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Tres años de matrimonio, no logré descongelar el corazón de Theo. Mientras una galería de arte colapsara sobre Lena, él estaba coqueteando con otra mujer, e incluso le regaló un jet privado. Por su parte, a su esposa le pusieron tres tornillos de aceros para componerle el hombro, pero eso no arregló su corazón. Redactó un acuerdo de divorcio y le dijo a todo mundo que él era impotente. Luego, elevándose de sus cenizas, Lena se consagró como una diseñadora de primer nivel. Ella esperaba que Theo se fuera con su verdadero amor, pero reapareció en la pasarela, la presionó contra la pared y le dijo: "Así que soy impotente, ¿eh? ¿Te importaría probarlo tú misma?".
"Lena, ¿sigues sin poder contactar con tu esposo?", preguntó Maia Gordon, preocupada.
Lena Dixon percibió la lástima no expresada de su compañera de trabajo. Para ese punto, cada tono sin respuesta la consumía un poco más, hundiéndola en una sombría realización.
Hacía apenas dos días, había visitado una galería de arte, para supervisar personalmente los preparativos para la exposición de su esposo, cuando, sin previo aviso, el techo se derrumbó.
Ella quedó atrapada bajo los escombros durante lo que le pareció una eternidad, llamando desesperadamente a su esposo, Theo Haynes, pero no obtuvo respuesta.
Cuando los rescatistas finalmente la liberaron, estaba empapada en su propia sangre, y tenía el hombro tan destrozado que tuvieron que ponerle tornillos de metal para unírselo al cuerpo. De hecho, cada latido de su corazón todavía resonaba dolorosamente en su extremidad herida.
Lena miró la pantalla oscura de su celular. Esta le mostró su rostro, tan pálido como un fantasma; además, los dedos le temblaban incontrolablemente debido al trauma persistente.
Sin embargo, el dolor más profundo no venía de sus heridas físicas, sino de una gélida realización que le atravesaba el corazón como un puñal. Siempre que ella necesitaba desesperadamente a su esposo, este desaparecía.
Maia, al ver a su amiga sufriendo y sin responder, no pudo contener su frustración.
"¿Qué le pasa a tu esposo? Literalmente pudiste haber muerto hace unos días y, aunque ya pasaron 48 horas, ni siquiera te ha devuelto la llamada. Y ya te están dando de alta, pero sigue sin aparecer. A este paso, bien podrías estar soltera".
"Probablemente está demasiado ocupado con el trabajo", murmuró la otra.
Theo siempre usaba esa excusa: nunca estaba, porque tenía muchas cosas que hacer.
Lena ya llevaba tres años casada con él, pero solo había conseguido un título vacío al que se aferraba tontamente.
"¿Demasiado ocupado para siquiera contestar una llamada? Eso no es estar ocupado, sino ser un desalmado", replicó Maia, en un tono más brusco.
Esas palabras calaron profundamente en Lena, destrozando lo poco que le quedaba de ilusión. Sin embargo, se tragó su amargura y esbozó una sonrisa que dolía más que las lágrimas.
De repente, Maia se quedó boquiabierta al ver algo en su celular. "¡Oh, vaya! Parece que el siempre escurridizo señor Haynes tomó un vuelo internacional solo para asistir a la exposición de arte de su chica. Lo dejó todo por ella".
Esas palabras le provocaron un escalofrío a Lena.
"Mira al señor Haynes y compara su actitud con la de tu esposo. Casi mueres, pero él ni siquiera contestó la llamada tuya. Amiga, ¿por qué sigues aferrándote a alguien como él?", dijo Maia, pasándole el celular, sin ocultar su desdén.
La otra se quedó congelada, mirando fijamente la pantalla del dispositivo. Maia no sabía que el señor Haynes era el frío esposo de Lena.
En ese instante, esta última sintió como sus cuidadosamente construidas ilusiones se hacían añicos, pues descubrió que el supuesto viaje de negocio de Theo era una mentira. Él había viajado al otro lado del mundo solo para estar con su primer amor: Violet Ford.
En ese entonces, parecía que Theo y ella estaban destinados a casarse, pero después de un accidente automovilístico en el que él perdió la vista, Violet huyó al extranjero y lo dejó en su momento más vulnerable.
Lena permaneció fiel a su lado durante sus días más oscuros. Todos se reían de su devoción, pero ella ignoraba las críticas, creyendo que su entrega algún día le ganaría el cariño sincero de su amado.
Sin embargo, después de recuperar la vista, Theo solo le ofreció un matrimonio por conveniencia. Y ahora, al ver la cálida ternura con la que su marido saludaba a Violet en el aeropuerto, sintió que se le retorcía el estómago.
"¿Romance confirmado? El CEO del Grupo Haynes recibe en persona a la artista Vee en el aeropuerto".
Ese fragmento del titular destruyó la última esperanza de Lena. La artista Vee, cuya exposición ella había organizado meticulosamente, no era otra que Violet. Durante todo ese tiempo, había estado organizando un evento para el verdadero amor de Theo, y casi le costó la vida.
Mientras ella estaba atrapada y aterrorizada bajo los escombros, su esposo se había reunido con Violet, reavivando su antigua llama. Lena sintió esa realización como si le clavaran profundamente un cuchillo en el corazón.
"Mira su expresión: tan dulce y embriagadora. Escuché que eran novios en la universidad. Tal vez finalmente se han reencontrado y decidieron darse una oportunidad. Realmente se ven perfectos juntos", comentó Maia sobre la foto, ajena a su reacción.
"Tienes razón, son la pareja perfecta", dijo Lena, con amargura y una risa seca.
Luego, le devolvió el celular a su amiga y, sin decir nada más, se fue silenciosamente a su casa.
...
Theo no regresó a casa hasta mucho después de la medianoche. Apenas entró, experimentó una molestia desconocida. Por lo general, Lena dejaba una luz cálida encendida, sin importar lo tarde que él regresara. Pero ahora, la oscuridad envolvía la casa, creando una sensación de vacío.
Molesto por la atmósfera inusual, subió las escaleras y entró a la recámara principal. Gracias a la tenue luz de la luna, vio el pequeño cuerpo de Lena acurrucado bajo las sábanas.
Apenas la puerta crujió, ella abrió los ojos, completamente despierta. Se percató de que un aroma desconocido llenaba el aire: era un perfume dulce y embriagador; supuso que era de Violet.
Lena sintió un dolor ardiente recorriendo su pecho. Afortunadamente, la oscuridad enmascaraba su angustia.
Theo se acostó a su lado y ella, en silencio, extendió su mano hacia él y la deslizó debajo de su camisa. Con cuidado, recorrió su cálido abdomen, antes de comenzar a moverse hacia abajo.
Theo comenzó a respirar entrecortadamente, pero de repente, él le agarró la muñeca y le preguntó con la voz cargada de tensión: "¿Qué intentas hacer?".
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