Mis pasos resonaban sobre las piedras del sendero estrecho, bordeado de casas de madera que parecían susurrar secretos olvidados. Era un pueblo pequeño, casi fantasmagórico, sin la prisa ni el bullicio que me había acompañado siempre en la ciudad. Era como si todo estuviera suspendido en una especie de quietud, y yo, como una extraña en este lugar, no podía dejar de preguntarme por qué había decidido venir aquí. No sabía mucho sobre Mirvalle, pero algo me había impulsado a tomar este camino. Un impulso que no podía ignorar.
Estaba buscando algo, aunque no sabía exactamente qué. Tal vez respuestas. Tal vez encontrarme a mí misma, como si este lugar tuviera la clave para algo que ni siquiera yo entendía. Pero algo en el aire me decía que aquí sucedería algo grande, algo que alteraría mi vida de una manera que no podría prever.
Casi no noté que había alguien más cerca hasta que me sentí observada. Un escalofrío recorrió mi espalda, y mi respiración se aceleró involuntariamente. Miré a mi alrededor, pero no vi nada más que las sombras alargadas de las casas y los árboles que se agitaban suavemente con la brisa.
Entonces lo vi.
Estaba al final de la calle, parado junto a un árbol. Alto, con una presencia tan intensa que parecía ocupar todo el espacio a su alrededor. No podía verlo con claridad desde mi posición, pero algo en su postura me hizo detenerme, como si mi cuerpo reaccionara antes que mi mente. Sus rasgos eran indistintos a esa distancia, pero había algo en su silueta, en la manera en que se mantenía inmóvil, que me intrigaba.
El aire parecía volverse más pesado, como si estuviera esperando algo. Esperando a que yo diera el siguiente paso. Y, a pesar de lo extraño que todo esto parecía, no pude evitar acercarme.
Con cada paso que daba, el extraño hombre se hacía más claro en mi vista. Su cabello oscuro caía de manera desordenada sobre su rostro, y su figura, aunque completamente humana, parecía proyectar una energía tan primitiva, tan natural, que me hizo sentir como si hubiera retrocedido en el tiempo, como si estuviera frente a algo mucho más antiguo que la propia humanidad.
Y cuando sus ojos me encontraron, entendí que no estaba viendo a un simple desconocido.
Sus ojos, grises como el acero, brillaban con una intensidad inhumana, casi desmesurada, como si pudieran ver a través de mí. No solo mi cuerpo, sino mi alma misma. Fue como si algo dentro de mí se agitara, una corriente invisible que conectaba nuestros mundos de una manera inexplicable. Me sentí vulnerable, expuesta, como si mis pensamientos más ocultos estuvieran al alcance de su mirada.
El aire entre nosotros estaba cargado de tensión, y por un momento, ambos permanecimos allí, en silencio. Yo, incapaz de apartar los ojos de los suyos, y él, observándome con una intensidad que me hacía sentir pequeña, insignificante.
Finalmente, fue él quien rompió el silencio, su voz profunda y grave resonando como un eco en la quietud de la tarde.
-No eres de aquí, ¿verdad? -dijo, con un tono que no era una pregunta, sino una afirmación.
No sabía qué responder. ¿Cómo podía saberlo? Apenas había llegado. Pero, al mismo tiempo, la pregunta no me sorprendió. Sentí que en sus palabras había algo más, algo que no entendía, algo que resonaba con mi propio sentido de estar fuera de lugar, de estar en el lugar correcto pero sin tener idea de por qué.
-No -respondí, mi voz sonando más tenue de lo que esperaba.
El desconocido dio un paso hacia mí, y mi corazón latió con fuerza en mi pecho. La proximidad de su figura me hizo sentir como si estuviera siendo atraída por algo que no podía ver, algo que no comprendía, pero que deseaba desesperadamente.
-Este lugar... este pueblo... no es lo que parece -dijo, su voz más baja ahora, como si compartiera un secreto conmigo. Sus ojos se estrecharon, y por un momento, creí ver un destello de algo más en su mirada. Algo salvaje, algo que no tenía cabida en un hombre normal.
¿Quién era él? ¿Y por qué sentía que su presencia me envolvía de una manera tan intensa, como si todo a mi alrededor desapareciera y solo existiera él y yo?
Me sentí nerviosa, inquieta, como si el simple hecho de estar cerca de él me expusiera a algo mucho más grande que yo misma. Algo peligroso.
-Y tú -dijo, dando otro paso hacia mí-, tú no sabes lo que eres. Pero pronto lo descubrirás.
Sus palabras fueron como un golpe frío que me recorrió de arriba a abajo. Mi mente trataba de procesarlas, pero algo dentro de mí sabía que sus palabras eran ciertas. No entendía cómo, pero sabía que él estaba diciendo la verdad. Algo dentro de mí, en lo más profundo, me decía que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre.
La luna comenzaba a ascender, tímida pero creciente, tomando su lugar en el cielo. Como si todo el universo estuviera alineándose para presenciar lo que estaba por venir. Mi cuerpo, mi alma, todo mi ser, estaba en suspenso.
Y algo en el aire me decía que no podía escapar.
Porque este era solo el principio.