El viento helado hacía que gotas pesadas de lluvia cayeran sobre mí. Como el paraguas apenas me cubría, mi ropa se mojó en poco tiempo. De repente, sentí cómo mi cuerpo se congelaba y tanto las manos como las piernas empezaron a temblar por el frío. Si la suerte estuviera de mi lado, podría encontrar a un conductor que me viera y se apiadara de mi estado dándome un aventón.
Sin embargo, al parecer solo me acompañaba la mala suerte, porque ningún vehículo pasó por la carretera incluso después de caminar durante mucho tiempo. Había un leve dolor en mi abdomen. Mis piernas, por otro lado, estaban cada vez más débiles y de a ratos me quedaba sin aliento. De repente, el dolor en la parte inferior de mi abdomen aumentó debido a una fuerte punzada. ¡Fue como si lo pincharan con una aguja!