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Sofía Montes, restauradora de arte de renombre y heredera de un ducado andaluz, detuvo su vida durante tres años. Esperé fielmente a Mateo, mi prometido, un agente del GEO en una misión encubierta en Marbella, prometiendo volver para casarse conmigo. Mi devoción inquebrantable era la comidilla de toda España. Pero una llamada, conectada por error a los altavoces de mi coche, hizo añicos mi mundo de manera brutal. "¿Cree que he estado tres años jugándome el pellejo? No tiene ni idea de Carla. El crío está a punto de cumplir tres años", oí decir a Mateo, añadiendo que se casaría conmigo para luego deshacerse de su amante y de su hijo secreto. El golpe de saber que la misión era una farsa me dejó paralizada, pero la estocada final llegó al ver el escapulario que le regalé a Mateo, mi amuleto de protección, colgando del cuello de su hijo, una miniatura de él mismo. Mateo, al regresar, me mintió descaradamente en la cara, y luego, durante un incidente con una alergia orquestada por Carla, me señaló sin vacilar como una asesina y me apartó con desprecio. En ese instante, todo lo que sentía por él, cada pizca de amor y confianza, murió. La traición, el dolor de la mentira y la injusta acusación me dejaron vacía, despojada de todo. ¿Cómo pudo el hombre al que di tres años de mi vida, el que juraba ser mi amor y mi héroe, ser un monstruo tan vil y cruel? ¿Y qué otras oscuras verdades se escondían detrás de su fachada de agente encubierto? Ya no había vuelta atrás, no había lágrimas, solo una decisión fría y firme: acepté la unión concertada con Javier Valles, el heredero de unas poderosas bodegas. Dejé a Mateo, bloqueando su existencia de mi vida digital, y subí a un coche negro sin mirar atrás, dispuesta a forjar un nuevo camino, lejos de su oscuridad. Lo que él no sabía es que mi silencio escondía una determinación inquebrantable, y mi partida, el detonante de una transformación que él jamás esperaría.