suelen dejarle los postigos abiertos, al principio piensa que es el jefe caminando y no se asusta, pero al ladear la cabeza la luz del farol le permite verlo durmiendo a pierna suelta. Lentamente, desliza su brazo bajo la manta, pensando ahora que es un simple obrero con intenciones de robar bebida, busca el largo machete y que acostumbra a dejar muy pegado a su hamaca… De pronto la silueta se detiene y voltea la cabeza mirándolo…

Dos ojos color de fuego se clavan en su fisonomía, las tenues luces dentro del lugar le dejan ver un cuerpo oscuro, desnudo y aparentemente humedecido… Evitando aquella siniestra mirada entrecierra los suyos… Difusamente, ve a la criatura dar pasos cortos y agacharse, después percibe como se inclina sobre Caetano olfateándolo y de repente abrir una boca cuajada de afilados colmillos, tras otro exasperante, pero corto tiempo, el intruso da unos pasos en dirección a la salida… La mano aferra la empuña del arma enfundada, pero no decide si levantarse o quedarse quieto, porque está aterrado y tras unos segundos la espeluznante silueta salta ágilmente por una ventana, pero minutos después, se escuchan dos disparos y estridentes gritos…

— ¡Caetano!… Caetano despierte —le zarandea con fuerzas, hasta lograr su objetivo.

— ¡Demonios! ¿Qué sucede Cabral? —le interroga medio aturdido.

— ¡Señor! Lo vi… Lo vi, estaba aquí es el mismísimo demonio… Esa criatura me miró con pupilas color de la sangre…

— ¿Qué algarabía y estupidez es esa? ¿Qué viste?— vuelve a preguntarle viendo el pánico reflejado en su mirada.

— Eso que andaba merodeando junto a nuestros lechos… No es ni humano, ni bestia alguna conocida. Es un ser como nosotros, pero su piel parecía la de un lagarto y se veía resbaladiza y mojada, sus ojos me helaron la sangre… Esa criatura no es de este mundo… Y por los disparos, o la abatieron… U otros también se toparon con ella.

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