img La mentira que borró mi vida  /  Capítulo 3 | 13.04%
Instalar App
Historia

Capítulo 3

Palabras:1757    |    Actualizado en: 17/11/2025

ista de Br

real que el latido de mi cuerpo maltratado. Se había ido, y con él, los últimos vestigios de mi ingenua creencia en la inocencia de Damián. No quedaba nada que perder, n

a. Comencé a registrar metódicamente los confines de mi pequeña prisión, no en busca de una escapatoria, sino de cualquier cosa que pudiera ser reutilizada. Un viejo y olvidado uniforme de servicio en un

tro generalmente un tapiz de miedo y servilismo-. El señor Rivas... pregunta por usted. Quiere que vaya al es

ble, pero la amabilidad en esta casa era un bien

sto. Casandra no perdería la oportunidad de regodearse, de retorcer el cuchillo. Pero un destello de algo en los ojos de María, una súplic

ulento, con paneles oscuros, apestando a dinero viejo y poder. Damián estaba de pie junto a la enorme chimenea, de espaldas a nosotros, su

e ti. -Señaló la mesa de café. Una sola hoja de papel yacía allí, de un blanco cr

plana, desprovista de

abes lo que es, Brisa. Es hora de hacer las cosas oficiales. -Su

rte inferior. La firma de Damián, audaz y decisiva, ya llenaba la línea. Un pavor frío se filtró en mis huesos. Lo habí

nas un susurro. La pregunta era retóri

ctivo-. Ya era hora. Ahora firma t

nazaba con consumirme. -No -dije, mi voz ganando fuerza-. No. No lo

una carga, una vergüenza. Ahora tiene una familia. Una familia de verdad. -Se puso de pie, su comportam

cara -insistí, cruzando los brazos, un desafío que

s nada, zorra patética! -Su mano salió disparada, una bofetada punzante en mi cara.

a. Una oleada de furia, caliente y desenfrenada, me recorrió. Me abalancé sobre ella, sin importarme l

espalda. Era Damián, su rostro una nube de tormenta. Me empujó con fuerza, enviándome a trompicones hacia la gran

ier cosa para amortiguar mi caída. Mis dedos rasparon el cristal frío, luego encontraron agarre en las pesadas cortinas de terci

la tela

través de mi cuerpo cuando golpeé la piedra implacable. Mi cabeza se estrelló contra el suelo, un sonido agudo y nauseabundo. La oscuridad mordis

esó mi abdomen inferior. Jadeé, un sonido ronco y estrangulado, mientras una ola de carmesí se extendía debajo

torpes pero urgentes. Intenté hablar, gritar, pero solo un suave gemido escapó de mis labios. A través de la neblina de dolor, vi a

s yo yacía sangrando, muriendo, olvidada en las frías piedras de su patio. La ironía era un sabor amargo en mi boca. Le creyó. Siempre le creyó. Y

centímetro gritando en protesta. Un grueso vendaje envolvía mi cabeza, y mi brazo izquierdo estaba en un cabestrillo. Pero el

era sacarina, pero sus ojos, llenos de un triunfo escalofriante, no pretendían nada. -¿Ya despierta, Brisa? -gorjeó, acerca

a. Mi garganta estaba en carne viva,

uó, palmeando su vientre plano con una sonrisa de autosatisfacción-. Per

ujó. Pero no podía hablar, no podía acusar. ¿Quié

nuestro bebé. Pero es un hombre fuerte. Lo superará. Especialmente conmigo a su lado. -Se inclinó, su voz bajó a un

o una bandeja con un tazón de sopa. -Hora de

é de que te trajeran algo especial. ¿Tu favorito, creo? Crema de camarones.

rgica a los camarones. Había sido una de las primeras cosas que Damián aprend

tazón con mi mano buena. -No, grac

rías, necesitas tus fuerzas. Damián quiere que te rec

sa -dijo, su voz fría-. Come tu sopa. Necesitas ponerte bie

ualquier destello de reconocimiento, cualquier recuer

Brisa, honestamente, tus teatros son agotadores. Estás tratando de manipularme de nuevo,

, que me había llevado corriendo a urgencias cuando accidentalmente ingerí un pequeño trozo de camarón, ahora estaba ante mí, preparado para

Instalar App
icon APP STORE
icon GOOGLE PLAY