te años
tu destino y estoy segura de que vamos en el camino corr
el cambio y que estuviera más filosófica que de costumbre
s transcurrieron en la soledad de su cabaña junto al bosque, alejado
lugar, que no salieran del bosque y que siempre estuvieran uni
último mes—. Quizá mamá exageraba, hemos llegado hasta aquí y quitando esa mirada apreciativa que me echó aquella pechugo
a su hermano en el est
de nuestra madre, gastado gran parte del dinero que conseguimos en llegar hasta aquí y tú e
stino llegó a su casa en forma de una propaganda de papel que planeó hasta caer en la entrada de su cabaña, sus pensamientos habían estado inundados de imágen
onocerlo y menos fr
a y eso de que provenimos de un largo legado de brujos. ¡Ja! ¿Hombres lobos? ¿Brujas? —se burló su hermano—. Me duele pensar que todo este tiempo solo nos mantuvo engañados para tenernos junto a ella y que no hi
y comenzaron a cuestionarse su vida de aislamiento social. Su madre siempre decía que el bosque les daba todo lo ne
z más sobrecogedoras y poco creíbles. ¿Quién iba a creerse que su tatarabuela se había enamorado de un hombre lobo? Podrí
bos, iban a casarse y estaban muy enamorados, pero un día él encontró a su pareja predestinada y abandonó a su tatarabuela dejándola destrozada. No confo
a no despertara en sus predecesores y menos el gen de hombre lobo que su hijo había heredado. Lo más inverosímil de todo fue que, según su madre, la magia regresaría en la
n los desvaríos de una persona enferma, pero para ella parecía ser
ontarlo todo. Ahora nunca sabrían cómo l
a un licántropo y aparte de los pelos en el pecho, no te veo muy peludo —bromeó E
y se removió en el
ejor que me dispares con una bala de plata. Pref
al pueblito que se anunciaba en el folleto que los trajo hasta allí. Se dirigieron a la estación de autobuses,
as colocadas en el suelo, se miraron
contener las lágrimas—. ¿Qué vamos a hacer? Nadie
rado de su pie golpeando el suelo, indicaban que estaba igual de nervioso que ella—. Lo que en realidad dijo fue: «estúpidos extranjeros que se creen todas las
bían intentado aminorar los gastos todo lo posible y a mitad de su camino agotaron las reservas de comida que llev
los nervios y el frío que se le calaba hasta los huesos comen
salido tres cabezas y estuviera
n ese carácter que te gastas, quiero continuar con vida. Además, yo
ntes—. Un poco de frío no son 15° bajo cero. A esta temperatura se me va a
gané», pero, lo que menos necesitaba Emma en esos momentos, era perder una batalla dialéctica con su hermano—. Porque te recuerdo que f
este congelador en el culo del mundo, Ethan. ¡La culpa es tuya… y mía también po
ueron: «Siempre quise ir a Alaska, ¿te imaginas? Un pueblito perdido, nieve, una cabaña, leñadores. Ethan quiero un leñador. ¿Te imaginas asom
da la razón, decirlo no era lo mismo que pensarlo, pero perder una
unto de gritar: «¡Te lo dije!», Emma alzó el dedo índice y lo detuvo—. ¡Pero lo pensé y siendo mellizos era tu obligación leerme el pensamiento! Así que no te sacu
se le cayeron en señal de derrota y negó con la cabeza. Su hermano era intelige
ber leído tus pensamientos y no haberlos tomado en cuenta. No volverá a sucede
cer, quizá lo mejor será
a quedaron mirándola con curiosidad. A Emma le recordó un poco a su madre, tenía un
an ir a Silvershade Summit, yo podría llevarl
ionada y abrazó a la mujer como
cuchar que bajaba su tono de voz y murmurab
do imaginar cosas. La mujer comenzó a alejarse y ella se apresuró a lev
ayamos con ella. ¿No te parece muy raro? Sentí
staba alertando, pero tenía tantas ganas de llegar que decidió hacer a un lado su intuición—. Es solo una anciana y nosotros somos
rtenencias y ambos siguieron a la anciana sin saber que e