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El Legítimo Rey volvería de entre las sombras. Destinado a recuperar lo que le había sido arrebatado. Esperando su momento para atacar a la falsa corona.
[Milenio 1 Siglo 9 Año 99.
Reino de Arawn. La capital]
Había un profundo caos en toda la ciudad. Flechas volando de un lado a otro, explosiones por todo el terreno del palacio y gritos que nadie sabría identificar si venían de los atacantes o de la defensa real.
-¡Alguien salve al Rey!-se escuchó el grito rebotando por las paredes del palacio.
Los guardias corrían de un lado a otro para lograr detener el avance de las líneas enemigas, mientras que el escuadrón real buscaba con fiereza al rey por el palacio aunque le caos y los gritos no hacían fácil la tarea dado que el mismísimo rey había desaparecido de sus aposentos.
-¡Acabad con el Rey!-el grito se coló desde las líneas enemigas al interior del palacio por las ventanas rotas.
El escuadrón real hacía un barrido completo de las zonas intermedias del palacio, buscando a un hombre que parecía haberse desvanecido en la nada. Su única tarea en el mundo era protegerlo y si fallaban en ello no tenían ni una sola pizca de honor en el cuerpo.
Afuera, en el jardín del palacio, los soldados peleaban con valentía ante un enemigo que los superaba en número, en fuerza y que los había tomado por sorpresa. La tierra estaba teñida de cenizas y muerte, pasarían milenios antes que la tierra pudiera desaparecer la mancha que ahora la cubría.
Arawn nunca había visto tanta muerte y las estrellas en el firmamento eran las únicas testigos de que esta nunca se detendría, No hasta que alguien encontrara al Rey.
-¡Aquí esta!-gritó un enemigo alertando a todos-, ¡La corona será para quien acabe con el Rey Damen!
Todos se apresuraron a actuar. Unos por codicia y otros porque sabían que él era el único ser que podría devolver la paz a Arawn del horror que se avecinaba.
[Milenio 3 Siglo 9 Año 99.
Reino de Arawn. La capital]
La princesa se paseaba por sus aposentos con algo de nerviosismo mientras que la tela del vestido le permitía a sus piernas sentir la brisa del aire a cada paso.
Nadie imaginaría nunca que la princesa heredera llevase una prenda tan humilde y, en especial, tan escandalosa. Era por eso que la joven princesa la llevaba para empezar.
Porque justo esa tarde no tenía que fingir ser una princesa, sino una plebeya cualquiera que deseaba con todas sus fuerzas ir al espectáculo de la caravana que se había detenido en la capital. Los reyes habían sido contundentes con ella al negarle ir sola como ella lo pedía, pero eso nunca había sido impedimento para ella.
Aunque ella no deseaba alejarse del palacio porque le gustase llevarle la contraria a sus padres, lo hacía porque se sentía bastante agobiada entre la piedra y las constantes palabras de su instructor.
-El deber de una reina no es sentarse en el trono por horas para ver a bufones por horas-solía repetirle el anciano-. Una verdadera reina tiene que pensar en cómo podría afectar al reino el poner un solo pie desprotegido fuera del palacio. Usted es el futuro, Princesa Makarya.
Esas palabras la atormentaban, la seguían hasta sus sueños donde no podía dejar de imaginar todas las cosas malas que sus decisiones podrían causar. Le aterraba pensar en que, en solo unos meses, debía de coronarse y ella no tenía ni idea de cómo podría hacer ese trabajo sola aunque se había mantenido firme al decidir no casarse por conveniencia.
Su padre se había enamorado de su madre, se había desposado con ella en secreto y luego la convirtió en su reina. Todo por amor. La princesa no esperaba menos, aunque la idea de tener a alguien que decidiera con ella y la apoyara con todo el peso que se le venía encima a veces resultaba demasiado tentadora para ignorarla.
Unos golpes suaves en la puerta la distrajeron de sus pasos ansiosos. La madera se abrió revelando a una mujer joven, de cabello rojizo, hermosa a la vista con sus mejillas pecosas y con sus ojos marrones.
-Su alteza-la chica hizo una reverencia que divirtió a la princesa-, ¿Me mandó a llamar?
-Entra, Addy-murmuró la princesa divertida-, y deja de llamarme así que me pones de los nervios.
-Perdón-la chica sonrió divertida mientras cerraba la puerta-, tus guardias estaban cerca y había que cumplir el protocolo.
-Sabes lo que pienso de que sigas el protocolo conmigo-le recordó la princesa y luego sonrió abiertamente-. Aunque eso no importa.
La chica recorrió a la princesa con la mirada y entonces lo entendió todo, sin que ella dijera una sola palabra. El rostro de la chica se convirtió en una máscara de seriedad que casi logró que la princesa soltara una carcajada que se obligó a contener.
-De ninguna manera-sentenció la chica.
La princesa sonrió, porque siempre le habían gustado los desafíos.
Ella. Desde el principio tuvo que ser ella la única chica a la que me permitiera conocer. Que me permitiera amar. Nadie podía saberlo, porque ella estaba prohibida para mi, porque ella sería ese secreto que me acompañaría en las noches, que me atormentaría el alma tanto como me la liberaría. Moriría por ese secreto, ¿Y saben que?, no me importaría.
Una alianza inesperada estaba a punto de enlazar a dos personas que bajo ninguna circunstancia estaban listas para estar juntos en la misma habitación, una alianza que aseguraría un bando firme en una guerra sin precedentes. Un tempano de hielo que pronto se derretiría bajo el intenso calor de un fuerte deseo que no podía darse y que solo complicaría las cosas. ¿Podrían todos ganar en esta guerra?, o, ¿Tendrían que someterse ante el peligro?
Solo hizo falta una noche para que todo en mi vida se derrumbará. Él llegó a poner mi mundo de cabeza, a meterme en un mundo que me quebraría, a introducirme en un juego que acabaría con cualquier rastro de lo que era. Un juego en el que solo había un ganador, y no era yo.
Sólo había un hombre en el corazón de Raegan: Mitchel. Tras dos años de matrimonio quedó embarazada. Raegan se sintió muy feliz. Pero antes de que ella pudiera darle la noticia, él solicitó el divorcio porque quería casarse con su primer amor. Más tarde, Raegan tuvo un accidente y, tumbada en un charco de su propia sangre, le pidió ayuda a Mitchel. Sin embargo, se fue con su primer amor en brazos. Afortunadamente, Raegan escapó por poco de la muerte y decidió retomar su vida. Años después, se hizo famosa en casi todo el mundo. Después del divorcio, Mitchel se sintió muy incómodo. Por alguna razón, empezó a extrañarla. Le dolió el corazón cuando la vio sonreírle a otro hombre. En la ceremonia de su boda, él irrumpió y se arrodilló. Con los ojos rojos, preguntó: "¿No dijiste que tu amor por mí era inquebrantable? ¿Por qué te casas con otro hombre? ¡Vuelve a mí!".
Sabrina tardó tres años enteros en darse cuenta de que su marido, Tyrone, era el hombre más despiadado e indiferente que jamás había conocido. Él nunca le sonrió y mucho menos la trató como a su esposa. Para empeorar las cosas, el regreso del primer amor del hombre no le trajo a Sabrina nada más que los papeles del divorcio. Con la esperanza de que todavía hubiera una posibilidad de salvar su matrimonio, le preguntó: "Tyrone, aún te divorciarías de mí si te dijera que estoy embarazada?". "¡Sí!", él respondió. Al comprender que ella no significaba nada para él, Sabrina finalmente se rindió. Firmó el acuerdo de divorcio mientras yacía en su lecho de enferma con el corazón hecho pedazos. Sorprendentemente, ese no fue el final para la pareja. Fue como si Tyrone despejara la mente después de firmar el acuerdo de divorcio. El hombre que alguna vez fue tan desalmado se arrastró junto a su cama y le suplicó: "Sabrina, cometí un gran error. Por favor, no te divorcies de mí. Te prometo que voy a cambiar". Sabrina sonrió débilmente, sin saber qué hacer…
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