1: Noche
a, mezclado con el ruido del tráfico que parecía no tener fin. Hanna pedaleaba con fuerza, como cada noche, intentando ganarle al reloj. Había salido corriendo de su
que tienen se lo han ganado. A sus 29 años, Hanna López era una mujer fuerte, de piernas gruesas, curvas reales y una sonrisa dulce, a veces
cadémico. Era martes, y eso significaba una sola cosa: clase de matemáticas
otros revisando apuntes. Hanna se sentó en la tercera fila, sacó su cuaderno y se acomo
nces e
los codos, dejando ver unos tatuajes sutiles. Su barba bien recortada, sus cejas gruesas y una mirada oscura, casi hipnótic
ada-. Soy David Fernández. Seré su profes
evantó
o v
apenas, como si la hubiera notado de inmediato. Hanna sintió un calor extraño en el pecho
onil que llenaba el aula sin necesidad de elevar el tono. Ella intentaba concentrarse, pero cada tanto se sorprendía mirándolo. Obse
só nada. Solo f
erpo de Hanna, una pequeña
ra que volvería a verlo.