Había decidido unirse a un proyecto comunitario de jardinería urbana, una iniciativa para embellecer los espacios públicos de la ciudad. Clara no era precisamente una experta en plantas, pero siempre había tenido una fascinación por ellas. De alguna manera, sentía que el cuidar de algo tan sencillo y natural podía traerle paz en medio del caos cotidiano. Y además, era una excelente manera de empezar a salir un poco más de su zona de confort.
La tarea de ese día era sencilla: plantar flores alrededor de un banco de madera antiguo, situado cerca de un pequeño estanque. Clara llegó temprano, con las manos libres y un par de guantes de jardinería que había comprado en una tienda local. Mientras acomodaba su mochila sobre el césped, observó a los demás voluntarios llegar poco a poco. Algunos se saludaban entre sí, otros simplemente se agrupaban al azar, listos para trabajar.
Fue entonces cuando lo vio.
Él no parecía diferente al resto, pero algo en su actitud llamó su atención. Estaba en el borde del grupo, mirando a su alrededor con una ligera sonrisa en el rostro, como si estuviera disfrutando del momento sin prisa por comenzar. Su camiseta de color verde claro y unos pantalones cortos lo hacían parecer completamente ajeno a la rutina diaria de la oficina, algo que Clara apreciaba.
Decidió acercarse a él, aunque no sabía bien qué decir. No era especialmente tímida, pero en estos escenarios siempre le costaba encontrar el primer tema de conversación. Se ajustó los guantes y, con una sonrisa nerviosa, se le acercó.
-Hola, ¿también eres nuevo por aquí? -preguntó, intentando sonar casual.
El joven levantó la vista y la miró con una expresión de sorpresa, como si no se hubiera percatado de su presencia hasta ese momento.
-Oh, sí -respondió con una sonrisa amplia-. Es mi primera vez, no tengo ni idea de cómo plantar flores, pero me parecía divertido. ¿Tú ya has hecho esto antes?
Clara rió suavemente, sintiéndose aliviada por su tono relajado.
-No, yo tampoco tengo mucha experiencia -admitió-. Pero supongo que todos estamos aquí para aprender. Aunque, honestamente, lo único que sé es que no quiero matar las plantas.
Él soltó una risa contagiosa que hizo que Clara se sintiera más cómoda, como si la conversación fuera a fluir sin esfuerzo.
-Eso suena a un buen punto de partida -dijo, mientras recogía una pala y la sostenía como si estuviera evaluando su tamaño-. ¿Te gustaría que te enseñara cómo plantar estas margaritas? Yo tampoco tengo ni idea, pero puedo intentarlo.
Clara asintió, divertida por su actitud tan relajada, y decidieron empezar a trabajar juntos. Mientras él cavaba pequeños agujeros en la tierra con una pala, Clara fue colocando las flores con cuidado, asegurándose de que estuvieran bien alineadas. Las risas y bromas entre ellos empezaron a salir casi sin darse cuenta, compartiendo anécdotas sobre trabajos anteriores y sus escasas habilidades con las plantas.
-No sé por qué, pero siempre termino matando las plantas -dijo Clara con una sonrisa, mientras le pasaba una maceta con flores a él.
-¿En serio? -respondió él, incrédulo-. Bueno, entonces estamos en el lugar indicado. Hoy vamos a hacer que esas flores sobrevivan.
A medida que pasaban los minutos, el sol seguía bajando y la luz se volvía más suave, dándole a todo una sensación cálida y apacible. Clara no sabía si era la atmósfera del lugar o el hecho de que nunca había tenido una conversación tan fácil con alguien en mucho tiempo, pero estaba disfrutando cada segundo. La tarde parecía estar hecha para ellos.
-Me llamo Clara, por cierto -dijo, después de un rato, sintiendo que era el momento adecuado para hacer una pequeña presentación.
-Yo soy Andrés -respondió él, extendiéndole la mano con una sonrisa.
Ambos se dieron la mano, el contacto fugaz pero cálido.
-Así que, ¿qué te motivó a unirte a este proyecto? -preguntó Andrés mientras recogía otra maceta.
Clara lo pensó por un momento. No quería sonar demasiado profunda, pero algo sobre el ambiente del lugar la hacía sentirse abierta.
-Creo que necesitaba algo diferente, algo que me desconectara de la rutina. Estoy acostumbrada a la oficina, a los números, a la misma gente, todos los días. Esto... es algo completamente distinto, ¿sabes? No sé, hay algo en la naturaleza que me hace sentir más en paz. ¿Y tú?
Andrés asintió, como si comprendiera perfectamente lo que decía.
-Yo vengo de trabajar en una oficina todo el día, entre papeles y reuniones interminables. Mi hermana me insistió tanto para que viniera que terminé cediendo. Ahora, mirando este lugar, creo que tenía razón. Es agradable estar aquí, sin tener que pensar en deadlines ni presentaciones.
Ambos rieron de nuevo, esta vez compartiendo una complicidad silenciosa que parecía crecer con cada palabra que intercambiaban. Mientras continuaban trabajando, el ambiente de la ciudad parecía alejarse, como si solo existieran ellos dos en ese pequeño rincón de calma.
A medida que el día llegaba a su fin y el grupo comenzaba a recoger sus herramientas, Clara y Andrés se quedaron un poco más, terminando su tarea. Los últimos rayos del sol iluminaban las flores recién plantadas, que ahora parecían parte de un paisaje que, hasta ese momento, solo existía en las historias.
-Creo que hemos hecho un buen trabajo -comentó Clara, observando orgullosa el área que habían transformado.
-Lo hicimos -respondió Andrés, mirando también el resultado final-. Y aunque las flores no lo sepan, al menos nosotros sabemos que valió la pena.
Clara se echó a reír, apreciando la ligereza con la que Andrés veía la vida.
-Nos vemos la próxima vez, ¿no? -dijo él, comenzando a recoger sus cosas.
-Claro, espero que no te hayas desanimado por mi falta de experiencia -bromeó Clara.
-No te preocupes, no me harás sentir menos capaz de lo que ya me siento -respondió Andrés con una sonrisa pícara.
Ambos se despidieron con una sonrisa, sin saber que ese primer encuentro sería solo el comienzo de algo mucho más grande.