e con tal fuerza que se estrelló contra la pared. Camilo
dijiste!
del suero del dorso de mi mano. Un agudo pinchazo de dolor
Camilo? -grité, más por
brazo-. Se cortó las venas. Está en shock, ha per
se quedó
tiene que
arne-. ¡Me dijo lo que le dijiste! ¡Tú la empujaste a esto! Tienes q
sin palabras. Me estaba culpando
ndo de furia-. Soy una paciente aquí. Acabo de te
risa ásper
cuando amenazabas a una chica frágil e inocente, ¿verdad?
endo de él, el hombre que había destruido sistemáticamente mi mundo apenas unas horas antes
e crecí, en el hombre que creí conocer, s
una calma amenazante. No esperó una re
tras me arrastraba, descalza y mareada, fuera de la habitación y
do mi cabello alrededor de mi cara. El helicóptero despegó con una sacudida violenta, y las luces de la ciuda
a clínica privada más pequeña. Me empujó a una silla en una sala de recolección
a -les ord
interior de mi codo me devolvió a mis
-grité, tratando de apartar mi
mi rostro aterrorizado al furioso de Ca
da. El banco de sangre envió suficientes unidades para l
tasma bajo las luces fluorescentes. Por una fracción de segundo, frunció el ceño. Vi un destello de
bil y tenue vino de la
milo
voz d
milo se desvaneció. Fue reemplazado por esa resolución
su voz desprovista
a sangre de