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No se atrevan a juzgarme

No se atrevan a juzgarme

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Demasiado pronto el destino probó la resistencia de Bárbara. Al precio que fuera necesario, protegería a su familia por encima de quien deba pasar aunque se vea obligada a tomar decisiones que cambiarán su vida para siempre. En su duro recorrido, dos hombres pondrán su mundo de cabeza, formando un complicado triángulo junto a ella. Arturo: lo tiene todo y el mundo está a sus pies, pero el amor ha sido esquivo con él desde niño. Su pasado no le permite comprometer sus sentimientos. Moisés: el hombre perfecto, honesto, sensible, guapo y definitivamente enamorado, pero su presente jamás la aceptará. Intensas situaciones vivirá esta mujer tratando de crear un mundo menos hostil para su familia. Sistemas sociales, iglesias y familias disfuncionales. Una historia llena de polémica que hará que el lector deba decidir a quién apoyará.

Capítulo 1 Daniela

Hacía rato que su madre, Daniela, había entrado a sala de partos y nadie salía a decirles nada. Los cuatro hermanos esperaban ansiosos noticias de su mamá y de su hermanito o hermanita.

La mayor, Bárbara, de apenas dieciocho años, que cumpliría en tres días, cuidaba de los otros tres, los gemelos de nueve, Agustín y Abraham, y la pequeña Roselyn, de cuatro.

Daniela era muy joven, con solo dieciséis años tuvo a su primera hija, fruto de la relación con el hijo de sus patrones. Siendo una chica venida de un pequeño pueblo del interior del país, prácticamente analfabeta, sin familia y sin recursos, se deslumbró con aquel joven de ciudad, y cuando supo que estaba embarazada, los padres del muchacho, la despidieron y con apenas un pequeño pago, la jovencita salió a rodar.

Ayudada por el sacerdote de una parroquia en un barrio muy marginal, consiguió trabajo en otra casa de familia, que la aceptó con la pequeña.

Era una joven ingenua, bonita y trabajadora como pocas, no se entraba en remilgos al momento de hacer cualquier oficio, porque le interesaba conservar su empleo, para mantener un techo sobre su cabeza y alimento para su pequeña Bárbara.

Sin embargo, ella seguía buscando el amor. Seguía creyendo que el príncipe azul llegaría a rescatarla de ese mundo de trabajo y penurias. Pero no se ve a menudo que los hombres tomen en serio a una muchacha con un hijo sin padre.

Aquellos hombres la enamoraban, le prometían villas y castillos a la joven, pero al lograr lo que buscaban, la abandonaban a su suerte. Y varias veces con nuevas bocas que alimentar.

Fue de esa forma que Daniela, ahora con treinta y cuatro años, esperaba a su quinto hijo. Había crecido, y luchado duro para sacar adelante a sus hijos. Y se había prometido que éste sería su último error. Con esfuerzos enormes logró comprar una casita en aquel barrio humilde, muy pequeña para todos ellos, pero era un techo propio. Muchas veces creyó encontrar un padre para sus hijos y darles estabilidad y una vida mejor, pero no fue así. Al contrario, en ocasiones sólo les produjo dolor, como la ocasión en que llevó a casa a ese horrible hombre, dominante y de mal carácter, que les daba órdenes como si fueran sus vasallos, y si alguien se quejaba, se volvía una furia y volcaba su violencia contra todos, incluso Daniela. Fue Bárbara, con catorce años, quien le puso fin a la situación cuando en medio de un arrebato de rabia del sujeto, éste intentó golpear a su hermano Abraham, y la joven tomó un cuchillo y lo puso en la garganta del hombre, y con la intención de asesinarlo saltando de sus ojos, le hizo comprender que si quería conservar su cabeza sobre sus hombros, debía irse y nunca regresar.

Fue la fuerza de voluntad y el carácter decidido de Bárbara lo que impulsó a Daniela a seguir adelante, después de cada decepción. Cuando su primera hija nació, hubo preocupación entre los médicos que atendían el parto, porque la niña por más palmadas que le dieran, se negaba a llorar, hasta que por fin lo hizo, y con sus ojos enormes y negros como la noche, miró a su madre. Eso llevó a Daniela a ponerle el nombre de su madre, mujer recia y fuerte, que hasta el último día de su vida, había trabajado su pedacito de tierra con la fuerza y la decisión del más acérrimo campesino, hasta que un infarto acabó con ella, aún fuerte y llena de vida, de la misma manera que había sucedido con su esposo. La muerte de su madre, dejó a Daniela sola en el mundo y con sólo dieciséis años, decidió abandonar el campo en busca de una vida mejor.

Esa vida nunca llegó, sólo el trabajo, el esfuerzo y un cuadro de hijos, fruto de sus decepcionantes relaciones.

Daniela amaba a sus hijos, nunca se arrepintió de tenerlos y siempre les dijo que ellos habían nacido para demostrarle al mundo que aún de personas sin corazón o valores, podían nacer seres maravillosos como ellos. Cada noche, aún agotada de trabajar todo el día limpiando casas, se preocupaba de que tuvieran una cena decente, las tareas de la escuela terminadas y los acostaba con un beso y a veces, se dormía con ellos, mientras intentaba contarles un cuento.

Así llevaban la vida adelante Daniela y sus hijos. Con Bárbara al frente del hogar, haciéndolas de madre de sus hermanos mientras Daniela trabajaba desde la mañana a la noche.

Bárbara creció y se convirtió en una preciosa jovencita de negra y abundante cabellera, ojos grandes y brillantes, rodeados de espesas pestañas, que le daban a su rostro una impactante y extraña madurez prematura. Su mirada no era la de una niña, era la de una mujer que se vio obligada a crecer mucho antes de lo que le correspondía, pero el amor absoluto e incondicional por su familia, ponía una sonrisa en sus labios al mirarlos.

Ahora se encontraba allí, con sus hermanos, esperando que les dijeran algo sobre su madre, a quien se le había adelantado el parto y su condición no era la mejor, porque había presentado subidas de presión arterial durante todo el embarazo. Le habían ordenado reposo pero como le dijo Daniela a una vecina, el reposo no se inventó para personas con hijos que mantener.

Los chicos estaban cansados, y fastidiados de esperar, pero Bárbara no tenía con quien dejarlos desde la hora en que los recogió en el colegio, así que hasta saber cómo estaba su madre, iban a tener que aguantarse allí.

— Hola, Bárbara— saludó Xiomara, su mejor amiga, al llegar— ¿qué te han dicho de tu mamá?

— Nada, Xioma, aún no sale nadie, le he preguntado a varias personas, pero nadie me dice nada — respondió la chica entre preocupada y molesta por la poca información.

— Aproveché que Giovanni tenía el carro de su papá y les vine a traer esta comida que les envió mamá, los niños deben estar hambrientos.

— ¡Ay, gracias, Xioma, tía Engracia siempre tan buena y pendiente de nosotros!— los chicos se caen del hambre porque me los traje de la escuela directo cuando me avisaron que mamá tuvo que venirse de emergencia. Voy a hacer que coman algo.

Tomó el tupper que su amiga le entregó y comenzó a distribuir los bocadillos entre sus hermanos.

— Cómanselo todo— les habló a los chicos con autoridad— miren que la tía Engracia lo envió con mucho cariño.

Se volvió hacia su amiga y con mirada angustiada le habló.

— En serio, ya estoy muy preocupada, hace mucho tiempo que está allá adentro y el médico me dijo que iban a tener que hacerle una cesárea de emergencia, porque su tensión estaba muy alta y el parto era riesgoso, pero hace rato de eso y no me dicen nada.

— Seguramente todo va a estar bien, tranquila, voy a quedarme un rato aquí contigo. Giovanni me viene a buscar más tarde; mamá dijo que me lleve a los niños para la casa hasta que tu mamá salga del hospital, porque tú tendrás que quedarte con ella, por cualquier cosa que digan.

— Tu mamá es un ángel, Xioma, no sé qué hubiéramos hecho sin ustedes — se abrazó a su amiga y eso la hizo sentir mejor.

Esperaron un rato y Roselyn se durmió, de modo que Bárbara la acomodó como pudo en una silla múltiple que había en el lugar. Los gemelos preguntaban cada dos minutos cuando podrían irse a casa. Sólo Bárbara se daba cuenta de que no era normal una espera tan larga. Algo debía estar ocurriendo.

Justo cuando esos pensamientos cruzaban su cabeza, salió un médico y se acercó a ellas.

— ¿Familiares de la señora Daniela Vivas?— miró alrededor para ver si había alguien adulto con esos niños que esperaban allí.

— Si, somos nosotros. —respondió Bárbara ansiosa.

— ¿Hay algún adulto con ustedes? Otro familiar con quien pueda hablar.

— Somos su única familia, soy su hija mayor, dígame ¿qué pasa con mi mamá?

— Verás, tu mamá ingresó en una condición complicada, muy delicada; tratamos de estabilizarla pero tenía un cuadro hipertensivo muy grave así que la llevamos a cirugía para la cesárea, la niña nació en buen estado a pesar de ser prematura; ahora está en la incubadora estabilizándose, pero...

— Pero ¿cómo está mi mamá?— interrogó con angustia Bárbara.

— Tu mamá... no pudimos ayudarla. — El médico hizo una pausa y continuó — Estaba muy mal cuando llegó, hicimos todo lo que pudimos.

— ¿Qué quiere decir?— preguntó Bárbara sin desear comprender lo que le estaban diciendo— ¿qué le pasó a mi mamá?

— Tu mamá sufrió un infarto durante la cirugía, no sobrevivió. Tu mamá falleció; lo siento, intentamos todo lo posible pero...

El médico siguió hablando pero ya Bárbara no le escuchaba. Un sonido raro, estridente, sonaba en sus oídos, como si una alarma se hubiera encendido dentro de su cabeza y no le permitiera escuchar nada más.

Una sola cosa se repetía en su mente: ¡su madre había muerto!

Su amiga la abrazó, pero Bárbara aún no reaccionaba a la noticia. Algo dentro de ella, le decía que si no aceptaba lo que le decían, haría que no fuese cierto.

— Chiqui… — le decía Xiomara sin obtener respuestas— Bárbara, ¡dime algo, por favor!

La chica se volvió a mirar a sus hermanos que no se daban cuenta de lo que ocurría. Observó a Roselyn dormida y no supo cómo actuar.

— Eso no es posible — dijo por fin— mamá no puede estar muerta.

— ¿Hay alguien a quien quieras llamar? — le indicó el médico preocupado— alguien que se encargue de ustedes.

Bárbara se volvió a mirarlo con los ojos ausentes y fríos, con una expresión rara en su voz.

— Ya le dije que somos su única familia, no hay nadie más. — hizo una inspiración profunda y se volvió hacia los niños. Se acercó a ellos y cargó a Roselyn dormida. Le habló a los gemelos mirándolos de frente.

— Chicos —le costó comenzar a hablar — hubo un problema con mamá mientras nacía nuestra hermanita, y se puso muy enferma, así que para que no tuviera más dolor, Papá Dios la vino a buscar, y se la llevó al cielo, con los abuelos. Mamá no va a poder ir a casa con nosotros, sólo la bebita ¿me están entendiendo lo que les digo, niños?

— Mamá se fue al cielo. —respondió el inteligente Abraham, mucho más astuto que el inocente Agustín. Eran gemelos, pero el parecido sólo era físico. Por lo demás, no tenían nada en común en sus personalidades— Mamá se murió. —susurró el chico

—Bárbara, ¿es verdad eso que dice Abraham? ¿Mamá murió?— gimió Agustín con los ojos muy abiertos.

— No —dijo con voz dura la hermana mayor — Aquí nadie murió, sólo se tuvo que mudar al cielo porque aquí tenía mucho dolor y allá se lo pueden curar, ella va a estar bien, nosotros también y un día la vamos a ver de nuevo.

— ¿Y quién nos va a cuidar si mamá se fue?— preguntó el pequeño Abraham.

— ¡Yo! yo siempre los he cuidado y voy a seguir haciéndolo. — los abrazó y mantuvo los ojos abiertos para impedir que las lágrimas que amenazaban con salir, pudieran escapar. No podía permitir que sus hermanos la vieran llorar. Tenía que ser fuerte por ellos. Ahora estaban solos, más solos que nunca, pero ella no permitiría que los niños se sintieran abandonados.

— Xioma… ¿puedes llevarte a los niños ahora para tu casa?

— Sí, claro. — La chica abrazó nuevamente a su amiga— los llevo, se los dejo a mamá y me regreso, para acompañarte en lo que haya que hacer.

— Te lo agradezco, alguien tiene que quedarse con la bebé mientras arreglo las cosas de mamá— le fue imposible hablar de la muerte o el funeral.

— Regreso enseguida. Vamos niños. —tomó a Roselyn en brazos y se fue con todos, sin dejar de mirar a su amiga.

Cuando se perdieron de vista, Bárbara se volvió hacia la puerta por donde salió el médico que le había hablado y fue hasta allí.

Entró y se dirigió a las primeras enfermeras que encontró

— Quiero ver a mi mamá. — Dijo simplemente— acaba de morir, y también quiero ver a mi hermanita, acaba de nacer.

Las mujeres la miraron sin entender la calma tensa que se veía en el rostro de aquella jovencita.

— ¿Tú eres mayor de edad, niña?—preguntó una de ellas.

— Sí, tengo dieciocho. Quiero ver a mi mamá— respondió tercamente.

—Ven conmigo. — la guió hasta una sala en la que había una camilla y sobre ésta, un cuerpo cubierto por una sábana verde quirófano. Por un instante, Bárbara quiso dar la vuelta y salir, pero se regañó a sí misma y se obligó a acercarse. La enfermera esperó cerca de ella, para estar segura de que estuviera bien. Era un momento muy duro y nadie debería pasar por una situación así sola, menos aún, una chiquilla tan joven, pensó para sí la mujer.

Bárbara se acercó y con una mano levantó un poco la sábana para mirar el rostro de su madre.

Sí. Era ella. No había duda, estaba pálida, su rostro parecía de cera. No parecía que durmiera, como decían siempre que alguien moría—pensó la muchacha. — Era como una máscara del rostro de su mamá.

— Ay, mamá ¿qué voy a hacer ahora? ¿Cómo se te ocurre morirte y dejarnos solos? — Tocó su rostro que comenzaba a sentirse frío y lo acarició con cuidado, como si pudiera romperse— pero no te preocupes, yo voy a cuidar de todos, te lo prometo. Voy a trabajar duro, como tú nos enseñaste y los voy a sacar adelante, puedes irte tranquila, mami. Los niños y yo estaremos bien, te doy mi palabra, ahora, necesito ir a ver a la bebé, también cuidaré de ella. Se va a llamar como tú y siempre le voy a hablar de ti. Aunque no llegó a conocerte, va a saber que si hubieras podido, la habrías amado tanto como a nosotros. Jamás te vamos a olvidar, mamá, siempre te llevaremos en nuestros corazones.

La enfermera cerca de ella, no podía menos que sorprenderse por la actitud tan firme de esa niña. Mantenía una fuerza y una entereza que la impresionaban.

— Espérame un momento, mamá, voy a ver a Danielita y regreso para encargarme de todo.

Se volvió a mirar a la enfermera y ésta le pidió que la acompañara a donde se encontraba la bebé.

Fueron allí y la vio en la incubadora. Era tan pequeña, parecía que podría caber en su mano.

— ¿Por qué es tan pequeña?— interrogó a la enfermera.

— Es prematura, pero estará bien, con cuidados crecerá pronto y tendrá una talla normal. Necesitará que la atiendan muy bien. —agregó con duda en la voz

—Yo lo haré, siempre he cuidado de mis hermanos y también lo haré con ella. Necesito encargarme del sepelio de mi mamá ¿Cuándo podré llevármelas?

— De los trámites de tu mamá, te informarán en Servicios al Interno, allí te extenderán el certificado de defunción, la niña deberá permanecer al menos una semana aquí, por su condición de prematura.

— Mejor que así sea, debo enterrar a mi madre y no va a ser fácil.

—Puedes ir a Servicios Sociales, allí te orientarán en lo que debes hacer— bajó su voz y le dijo a la jovencita como en secreto — Si no tienes medios económicos, hay un programa de ayuda, pueden ayudarte a conseguir lo necesario para enterrar a tu mamá — tomó una mano de la chica compasivamente— Dile a la encargada que yo te dije que hablaras con ella, dale mi nombre— se señaló el gafete que llevaba en el pecho — Yo iré luego y hablaré con ella, te conseguiremos toda la ayuda posible.

— Gracias, es usted muy amable. — Quiso sonreír pero sólo pudo formar una mueca — Iré ahora mismo.

Así lo hizo. La encargada no fue tan compasiva como la enfermera y comenzó a ponerle trabas a la jovencita.

— Vas a tener que traer tu identificación, ¿Cuál es tu edad?

— Tengo dieciocho —en realidad aún no los tenía, hasta dentro de tres días, pero ellos no deberían enterarse o complicarían más las cosas— En este momento no tengo mi identificación conmigo, salí aprisa cuando me llamaron y no pensé en eso. Ahora estoy muy complicada para ir a por ella, pero estoy segura de que usted podría ir adelantando los papeles que hagan falta, mientras me encargo de mi hermanita recién nacida y de mi mamá muerta— le dijo con calma, para ganar tiempo.

— Voy a hacer lo que pueda, pero debes traerla.

— ¿Quién es la persona encargada de los Servicios Sociales?

— Es justo aquí al lado— señaló a su izquierda— la siguiente puerta.

— Gracias — dijo como toda despedida. La mujer no había sido agradable, pero iba a necesitar su ayuda para poder disponer el entierro de su madre.

No fue más sencillo con la encargada de Servicios Sociales, quien se ocupaba más de los niños que de lo que le preocupaba a Bárbara.

— Escuche, señora, mis hermanitos van a estar bien, yo lo que necesito es que me ayuden con el entierro de mi mamá; ella no tenía dinero, apenas alcanzaba para vivir y yo no tengo nada, necesito que me indique dónde puedo ir para que me ayuden con eso.

— Eso va a ser muy difícil porque el Estado a veces colabora con estas cosas, pero hay que demostrar enteramente que no puedes hacerlo por ti misma.

— ¿Y qué parte de que somos cinco hijos solos, sin ninguna otra familia, siendo yo, con dieciocho años, la mayor, no le está quedando clara? Por favor, mamá murió y ella era nuestro sustento, era quien trabajaba; ¡No tengo con qué enterrarla! Ni siquiera tengo un trabajo en este momento, necesito que me ayuden, al menos que me presten lo necesario, y en cuanto entierre a mi madre, conseguiré un trabajo, y pagaré todo. Por favor, no sé qué hacer — se sentó frente al escritorio de esa mujer y enterró el rostro entre sus manos, tratando de recuperar la calma.

— Verás, voy a enviar un informe para ver qué podemos lograr. —Dijo por fin la empleada— no puedo prometerte nada, pero ven en un par de horas y tendré alguna información.

— Y si no consigue ayuda, no sé qué voy a hacer.

— En ese caso, tendrías que dejar el cuerpo de tu madre en el hospital y aquí dispondrían de él, la universidad a veces necesita cuerpos para estudios.

— ¿Es la única opción? ¿Me está diciendo que no podré ni siquiera enterrar a mi madre? ¡Tiene que haber una forma! —dijo con voz baja pero, que sonaba desesperada.

— Vamos a hacer todo lo posible, ven en un par de horas.

Bárbara se puso de pie, respiró profundo y miró a la mujer.

— Se lo agradezco, aquí estaré en dos horas. Voy a ver a mi hermanita — salió y caminó sin fuerzas por el pasillo hasta la sección de maternidad. Se sentó cerca del área donde tenían a la niña y esperó.

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