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Isabella, bailaora célebre y embarazada de cuatro meses, llegó a la hacienda de su esposo en Sevilla para un ensayo. Pero lo que encontró la dejó helada: Mateo, su marido, celebraba el bautizo de un bebé que no era el suyo, junto a una mujer llamada Sofía. Su mundo se hizo añicos al oír a Mateo llamarla "celosa y dramática", mientras sus cómplices disfrutaban de su humillación. Descubrió que Sofía, la "viuda desconsolada", era la amante de su esposo y madre de ese niño, y que Mateo la ignoraba por completo. Sofía la atacó públicamente en su tablao, luego la empujó brutalmente, casi causándole un aborto. En el hospital, con Isabella sangrando, Mateo consoló a su agresora, acusando a su esposa de drama y egoísmo. ¿Cómo pudo el hombre por quien había sacrificado todo -su dinero, su carrera- entregarla a tal traición y desprecio? El shock, el dolor y la rabia la envolvieron, revelando siete años de engaños inimaginables. Con su corazón destrozado, Isabella tomó la decisión más firme de su vida, una que tendría consecuencias devastadoras. "Papá," susurró con voz rota, "tenías razón." "Quiero volver a casa. Prepara todo para que mi hijo y yo nos vayamos de España." Esta vez, Isabella no huiría; se levantaba para una venganza fría, decidida a demoler cada pilar de la vida de Mateo. Se asegurarían de que nadie olvidara el nombre Vargas.