dé par
ndome. El hijo de Don Alejandro, el prometido de
vantando las manos.
palabra cont
tablao se abrió de golpe. Era Isabela.
quejándose, y corrió haci
ás bien? ¿Qué
ra de cristal. Su mirada, cuando finalmente s
monstruo,
erpo, mientras yo me quedaba allí, solo,
l párroco, cancelar la boda. Pero la noticia de
gresión... es imposible. Sería admitir tu culpabilidad», m
pado en una red de mentir
un número que rara vez usab
al segu
e, h
grave y tranquila, como siem
propia voz se rompi
, la ceguera de Isabela, la trampa en el bar. Hablé
de la línea. No fue un silenci
nte. «Deja Sevilla. Vent
oda, el es
no puede quedarse en silencio por culpa de una niña tonta y un arribista. Coge t
La idea de verla, de estar en Madrid, lejos de est
ias,
s un Montero. Nunca
enorme se levantaba de mis hombros. Por
ger el resto de mis cosas.
uestro dormitorio. Sabía que ella estaría a
unto a la ventana. Mateo estaba sentado e
su voz cargada de ira. «¿Vie
mí, pero su mano acariciaba el pelo de Ma
jo, su tono volviéndose impe
na risa s
? ¿Tienes alguna prueba
za la de
do en ese bar te vio!
e querías ver. Viste lo q
Su realidad ya estaba construi
o rojo de rabia. «¡Claro, como eres un Montero, cree
que cualquier otra cosa. Porque venía de ella. La m
ya no vi a la chica con la que crecí, la que compartía mis sueño
río. Le había tocado una falseta que acababa de componer. Ella me había cogid
a era de
», dije, mi voz va
s guitarras en sus fundas. Era la a
incrédula. «¿Qué? ¿Me dejas p
Realmente no entendía l
ulación, empezó a llorar en s
lpa», sollozó. «Si yo
olo. «No, no, no es tu culpa. Es é
ealtad a él,
rra. Isabela me miraba, esperando que cedi
la amaba había mu