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Miranda es una joven cirujana que creía tener toda su vida resuelta. Tenía esposo y ambos vivían en una pequeña casa en las afueras de la ciudad junto a sus mascotas. Jamás nada la hubiese preparado para aquella mañana fatídica en la que llaman a su teléfono para anunciarle que su esposo fue parte de un accidente de tránsito múltiple y que estaba yendo camino al hospital. Tiempo después de que su marido fue ingresado en el quirófano, llegó la trágica noticia: su pareja no pudo sobrevivir al siniestro. Sin embargo, sus órganos funcionaban lo suficientemente bien como para poder ser utilizado como donante para los demás agravados por el desperfecto vial. En especial su corazón, que le era de suma importancia para un muchacho que se encontraba luchando por su vida en otra de las camas de hospital. Miranda decide donar los órganos de su fallecido esposo, bajo el enfermizo pensamiento de que quizás, de esa manera, podría revivir a su persona al menos en una pequeña parte. Aquél pensamiento la lleva a obsesionarse con el joven que recibe la donación, con el cual poco después se dará cuenta que su obsesión la llevó a meterse en un lugar más peligroso del que creía.
Aquella era una mañana tal como cualquier otra. Se trataba de un martes y eran, según indicaba el reloj de pared, las seis treinta de la mañana. Ella se inclinó sobre su cama, mientras sentía el aroma a los huevos cocidos inundando sus fosas nasales. Se giró para ver el otro lado de su cama vacía, dándose cuenta de que nuevamente su esposo se había despertado antes para prepararle el desayuno.
Con una sonrisa plasmada en su rostro se dirigió hacia el baño, donde lavó sus dientes y peinó su cabello en una coleta alta, dejando lejos todo pelo que se interpusiera en su rostro. Luego, volvió a la habitación en busca de un cambio de ropa y finalmente, bajó las escaleras para encontrarse con que sus sospechas eran ciertas: en efecto, su pareja se encontraba preparando habilidosamente el desayuno mientras el ambiente era inundado con aroma a café caliente.
Al verla, sus ojos se volvieron pequeños mientras una amplia sonrisa se dibujaba en su rostro.
_Buenos días, princesa.-Exclamó él mientras recibía un beso en la mejilla por parte de ella.
_Buenos días.-Respondió ella, con un pequeño rubor sobre sus mejillas.-Ya te he dicho que realmente no hace falta que te levantes a prepararme el desayuno todos los días.
_¿Y perderme la oportunidad de saludar a mi mujer antes de que se vaya a trabajar todo el día? ¿Estás loca?
Ambos rieron ante esto, mientras ella se encogía de hombros, tomando un sorbo de su taza de café.
_Lo sé, pero todavía quedan tres horas para que tú ingreses a tú trabajo.
_¿Y eso qué importa?-Respondió él, dejándole a mano unas tostadas recién calientes.- Yo hago esto porque te amo.
Dicho esto, pinchó la punta de su nariz con su dedo índice, provocando una pequeña risa por parte de ella.
_Yo también te amo.
Miranda realmente creía que su vida era en efecto, perfecta. Adoraba pasar tiempo con su esposo, quien era dedicado y muy atento a ella, incluso aunque a veces pasara largas horas dentro del hospital donde trabajaba. Ben, su pareja, siempre la había apoyado en todo y Miranda creía fielmente que la razón por la cual su matrimonio era exitoso era gracias a toda la dedicación que él ponía por ello.
El resto de la mañana transcurrió como todos los otros. Desayunaron juntos y luego Miranda tomó sus cosas para irse directamente a la sala de emergencias. Le esperaban tres cirugías programadas y unas horas de guardia que cumplir.
Ella se dirigió a la puerta, siendo seguida por él y por su pequeño perro llamado Billy, al cuál Ben le tenía gran afecto.
La morena saludó a ambos, aunque fue detenida rápidamente por su esposo que la sostuvo de la muñeca.
_Espera.
Ella frunció su ceño, sin entender su accionar.
_¿Sí? ¿Qué sucede?
_ ¿Quieres que salgamos a cenar esta noche?
Ella sonrió, borrando rápidamente su cara de confusión por una ruborizada vergüenza en sus mejillas.
_No lo sé, todo depende de cuántas horas trabaje.
_¿No puedes pedirle a Ellen que hoy te dejen irte antes? Prometo que valdrá la pena.
Miranda soltó una pequeña risa al escuchar el nombre de su jefa. Los ojos marrones de su marido la miraban con una súplica que realmente podría derretir a cualquier humano. Y como ella no tenía superpoderes, no le quedó de otra que soltar un suspiro derrotado ante aquellos encantos.
_De acuerdo. Veré que puedo hacer.
_Iré a buscarte a las ocho treinta. Te llevaré ropa para que puedas cambiarte en el camino.
_¿Y qué sucederá si no me dejan tomarme el día libre?-Soltó ella, en tono de broma ante la seguridad que cargaban las palabras de su pareja.
Él sólo se encogió de hombros, sin demasiada preocupación.
_Entonces no me quedará de otra que secuestrarte. Pero esta noche cenamos juntos. ¿De acuerdo?
Ella sonrió, asintiendo con su cabeza.
_De acuerdo.
Los ojos de él se iluminaron al escuchar la afirmación salir de la boca de ella. Rápidamente, una sonrisa cómplice se hizo aparición en sus labios mientras rodeaba con una de sus manos su cintura, acercándola hacia él.
_¿Entonces es un sí?
_Es un quizás.-Respondió ella, acortando el espacio que había entre ambos con un beso.
_Me parece suficiente. Me conformo con ello.
Ambos sonrieron aún sobre el beso, dándose una dulce mirada antes de separarse. Él, observándola atentamente, corrió un mechón de cabello que se había escapado de su peinado y lo depositó detrás de su oreja. Acto seguido, acarició la suave mejilla de la morena con su pulgar, dejándole un pequeño beso sobre su frente.
_Te amo.
_Yo también te amo. Suerte hoy en el trabajo.
Él joven sonrió asintiendo, mientras abría la puerta para que su esposa pudiera salir fuera.
Una vez finalizada la despedida la joven dejó todas sus cosas correspondientes dentro de su coche y entró en el asiento del piloto, dándole arranque con las llaves. Sin embargo, el automóvil no parecía muy dispuesto a colaborar, pues no encendía. Intentó una, dos y tres veces. Sin embargo, en ninguna ocasión obtuvo resultado.
Algo confundida y agobiada-pues parecía tener pinta de que llegaría tarde a su trabajo-Miranda caminó nuevamente hasta su pórtico, en dónde tocó la puerta de madera que su marido le había cerrado hacía tan solo unos minutos. Éste respondió rápidamente, abriendo la puerta con la misma confusión que parecía tener ella.
_Mi coche no quiere encender. ¿No podrías echarme una mano?
El hombre salió afuera, y le dio un vistazo al coche luego de que su esposa le otorgara las llaves de este. Notando que ella ya se encontraba con visible molestia, entró rápidamente a la casa en busca de algo. Los ojos de Miranda lo siguieron sin entender qué era lo que intentaba hacer, pero sacó algunas conclusiones al ver que él volvía con las llaves de su auto.
Al encontrarse nuevamente frente a ella, le alcanzó sus llaves con una pequeña sonrisa.
_Yo me encargaré de reparar tu coche. Tú, mientras tanto, vete en el mío.
Miranda levantó su mirada hacia él, con preocupación.
_¿Estás seguro de ello? ¿Y si no logras repararlo?
Él levantó, en tono de broma, sus cejas como si estuviera ofendido.
_¿Acaso estás diciendo que no me tienes fe?
Ella sonrió divertida, negando con su cabeza ante las ocurriencias de su marido.
_Por supuesto que te la tengo. Sólo no quería que llegues tarde a tu trabajo.
_Eso no pasará. Ahora vete al tuyo, antes de que llegues tarde.
_De acuerdo. Promete llamarme cuando sepas qué es lo que tiene.
_Como no, jefa.
Miranda soltó una pequeña risa ante el apodo, que él solía usar cuando ella parecía muy imperativa con las órdenes que otorgaba.
Luego de resolver aquél pequeño desperfecto, Miranda tomó rumbo finalmente a la sala de hospital. Su mañana siguió transcurriendo igual que a las otras, exceptuando quizás, un tráfico descomunal que se abría paso sobre la carretera. Para su suerte, llegó de todas formas unos minutos antes de su entrada por lo que no hubo mayores percances. Entró a su trabajo, se vistió con su bata blanca y saludó a sus compañeros. Tal y como todas las mañanas. Luego de registrar su llegada, debía asistir directamente hacia el quirófano pues, uno de sus pacientes, ya se encontraba esperando por ella.
Para su suerte, no era una operación complicada. Al contrario, apenas era una incisión de apéndice que debía de extirpar. Eran operaciones bastante comunes a las que ya se encontraba acostumbrada a realizar, aunque eso no quitara que las siguiera realizando con una precisión digna de un especialista de renombre como lo era ella.
Luego de dos horas y una sutura, la primera operación estaba hecha.
Inmediatamente el paciente fue llevado a recuperación y ella salió, victoriosa una vez más, de aquella sala. Quitándose los guantes de látex ensangrentados, limpió la fina capa de sudor que se había agolpado en su frente debido a las grandes luces del lugar. Caminó hasta la cafetería, en dónde se tomó un pequeño descanso antes de comenzar con el siguiente paciente.
Mientras se preparaba un café, escuchó sonar su celular en su bolsillo. Cuando observó de quién se trataba, contestó casi al segundo.
_¿Hola?
_Ya lo reparé.-Soltó él, sin decir nada más.
Aquello provocó en Miranda una pequeña risa, mientras negaba con su cabeza a pesar de que él no podía verla.
_¿En serio? ¿Qué era lo que tenía?
_Bueno, comenzando por el hecho de que le faltaba gasolina...
Miranda golpeó su frente.
_Es posible, no recuerdo haberle cargado en un tiempo.
_Lo demás, era un simple desperfecto eléctrico. Pero tranquila, ya lo solucioné. De hecho, ya estoy camino al trabajo.
_Me alegra que lo hayas podido reparar. Y gracias por permitirme venir en tu coche hoy. De otra manera, estoy segura de que hubiese llegado muy tarde.
_Todo sea por mi esposa, ¿ no?
Ella sonrió al escuchar sus dulces palabras, mientras revolvía el café en el pequeño vaso blanco.
_Eres el mejor.
_Lo sé.-Respondió él a tono de broma, a lo que ambos rieron.- Te veo esta noche.
_De acuerdo. Nos vemos esta noche. Cuídate.
_Tú también. Te amo.
Antes de que pudiera responderle algo, la llamada se cortó. Ella entendía que, debido a los ruidos de fondo seguramente se encontraba conduciendo por lo que no insistiría, en pos de no distraerle frente al volante.
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