mientras Don Ricardo estaba en el campo revisando el ganado, Sofía puso en marcha su plan. Corrió hacia los establos, grita
tarme! ¡Me empujó!" , gritaba, agarrándos
gó galopando. Saltó del caballo y corrió
jo que esta era su casa y que yo no tenía lugar aqu
e shock total. No había intentado hacer nada, solo había salido a ver qué pasaba. Pero para su tío, su presencia era una confirmación. La h
señalándola con un dedo acusa
ntos y pesados. Sabía que no tenía s
los vaqueros. "Y tú, espérame en mi
l centro de la habitación, esperando. El miedo que antes la paralizaba se había transformado en una
seco. De un armario sacó un látigo de cuero trenzad
as a la pared. Le
n. Se apoyó contra la pared fría, levantando la tela de su senc
abio para no gritar. El segundo y el tercer golpe cayeron en el mismo lugar, uno tras otro, implacables. Pero Elvira no se movió,
u falta de reacción. Esperaba lágrimas, sú
dir perdón? ¿Admites tu culpa?" , pr
e giró. Su voz, cuando habló, fu
tir, tío. Usted ya dec
fría y distante, l
odavía te atreve
tu falta de respeto! ¡Esto es por atacar a Sofía! ¡Y esto es por tu suciedad,
do lejos de allí, a un lugar donde el dolor no podía alcanzarla. Contaba los golpes en silencio. Uno, dos, tr
María, la vieja cocinera que había servido en la casa desde que El
de Dios! ¡La va a matar!"
María! ¡Esto no
ela!" , insistió María, con lágrim
es rojos y sangrantes. Pero lo que lo detuvo no fue eso. Fue la tela del vestido de Elvira, que se había rasgado c
cas y plateadas, algunas gruesas y queloides, otras finas como hilos. Se entrecruzaba