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Todos se sorprendieron cuando estalló la noticia del compromiso de Rupert Benton. Fue sorprendente porque se decía que la novia afortunada era una chica normal, que creció en el campo y no tenía nada a su nombre. Una noche, ella apareció en un banquete, lo cual causó una sensación a todos los presentes. "¡Cielos, ella es tan hermosa!". Todos los hombres babeaban y las mujeres se pusieron celosas. Lo que no sabían era que esta supuesta pueblerina era en realidad una heredera de una fortuna de mil millones de dólares. No pasó mucho tiempo antes de que sus secretos salieran a la luz uno tras otro. Las élites no podían dejar de hablar de ella. "¡Dios mío! Entonces, ¿su padre es el hombre más rico del mundo?". "¡También es esa excelente pero misteriosa diseñadora que mucha gente adora! ¿Quién lo hubiera adivinado?". Sin embargo, un montón de gente no creía que Rupert pudiera enamorarse de ella. Pero les cayó otra bomba. Rupert silenció a todos los detractores emitiendo un comunicado. "Estoy muy enamorado de mi hermosa prometida. Nos casaremos pronto". Dos preguntas estaban en la mente de todos: "¿Por qué la chica ha ocultado su identidad? Y ¿por qué Rupert estaba enamorado de ella de repente?".
Una mujer con camiseta blanca y jeans salió con una maleta de la estación de tren de Douburgh.
Su delicado rostro enrojeció ligeramente bajo la luz del sol, momento en el que se colocó un mechón rizado detrás de las orejas. Era una mujer de ojos brillantes, nariz delgada y labios color cereza que contaba con una belleza natural.
"¡Hola! Es usted Annabel Hewitt, ¿verdad? Soy el chófer enviado por la familia Benton".
Annabel asintió antes de seguirlo hasta el auto sin más, pues estaba agotada.
Durante el trayecto, el hombre lanzó miradas furtivas a la mujer, quien cerró los ojos mientras descansaba en el asiento trasero.
Esta era la prometida de Rupert Benton.
El soltero más codiciado de la ciudad tenía solo veintiún años y ya era el CEO del Grupo Benton, lo cual le hacía destacar entre sus iguales. Además, era una persona vigorosa, ingeniosa y sensata, lo que provocaba que mucha gente del mundo de los negocios le tuviese miedo.
Su abuelo, Bruce Benton, fue quien se encargó de buscarle una esposa, y eligió a Annabel, una chica de campo.
Con las manos en el volante, el chófer echó otro vistazo al rostro inocente de la joven y chasqueó la lengua, imaginando lo mal que lo pasaría como miembro de la familia Benton.
Annabel abrió lentamente los ojos y observó la extraña ciudad con una expresión tranquila.
Muy pronto, el automóvil llegó a la residencia de la familia Benton, y el chófer se encargó de su equipaje.
Annabel apenas puso un pie dentro de la casa cuando apareció una mujer bien vestida que la examinó de pies a cabeza con una mirada de absoluto desdén.
"¡Tracy!".
"Sí, señora Benton".
Nada más recibir la señal, Tracy comenzó a rociar el desinfectante sobre Annabel.
La elegante mujer era Erica Benton, madre de Rupert. "Sus zapatos y cabello", ordenó con las manos apoyadas en su cintura. "Rocíalos también".
El rostro y cuerpo de Annabel quedaron cubiertos con gotas de desinfectante, y el fuerte olor hizo que le picase un poco la nariz. "¿Pero a ti qué te pasa?", le espetó con frialdad.
Erica casi enloqueció.
"Sabía que eras una chica de campo, pero esperaba un mínimo de modales. Está claro que eres la típica mujer grosera y malhablada que crían por allí. Hago esto porque no quiero que traigas ningún virus o bacteria a esta casa. ¿Acaso pretendes infectarnos con alguna de sus enfermedades?".
Annabel no era de la clase de mujer que aguantan mierdas de nadie, y se habría largado en ese mismo instante si no hubiese hecho un trato con su abuelo.
"¡Pues rocíate un poco en tu apestosa boca!".
Acto seguido, Annabel empujó a la sirvienta a un lado y entró.
"Serás... Yo...". Erica señaló en su dirección con mano temblorosa mientras Tracy trataba de calmarla.
En la sala de estar, una joven que parecía ser de su misma edad estaba sentada en el sofá. Vestía ropa de marca, llevaba maquillaje brillante y mostraba una expresión mucho más condescendiente que la de Erica. Se trataba de la prima de Rupert, Cathy Benton.
"¿Tú eres Annabel Hewitt, la prometida de Rupert?". Cathy entornó los ojos cuando vio su forma de vestir. "Dios, el abuelo tiene el gusto en el culo. Me parece increíble que haya elegido a alguien como tú. ¿Es cierto que viniste en tren? Si nos hubieras dicho que eras tan pobre, te habríamos comprado un boleto de avión. Espera, en el campo no tienen aeropuerto, ¿verdad?".
Annabel miró a Cathy con una ceja levantada.
Se preguntó si todos los miembros de la familia eran tan arrogantes.
Era cierto que no había ningún aeropuerto de donde venía, pero su abuelo había reservado un tren de alta velocidad a Douburgh solo para ella. Ninguno tenía ni idea de que ella viajaba tan lujosamente como alguien que volaba en primera clase.
Además, podría haber volado en jet privado si hubiese querido.
Aunque podía aclararlo todo en ese mismo momento, se limitó a subir las escaleras.
Cathy la siguió enojada, pues no estaba acostumbrada a ser ignorada.
"¿Cuál es mi habitación?", le preguntó a una criada.
"¡Es esta!", intervino Cathy, señalando una puerta en el pasillo antes de que la criada pudiese responder.
"Nunca has visto una habitación tan grande en tu vida, ¿verdad?", añadió con condescendencia tras empujar la puerta. "Deberías darnos las gracias por acogerte en nuestra familia. Yo soy la prima de Rupert, Cathy, y más vale que me...".
Annabel entró en la habitación y le cerró la puerta en la cara, lo cual solo hizo enojar aún más a la joven.
"¡Ah! ¿Cómo se atreve esa desgraciada a tratarme así? ¿En qué demonios estaba pensando el abuelo?".
"Señorita, ¿no es esta la habitación del señor Benton?", preguntó la criada tras acercarse con cautela.
Cathy lanzó una mirada de disgusto a la puerta.
"¡Calla! No digas nada. Rupert odia que la gente invada su espacio. Cuando se entere de que ella está aquí, dile que fue ella quien insistió en hacerlo".
Los ojos de Cathy brillaron con picardía.
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