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Mi vida era una farsa dedicada a Isabela, mi "esposa" supuestamente amnésica, por quien abandoné mi sueño de arquitecto y me hice repartidor de Glovo para financiar sus tratamientos. Justo cuando su adinerada familia la recuperó, ella me miró con seis años de desprecio congelado, y su madre, sin emoción, me ofreció un millón de euros para que desapareciera y olvidara a nuestro "hijo", Leo. Fui tratado como un paria, humillado por Ricardo, su nuevo amor, quien me golpeó y me llamó "sudaca", mientras mi propio hijo me escupía y pisoteaba mis sueños, representados en mis bocetos de arquitectura universitaria. Reviví el horror de mi vida pasada: un manicomio, tortura, y la muerte a manos de mi "hijo", comprendiendo la profundidad de su manipulación y el vacío de mi existencia, un dolor que transcendía lo físico. Pero esta vez, en lugar de la ira, elegí una calma helada: tomé el cheque, exigí estudiar arquitectura en Suiza, y con ese acto, sellé mi renacimiento, transformando el desprecio en la semilla de mi fría y calculada venganza.