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Fui la sombra de Isabella, su sicario más leal. Por ella derramé mi sangre, cada cicatriz un tributo a mi devoción inquebrantable. Mi lugar a su lado era indiscutible. Hasta que regresó con él: Rafa. Un muchacho de cara angelical y torpeza impostada. Lo presentó como su "protegido", su "consorte". Mi mundo se deshizo. Me despojaron de mi hogar, de mi dignidad. Rafa ocupó mi lugar. Yo, el que la protegía de las balas, fui públicamente humillado y castigado. Luego, lo impensable: mataron a Sombra, mi único compañero. Sentí que me moría. Me arrojaron al mar, alimento para los peces. ¿Cómo pudo Isabella, por quien sacrifiqué todo, ser tan ciega? ¿Tan cruel? ¿Creer las mentiras de ese farsante y desecharme sin piedad? Mi corazón se desgarraba con ira y una confusión insoportable. Pero el mar me salvó. Escapé de la muerte para buscar una vida nueva, lejos de la sangre. Sin saber que, al hacerlo, me acercaba a una verdad más amarga, y que el pasado, en un último acto sangriento, no me dejaría ir tan fácilmente.