/0/38/coverbig.jpg?v=a4772560fba37e65698bacc745857dca)
Este pequeño cuento está ambientado en la experiencia del autor durante la Revolución de las Lanzas. Reconstruyó los años de la lucha por la independencia frente a España y Brasil, así como las primeras guerras civiles de Uruguay 1808-1825.
Este pequeño cuento está ambientado en la experiencia del autor durante la Revolución de las Lanzas. Reconstruyó los años de la lucha por la independencia frente a España y Brasil, así como las primeras guerras civiles de Uruguay 1808-1825.
Fue en el sitio de 1870.
Lo recuerdo bien. Todo se grabó en mi pupila y luego indeleble en el fondo de mi memoria.
La mañana en que el condenado debía marchar al suplicio era muy hermosa, tibia, llena de vivos reflejos, ceñida en el alto del naciente con la diadema deslumbradora de la grandeza estival.
El reo pertenecía a la raza negra; joven, veinticuatro años apenas, en toda su plenitud fisiológica, alto, robusto, cuello de toro, musculatura de hierro, dorso escapular de luchador, pecho saliente, el frontal achatado como la nariz, colmillos de lobo, mirar siniestro. Un bigote con ranuras cubríale el labio a medias. Tenía envuelto en bandas el brazo derecho, y sujetas las piernas por los grillos.
La herida del brazo, ancha y dolorosa, le había sido causada por un bote de lanza de hoja de palma y medias lunas.
Ramón Montiel -que así se llamaba- era un soldado bravío capaz de la acción heroica como del crimen alevoso.
Tres días antes -en tal lapso de tiempo se instruyó el proceso y falló el consejo de guerra- Montiel había cometido un grave delito. A causa de un desorden en la esquina del cuartel, el oficial comandante del Cuerpo de Guardia le intimó personalmente que volviese a su campo. Del Cuerpo de Guardia al sitio del desorden, había más de veinticinco pasos. Montiel, que estaba excitado, se negó a obedecer, arguyendo con gran energía que el oficial no podía desempeñar esas ni otras funciones sino dentro de una distancia prefijada por las ordenanzas, tratándose de las que en ese momento estaban encomendadas a su celo.
El oficial, que era joven y resuelto, avanzó entonces sobre él con ánimo de compelerlo a la línea del deber. Esperolo tranquilo el soldado, daga en mano y trabada una lucha breve, apenas de segundos, el teniente Torres caía sin vida en la vereda partido el corazón por una puñalada.
Ramón Montiel levantó el brazo con el acero teñido en sangre caliente, y dijo iracundo que se allegase otro.
Un nuevo contendor, oficial también, reemplaza al teniente en la pelea. Otros hombres de armas se agrupan, en aquel círculo popiliano, lanzando voces enérgicas. Montiel brinca y ruge como estimulado por el vapor de la sangre que tiñó las piedras; se lanza veloz sobre su segundo adversario, lo hiere y lo derriba.
Se estrecha entonces el circulo en medio de estrujones y alaridos; se oprime al matador que doquiera ve rostros amenazantes y oye gritos poderosos.
El león negro se dispone a romper el cerco mostrando los dientes, el ojo encendido y alta la daga en su diestra formidable; silba el plomo a su lado sin rozarlo; y ya va a esgrimir por tercera vez su hoja temible, cuando otro oficial que se ha apoderado de una lanza la blande colérico desde lejos, la hunde a dos manos en su brazo hasta encajarle las medias lunas y le obliga a abandonar el hierro homicida.
Precipítanse sobre él varios hombres y le sujetan. Mientras le ataban, bramaba. La sangre le corría de la espantosa desgarradura a borbotones, y una contracción de rabia habíale transformado el semblante en una máscara de simio enloquecido.
Su jefe le dijo airado, mostrándole el puño:
-¿Qué has hecho, Ramón?
Pareció él recién darse cuenta de su arrebato, descorriose el velo de sus ojos y quedose mudo removiendo los gruesos labios trémulos, ni más ni menos que la fiera después de haber hundido una y otra vez los colmillos en la carne de su víctima, al escuchar el terrible grito del domador.
Sesenta horas más tarde estaba condenado a muerte.
Era necesario moralizar. La indignación bullía en las tropas como una espuma de borrasca. Aquella vida no valía más que la de un gusano, y había que extinguirla bajo una descarga, para ejemplo.
En la noche última de capilla, a altas horas, el fiero negro se puso pensativo. Quedose como abismado ante el misterio de la muerte.
Estando yo cerca de él, me preguntó en una corta ausencia del sacerdote que le prestaba sus auxilios espirituales:
-¿Es verdad que abajo de tierra no hay más que gusanos? Esto digo porque muerto el perro se acabó la rabia.
Algo le contesté que pesó en su ánimo.
El repuso:
-He de morir como soldado.
Un rato después, cuando sin duda trabajó su cerebro la suprema angustia de la jornada final, levantose de la banqueta como herido por un golpe eléctrico, arrojose al suelo con todo el peso de su cuerpo y de sus hierros y se echó a rodar como una peonza elástica de la puerta al altar y del altar a la puerta entre gruñidos y lúgubres choques de grilletes.
El centinela enderezó la bayoneta: pero se quedó inmóvil por algunos segundos cual una figura de piedra. Después echó el arma al hombro, dando un ronquido.
Como efecto de los retorcimientos y convulsiones, la congestión del brazo herido de Montiel fue horrible: formósele allí como una bola enorme de una dureza de granito.
A poco se sosegó. Recobró una fría tranquilidad.
Parecía ya haberse habituado a la idea de la muerte.
-Mi jefe estará sentido con razón -dijo con mucha calma.
Aludía al coronel Belisario Estomba, bizarro militar que mandaba el Cuerpo de Infantería en cuyas filas había revistado el reo, y a quien había impresionado profundamente el suceso.
Parecía quererle y respetarle, Montiel, porque añadió en seguida siempre sereno:
-Justo será que él mande el cuadro.
Así era.
Al pronunciar esas palabras, el reo revelaba cierta fruición, algo como orgullo de soldado.
Una sonrisa natural daba a su rostro una expresión resignada, afable, atrayente sin signo alguno de debilidad o tristeza. Sólo al romper de la mañana al ruido marcial de los clarines y tambores que llegó a sus oídos como un eco lejano de la disciplina y del deber, sintió una conmoción, irguió altivo la cabeza y se estuvo atento largos instantes, ansioso de no perder una nota de aquellas fanfarrias que concitaban sus instintos bravíos a la acción y la pelea.
Ni más ni menos fue su sacudida nerviosa que la de una fiera encerrada en la jaula al sentir la nota de un ave vagabunda, el graznido de un pájaro de las soledades que le renovase las sensaciones del desierto a modo de himno de vida y de libertad salvaje.
Cuando fueron a buscarlo para conducirlo al suplicio, lo encontraron sonriendo.
Entonces era la suya una sonrisa dura, sardónica, durable como la que contrae los músculos faciales de los eterizados. Hablaba con la mayor entereza, sonriendo siempre.
Pidió hacer testamento, y se labró sobre un tambor. Dejaba a su compañera diez y siete pesos que le adeudaba por servicios domésticos el coronel Goyeneche.
Este militar, que pertenecía a la plaza sitiada y era un perfecto caballero, recibió las últimas voluntades de Ramón Montiel, y las cumplió religiosamente.
Hecho su testamento, Ramón dijo que estaba listo; pero que le cortasen hasta el hombro la manga derecha de la casaquilla, a fin de que ella pudiera ser prendida a la muñeca por un botón, y permitiese así que se desahogara su brazo hecho una criba.
Cortose la manga.
-¡Gracias! - dijo.
Después de esto marchó con paso firme, cual si no llevase grillos.
En la puerta aclamó con voz robusta a su general y la revolución. De la muchedumbre de gente de armas reunida en la calle, no salió un eco: pero los gritos del fiero negro lo tuvieron en los ámbitos más apartados a manera de imponentes rugidos.
El cuadro estaba formado en una explanada verde y espaciosa, en las proximidades de la plaza de toros.
Ramón Montiel atravesó la explanada con reposado continente; y oyendo circular por filas la voz de "pena de la vida al que pida por el reo", se volvió para dominar con aire altanero todos los costados del cuadro, y dirigiéndose al digno capellán que lo exhortaba a bien morir, murmuró lentamente:
-No siga entonces, padre, porque si saben que está rezando por mí, lo van a fusilar también.
Ya en el sitio fatal, agregó con honda ironía:
-Está bueno de padrenuestros, señor cura. Con uno más no hemos de sacar mayor ganancia.
Thea sintió que nunca volvería a ser feliz después de verse obligada a casarse con el infame y misterioso lisiado, que se llamaba señor Reynolds. Se rumoreaba que su nuevo marido era feo y muy malo. Como resultado, Thea se preparó para soportar su matrimonio infeliz. Pero poco después recibió una gran sorpresa. Su marido la colmó de todo el amor, haciéndola sentir tan especial. El señor Reynolds era su caballero de brillante armadura. La protegió de todos los que vinieron por ella. Cuando su propio padre la maltrató, él incluso destruyó el auto del viejo. Todos sus enemigos la odiaban hasta los huesos. Mientras se lamían las heridas, la maldecían en sus corazones. ¡Qué mujer tan desalmada! Sosteniendo a Thea en sus brazos, el señor Reynolds declaró: "Ella es el amor de mi vida. La amo tal como es. ¿Alguien tiene alguna objeción?".
Eduardo es un CEO divorciado que se amargo el alma debido a su ex esposa, pero conoce a su hermanastra una joven hermosa y virginal y se prenda de ella, decide follar con Marlyn a escondidas y la obliga a no decir nada, solo que a ella también le termina gustando follar con su hermanastro. De las simples atracciones sexuales siempre termina involucrándose el corazón... es el precio que debes pagar.
Zen Luo, un joven y prodigioso patrón del clan Luo, perdió todo lo que apreciaba durante una pelea interna de la familia provocada por la codicia. Y después de eso fue esclavizado, pero al mismo tiempo, los impulsos de la venganza se calentaron a fuego lento. Nació una leyenda cuando, gracias al trabajo duro y la determinación, se convirtió en un arma poderosa. ¿Finalmente tendría éxito en vengar a su padre? ¿Llegaría al destino de la inmortalidad? ¿Qué pasaría con los que tratan de matarlo? ¡Lea esta historia y descúbralo!
Rhonda era una chica que amaba demaisado. Después de que su novio de varios años perdiera su trabajo, ella no dudó en apoyarlo económicamente. Incluso lo mimó, para que no se sintiera deprimido. ¿Y qué hizo él para devolverle el favor? ¡Engañó a Rhonda con su mejor amiga! Ella estaba tan devastada. Para hacer que su ex infiel pague, aprovechó la oportunidad para casarse con un hombre que nunca ha conocido. Eliam, su esposo, era un hombre tradicional. Él le dijo que él sería responsable de todas las facturas de la casa y que ella no tendría que preocuparse por nada. Rhonda se rio de él y concluyó que era uno de esos hombres a los que les gusta presumir de su habilidad. Pensó que su vida de casada sería un infierno. Al contrario, Eliam resultó ser un esposo cariñoso, comprensivo y hasta un poco pegajoso. Él la animó a ascender en la escala profesional. Además, la ayudaba con las tareas del hogar y le daba carta blanca para decorar su hogar. No pasó mucho tiempo antes de que comenzaran a apoyarse mutuamente como un verdadero equipo. Eliam sabía cómo resolver los problemas de la vida. Nunca dejaba de acudir en ayuda de Rhonda cada vez que ella estaba en un aprieto. A primera vista, parecía un hombre común, por lo que Rhonda no pudo evitar preguntarle cómo podía poseer tantos conocimientos acerca de diferentes áreas. Pero Eliam siempre ha logrado esquivar esta pregunta. En un abrir y cerrar de ojos, Rhonda alcanzó la cima de su carrera gracias a la ayuda de su esposo. La vida les iba bien hasta que un día, Rhonda encontró una revista de negocios global. ¡El hombre de la portada se parecía exactamente a su marido! ¡Qué significaba eso! ¿Eran gemelos? ¿O le estaba ocultando un gran secreto todo este tiempo?
Charlee fue abandonada en la boda y se convirtió en el hazmerreír de todos. Intentó mantener la cabeza alta, pero acabó humillada cuando recibió un vídeo sexual de su prometido y su hermanastra. Devastada, pasó una noche salvaje con un atractivo desconocido. Se suponía que iba a ser cosa de una sola vez, pero él siguió apareciendo, ayudándola con proyectos y venganzas, todo mientras coqueteaba con ella constantemente. Charlee pronto se dio cuenta de que era agradable tenerlo cerca, hasta que su ex apareció de repente en su puerta, rogándole otra oportunidad. Su amante magnate le preguntó: "¿A quién vas a elegir? Piensa bien antes de contestar".
Catalina Rivas dedicó cinco años a un matrimonio vacío con Leonard Halsten, el CEO más temido del país. Él la veía como un estorbo, una obligación, y nunca se molestó en conocerla. Cuando al fin consigue deshacerse de ella, cree que todo ha terminado. Pero Catalina regresa con una nueva identidad, convertida en la directora de una compañía rival y respaldada por un grupo empresarial que busca derribar a Leonard. Ahora es fuerte, imparable y hermosa... y él comienza a desear lo que una vez despreció. Pero Catalina guarda un secreto que puede cambiarlo todo: el hijo que él nunca supo que existía.
© 2018-now ManoBook
TOP