en Madrid. Pero mientras forjaba mi fama mundial, mi corazón sentía el peso del tie
nfantil. Un niño, Mateo, lucía en su cuello un colgante de plata inconfundible: el sol y la l
entira de que Luna lo había "perdido". Pero la foto desapareció misteriosamente, y mi hija, antes risueña,
todo, descarnado: Dolores, la mujer de confianza traída por Javier, no solo robaba mis objetos más preciados, sino que maltrataba, hu
la llegada de Javier a la comisaría fue inminente. Fue entonces, en el tenso silencio de la estación, cuando un inocente grito de "¡Papá!" de Mateo hacia Javier destrozó la farsa, expo