ente horrorizada-. ¿Un crimen que no cometí? ¿Estás loco, Conrado? -Mi voz se elevó, cruda de incredulidad-. ¡Yo soy la víctim
tro estaba pálido, sus ojos huecos por el estrés. Parecía
d de esta situación. Jimena... no puede ir a la cárcel. La destruiría. Lo destruiría t
cho. Se tambaleó hacia atrás, pero su agarre en mi brazo era sorprendentem
uda-. Les dirás que tú conducías. Que estabas angustiada. Que
ando con su pecho, un intento desesperado y fútil de liberarme. -¡No lo har
ó. Sus ojos se entrecerraron, un brillo peligroso reemp
debo nada! ¡Tú me debes a mí! ¡Le debes a Alina! ¡Me debes la dignidad de
¿No lo entiendes? Si te niegas, haré de tu vida un infierno.
ibre de ti, entonces haz lo peor! ¡Pero no mentiré! -Estaba temblando, temblando con una mezcla de miedo
izás, o una creciente comprensión de que decía cada palabra en serio. Dudó, su agarr
No tirarías tu vida por la borda así. Tienes demasiado por lo que vivir. Me amas, Jazmín. Siempre lo
o mi supuesto amor, mi lealtad, en mi contra. Creía que era tan completamente dependiente de él, tan
. No por Jimena. No por la cáscara vacía de una vida que ofrecía. Quería vivir para
zón, Conrado -dije, mi voz suave, inquietantemente tranquila-. Teng
rado. Debió pensar que finalmente estaba cediendo. Aflojó su agarre por completo,
con todas mis fuerzas. Se tambaleó hacia atrás, sorpren
gruñí, mi voz un susurro vene
a mezcla de rabia e incredulida
no soy tu escudo! ¡La elegiste a ella! ¡Siempre la eliges a el
do tembloroso-. ¡Sáquenla de mi vista! ¡Enciérrenla! ¡Claramente ha perdido la cabeza! -Se dio la vu

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