empo. Al día siguiente, desperté con fiebre. Mi cu
casa. Cada rincón grita
nca de mi abuelo. El único luga
us silencios. Me abrió la puerta y me guio hasta el porche. Me prepar
a tierra mo
ila, "para que una planta crezca fuerte, hay que
e las hileras de vides, sus manos nudosas rozando las hojas con ca
hacer esto
apa estaba gastada por el tiempo. Lo abrió en una página
azar, futu
cimos de uvas y pequeñas no
ucho antes que él. Mucho antes que nadie. Tu valor está
a niña que fui, por la mujer en la que me había convertido y por el
ado, su presencia era un ancla
na calma extraña. El dolor seg
re habí
bían trabajar. El abuelo tenía razón. Mi identidad, mi fuerza, no me la
profunda. Sabía lo