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Leer previamente "El Joven Guardaespaldas". Las cosas se han complicado un poco para May: Samuel actúa extraño, su padre es igual de intolerante y ahora ni dentro de ella misma se siente a salvo. El carácter fuerte de la chica rica parece ir desvaneciéndose, pero a la vez, la rebeldía aumenta vertiginosamente, deparando un futuro incierto que puede convertirse en catastrófico.
El nivel de hipnosis que me genera el simple hecho de que me esté observando fijamente a los ojos, sonriendo y tomando mi mano es inmedible. Si ya me siento así por dentro, no quiero ni imaginar cómo debo verme por fuera, obviamente acompañada de un notable rubor en mis mejillas que me pone evidencia.
El contacto con su cálida mano me incomoda y el travieso movimiento de sus dedos sobre la palma de mi mano me estremece, dando origen a un extraño cosquilleo en mi estómago y despertando un inmenso odio hacia su persona por confundirme de esa manera.
Comienza a bajar los últimos escalones y me lleva con él, dándome la espalda. Al contemplarlo con mayor atención veo que viste una camisa roja en cuyo cuello y puños se fragmentan delicadas líneas oscuras. Los zapatos y el pantalón que lleva pertenecen al mismo tono: negro grisáceo.
Una canción melosa da su inicio y la voz ronca de un cantante masculino invade el lugar mientras él me conduce al centro del salón, que ahora simula ser una pista de baile ocupada por otras dos parejas adultas.
De un segundo a otro, se voltea de un tirón haciendo que mi cuerpo choque con el suyo a causa de semejante movimiento repentino de su parte, luego del cual solo hace una mueca graciosa como si se lo esperara y recorre con sus ojos todo el contorno de mi figura tapada con la tela negra del vestido. Trago saliva y él da un paso hacia mí. Lleva su mano izquierda a la parte trasera de mi espalda hasta bajarla a mi cintura y posicionarla allí. Por instinto, me sostengo de su hombro y él aprovecha ese momento para unir ambas manos libres entre sí, pegándome más a su cuerpo y comenzando a moverse bajo el ritmo de la música.
Tomo una bocanada de aire y apoyo mi cabeza en su hombro, notando cómo las otras dos parejas que nos acompañaban desaparecieron de mi vista y ahora somos el único punto de atención de todas las personas que llenan esa amplia sala, que casualmente pertenece a la casa en la que vivo. Esos cientos de invitados, en su gran parte familiares y otros desconocidos nos rodean, formando un enorme círculo a nuestro alrededor, dedicándonos miradas fijas de las cuales algunas reflejan ternura y sonrisas amables, mientras que otras desentendimiento y ojos entrecerrados, que esperan una explicación razonable de parte de la única pareja que baila bajo un ritmo lento delante de sus ojos, como si esa fiesta fuera su boda y ellos sus invitados de honor.
May: ¿Por qué hacés esto?
Susurro y lo siento reír en mi oído, gesto que me enfurece. Para empeorar las cosas y, como si disfrutara de mi estado, acerca su rostro aún más hasta pegar su mejilla a la mía y obligarme a sentir su respiración sobre mi cuello, logrando que la típica brisa fría aparezca nuevamente en mi espalda, al igual que sucede cada vez que estoy nerviosa.
Miro una por una las apariencias de toda esa gente, tratando de encontrar un rostro conocido y creo haber perdido las esperanzas cuando finalmente reconozco a Mía al costado de las escaleras. Al notar la dirección de mi mirada, sonríe y me dedica un guiño. Me muerdo el labio, rodando los ojos mientras la imagen que aparece ante ellos cambia debido al breve giro con el que Samuel me lleva. Parpadeo con fuerza y suelto un breve suspiro esperando aliviarme un poco, intentando pensar que quizás me tomo todo demasiado en serio y exagero las cosas cuando en realidad no son tan complicadas como parecen cuando la figura de mi padre se dibuja delante de mí. Permanece de pie a pocos metros, con el brazo apoyado en una de las columnas llegan hasta el hecho, formando un puño irrompible cuya imagen da terror y hace que los extremos de sus dedos se vuelvan blancos por aplicar tanta fuerza. La expresión de sus ojos y la ira que estos transmiten me impone a tragar saliva otra vez. Aunque, de todas formas, algo me relaja y es el estar prácticamente "pegada" a Samuel y no sola. Ese pequeño alivio se desvanece cuando veo a mi padre despegándose de la columna y comenzando a caminar hacia mí a pasos decididos que inmediatamente borran todas las ilusiones proyectadas.
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