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Valentina ha llegado a un punto de quiebre en su vida. Después de un día agotador, se encuentra sola en un bar, buscando desconectar de sus preocupaciones y sumirse en la tranquilidad que le da la distancia de su rutina diaria. Sin embargo, su noche da un giro inesperado cuando conoce a Eric, un hombre misterioso con el que rápidamente establece una conexión profunda y única. Ambos se sienten atraídos por una química innegable, pero lo que comienza como un simple encuentro entre desconocidos se convierte en algo mucho más complejo. Cuando Eric le ofrece acompañarla a su casa, Valentina, abrumada por su soledad y sus propios pensamientos, sorprende a ambos con una respuesta inesperada: "No quiero estar sola". Con esa confesión, Eric decide cambiar los planes y en lugar de ir a su hogar, la lleva a su apartamento, un refugio alejado del bullicio. Juntos, comienzan a explorar una conexión que va más allá de lo físico, enfrentándose a sus propios deseos, temores y vulnerabilidades. Más Allá del Control es una historia de deseo, atracción y emociones sin medida. En una noche, Valentina y Eric descubrirán que lo que parecía ser un simple encuentro, puede transformarse en una experiencia que cuestiona lo que realmente buscan en sus vidas. Mientras exploran sus pasiones y miedos, se darán cuenta de que no solo están buscando consuelo, sino algo más profundo: una conexión que los desafiará a ir más allá de lo que controlan, y los llevará a cuestionar hasta dónde están dispuestos a llegar por amor y por sí mismos.
Valentina miraba su reflejo en el cristal de la ventana. La oficina ya estaba vacía, las luces se apagaban lentamente, y las últimas hojas de su trabajo se apilaban sobre su escritorio, casi como si la ciudad estuviera empujando todo a un lado para hacerle espacio a la noche. Eran casi las nueve y media, y aunque no era la primera vez que se quedaba hasta tarde, esa vez se sentía diferente.
Había llegado temprano esa mañana, como siempre lo hacía. Sus compañeros ya la conocían, ella era la que siempre aparecía con el primer café de la jornada, la que se quedaba trabajando hasta el último minuto. Pero hoy algo no estaba bien. Quizás eran las horas de trabajo interminables, las presentaciones de última hora, los clientes que no dejaban de exigir más y más, o el simple hecho de que su mente se había quedado atrapada en una constante repetición de pensamientos, presiones, y tareas sin fin.
Con un suspiro, apagó el monitor de su computadora. Miró su reloj, luego sus cosas. El cansancio comenzaba a pesar en su cuerpo, en sus hombros, en sus manos que ya no respondían con la misma agilidad. Después de semanas de trabajo sin descanso, de correos interminables, llamadas desbordantes y proyectos que parecían nunca terminar, Valentina deseaba poder desconectar. Pero siempre había algo que la mantenía atada, como si estuviera atrapada en una carrera constante sin saber bien hacia dónde iba.
A lo lejos, Lucía, su amiga y compañera de trabajo, entró en la oficina. Lucía era el tipo de persona que siempre tenía una sonrisa lista, la que podría sacarle una risa a cualquiera en cualquier momento. Si Valentina era la que organizaba todo y se encargaba de los detalles, Lucía era la chispa en la oficina. Hoy, sin embargo, esa chispa no estaba funcionando con Valentina, que apenas levantó la vista al escucharla llegar.
-¿Valentina? -Lucía la miró, casi sorprendida al verla aún allí-. ¿Sigues trabajando? ¡Vamos! Ya se acabó el día. Yo ya estoy lista para escapar.
Valentina apenas la miró, pero se obligó a sonreír con amabilidad.
-Lo sé, estoy por irme -respondió, guardando sus cosas con calma.
Lucía la observó un momento más, pero rápidamente entendió que no era el momento de presionarla. Se acercó a la ventana, mirando las luces de la ciudad que se encendían al caer la noche.
-¿Sabes qué, Valen? Tú y yo nos vamos de copas hoy. Olvídate de este lugar, de todo. Solo nosotras dos. Unas copas y nos relajamos un rato. -Lucía se giró, sonriendo con un brillo travieso en sus ojos.
Valentina pensó por un momento. En realidad, todo lo que necesitaba era descansar. Pero no podía escapar tan fácilmente. Las preocupaciones seguían apoderándose de su mente. El cliente que tenía que revisar la campaña de marketing, el jefe que siempre le pedía más, el miedo constante de no estar siendo lo suficientemente buena. La verdad era que Valentina sentía que estaba perdiendo la batalla con su vida. La presión la estaba desbordando, y aunque trataba de sonreír, sabía que era solo una fachada.
Lucía la observó, como si supiera lo que pasaba por su mente.
-Vamos, Valentina. No te hagas la dura. Un par de copas. -Lucía insistió, con un tono que dejaba claro que no iba a dejarla ir tan fácilmente.
Finalmente, Valentina asintió, levantándose de su escritorio. En el fondo, la idea de salir la tentaba. Necesitaba desconectar, aunque fuera por un par de horas.
-Está bien -respondió, dejando escapar una pequeña risa. Lucía la miró con satisfacción.
Ambas salieron del edificio y caminaron juntas por las calles hacia el bar donde solían ir. Aunque Valentina intentaba seguir el ritmo de Lucía, la verdad era que su mente aún estaba atrapada en los detalles del día. Las luces de la ciudad le daban un respiro, pero sus pensamientos seguían girando como una rueda interminable. Necesitaba algo más fuerte que un par de copas, algo que la liberara de la opresión que sentía en su pecho.
El bar estaba animado, como siempre, con el bullicio de conversaciones y risas llenando el aire. Valentina se sintió un poco fuera de lugar, como si no perteneciera a ese espacio, pero Lucía la empujó hacia la barra y la hizo sentarse.
-Aquí, con este cóctel, todo va a estar bien -dijo Lucía con una sonrisa mientras pedía las bebidas.
Valentina la miró, a punto de protestar, pero la risa de su amiga y la música suave que sonaba la hicieron relajarse un poco. El alcohol llegó rápidamente, y con él, el deseo de dejarse llevar por la noche. Lucía empezó a hablar de su día, de las cosas que había hecho, de lo que pasaba en la oficina. Valentina, sin embargo, se dejó llevar por el brillo de las luces y las risas que se fundían con la música, pero no podía apartar su mente del trabajo, del cansancio y de las frustraciones que no podía compartir.
Después de un par de copas, Lucía comenzó a animarse aún más y la conversación pasó a temas más triviales: relaciones, citas, anécdotas absurdas de la vida. Valentina, por su parte, escuchaba sin mucho interés, aunque agradecía tener a alguien a su lado que al menos trataba de hacerla sentir mejor. Lucía no tenía filtros. Decía lo que pensaba sin preocuparse por lo que los demás pensaran, y aunque eso la hacía algo excéntrica, Valentina apreciaba la forma en que lograba que las cosas parecieran más ligeras de lo que realmente eran.
-¿Sabías que este tipo me escribió otra vez? -Lucía dijo, interrumpiendo sus pensamientos.
Valentina la miró, alzando las cejas. Lucía siempre tenía historias sobre citas fallidas, mensajes extraños y hombres que no sabían qué querían. Pero esta vez, Valentina no podía concentrarse del todo.
-No lo sé, Lucía, ¿de qué hablas? -preguntó distraída.
Lucía, notando la desconexión, dejó de hablar por un momento y observó a su amiga. Sabía que Valentina estaba pensando en algo más.
-Tienes que dejar de pensar tanto, Valen. No todo tiene que ser tan perfecto. Solo relájate, olvídate del trabajo. Si sigues así, vas a terminar agotada antes de los treinta.
Valentina la miró, notando la preocupación en sus ojos. Lucía tenía razón, pero no sabía cómo dejar ir lo que la atormentaba. Se recostó en la silla, mirando la copa que tenía entre las manos, pero ni siquiera el alcohol podía suavizar la sensación de vacío que sentía.
Fue en ese momento que, casi como si el destino estuviera jugando con ella, algo cambió en la atmósfera del bar. Un ruido detrás de ellas la hizo girar, y por un instante, sus ojos se encontraron con los de él.
Eric.
Era imposible no notarlo. Aunque él se mantenía apartado, su presencia parecía llenar todo el espacio. El contraste entre él y la animada multitud era tan evidente que Valentina no pudo evitar fijarse en él. Alto, con una mirada fija y una actitud que claramente decía "no me importa lo que pienses". La forma en que se movía, cómo se mantenía distante y, sin embargo, de alguna manera era el centro de atención, la hizo sentir una extraña curiosidad.
Lucía, que notó la dirección en la que Valentina miraba, no pudo evitar sonreír.
-¿Te atreves? -preguntó con un tono juguetón. Valentina la miró, pero no dijo nada. ¿Por qué lo haría? Ese hombre no era para ella, o al menos, eso pensaba.
Sin embargo, la presencia de Eric parecía llamarla. No era solo su aspecto o su postura, era la forma en que su indiferencia y su misterio parecían desafiar todo lo que ella conocía.
Lucía, sintiendo la tensión en el aire, tomó la iniciativa.
-Ya estás borracha. No tienes nada que perder -dijo, empujando suavemente a Valentina hacia la dirección de Eric.
Y, en un impulso, Valentina caminó hacia él.
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