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TO
quier grito. Me siento en el sofá de cuero, mirando fijamente el mármol pulido. Fab
milia y a nuestros negocios -dice él, y siento un escalofrío en la espalda. Sé
asar -suelt
o varia
no hay nadie en mi
ia adelante, y la luz de la lámpara
La boda será muy pron
visible. Antuan Morosov. El nombre me evoca una imagen instantánea: piel arrugada,
testa-. ¡Es un anciano! Tiene la edad de mi abuelo si viviera. No voy a casar
mano. No es un golpe fuerte, pero es sufi
, y la furia en su voz
con esa frialdad
Es un acuerdo. Un negocio, Antonela. Tu matrimonio sella nuestra alianza más importante en diez a
viejo? -pregunto, sintiendo las lágrimas
s grande -concluye Fabrizio, dando por terminada la d
esesperación, esperando que, por una
ara alejar las lágrimas que nunca se permite derramar. Gira el rostro ligeramente hacia
imploro co
a! -truena Fabrizio-. Ella es leal
orir! -grito, olvidando cualquie
una fuerza brutal. El sonido resueña en el despacho. Caigo hacia un lado, tropez
acción, una señal de protesta. Ella sigue sentada en el sillón, su rostro es pálido, pero s
stá de pie
astigada en tu habitación hast
la, pero el dolor más grande es el de la decepción que me causó mi madre, Ania, que si
rimas y la rabia fluyan sin control. Mi mejilla está hinchad
on amargura:
ley fundamental de nuestra existencia: los padres venden a sus hijas por la mejor transacción. Es
padre desea desesperadamente: conexiones políticas. El hombre se mueve en las grandes esferas
os mortales, los más peligrosos, y nos disputamos el control total de los territorios de droga, armas y
poder de aplastar finalmente a la Mafia Negra con una influencia decisiva. Soy solo un
tá en mi sangre, por mucho que mi madre la haya abraza
uelo de mármol frío. Siento náuseas. La idea de casarme con Antuan Morosov me asfixia. Él tiene má
nvenido-. Prefiero morir antes de ser la esposa de ese vi
No me importa la política, ni la Mafia Negra, ni el estatus. Mi principal negación es que no lo quiero. No hay amor, ni re
o, cualquier cosa que pueda darme la paz eterna, la
entra en la habitación. Su rostro es una máscara de preocupación, pero
ándose despacio-. Por favor
rostro se deforma por
ómo, mamá? ¿Cómo fuiste capaz de quedarte ahí y ver cómo me golpea
es me miran con una tristeza v
ir, Antonela. Es la
entregaron a él como una posesión, como un trato! ¿Y ahora permiti
ojos por un in
as de cambio -su voz es dura, sin afecto, como si recitar
me hace más grande que ella-. ¡Yo no voy a aceptar la vida que tienes tú! ¡Si tú te conformas
n poco la voz por primera vez. Hay advertencia en su
o no voy a ser tú. ¡No me voy a convertir en la esposa obediente
na mezcla de lásti
i desafías a tu padre, te irá peor. Mírame. Tranqu
uro! -grito-. ¡Pre
ra. Ania palidece por completo, enten
orror. Por fin, veo una emoción cruda, no reprimida, en sus ojos: m
Me quedo aquí y espero que ese hombre me use y me consuma hasta convertirme en la
mirada, sin poder
es defensivo-. No sabes lo que sacrifiqué pa
sición! ¡Quiero m
e años de resentimiento familiar. Mi madre parece fi
sea a regañadientes-. No te pido que lo aceptes, pero tienes que sobrevivir a esto. Tienes que casarte si quieres vivir. Si
me resigno
-. Sé la esposa que él quiere que seas, pero encuentra tu poder en ese matrimonio. Morosov es viejo. No vivirá para siempre. Y c
bras. Mi madre, la sumisa, me está dando
susurra Ania-. El camino es largo, pero la paciencia te con
dea germina en mi cabeza: no es una ren
a un asco indescriptible. Tener que entregarme a ese viejo... me lleva directa
momento, mi c
lejando por un momento la rabia y el asco. Su mens
princes

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