de Casandra «
él había olvidado hacía mucho tiempo. Se aseguraba de tomar mi mano en público, su agarre posesivo, sus ojos buscando cualquier señal de reconocimiento de sus colegas. Anunció, con gran
taba dando cuenta de lo que tenía. Los años de negligencia emocional, las humillaciones públicas, la constante sensación de ser menos, comenzaban a sentirse como un recuerdo lejano
apeles del divorcio. Pensé que, quizás, me lo debía a mí misma, a la chica que una vez fui, llevar esto hasta el final, darle a nuestro «trato» una despedida adecuada y dig
ntador CEO, estaba a mi lado, su mano firmemente en mi cintura, su sonrisa deslumbrante. Levantó una copa para un brindis, su voz suave y sincera, hablando de nuestros diez años juntos, nuestr
e fuegos artificiales, coreografiado con música romántica, visible desde los ventanales panor
onces
un pequeño bar, estaba Anaís. Se suponía que no debía estar aquí. Se suponía que se había ido. Pero allí estaba, recortada co
ct
llo, atrayéndola más cerca. Mientras los fuegos artificiales más grandes estallaban en lo alto, iluminando la es
Recordé otro espectáculo de fuegos artificiales, años atrás, en nuestro primer aniversario. Él me había abrazado entonces también, prometiend
era él. Esto era lo que su «amor» realmente significaba. Era una transacción. Una ima
una paz profunda y desoladora. Mi corazón, que se había roto en un millón de pedazos a lo largo de los años, finalme
. Me alejé, sin correr, sin llorar, simplemente caminando. Fui al tocador de damas, saqué los papeles del divorcio que había preparado meticulosamente semanas a
. La gran gala de aniversario, los fuegos artificiales, las mentiras, todo quedó atrás. Hécto
ista de Hé
che, estaba sonriendo, estaba aquí. Incluso se veía... casi feliz. Quizás todavía podía salvar esto. La profecía
ncluso lo practiqué con Anaís, una noche tarde en la terraza, queriendo asegurarme de que cada
, Héctor, eres el mejor! Ojalá pudiera ser tu amuleto de la suerte para siempre». Se inclinó, sus ojos grandes, expectantes. Quería un beso. Dudé. Por un momento, vi el rostro de Cassie, su silenciosa decepción, su cansada resi
s fuegos artificiales eran magníficos. Sentí una oleada de triunf
n, me volví hacia Cassie, listo para continuar n
ido al tocador. Esperé. Y esperé. Anaís, siempre presente
¿está bien?
muré-, ella.
runció
a casa? Se veía
brí la puerta, un sobre blanco impecable estaba sobre mi escritorio. Mi nombre,
abría el sobre. Papeles de
palabras frías y calculadoras. «Me perteneces». Ella no había dicho una palabra entonces. No me había discutido nada. Su silencio. Su t
ono sonó
Acabo de... vi el anillo.
irada cayó sobre Anaís. Llevaba un delicado collar de plata. Una reliquia familiar. De
-rugí, señalando con un
respingo, s
upongo. Vino en un paquete anónimo. Pensé que era un deta
sie lo había dejado para que ella lo encon
vo, un mensaje de texto.
stente para que cambiara los datos. Nunca se trató del éx
irmado al final. E
amuleto de la suerte, toda la base de mi matrimonio, el éxi
on en mi mano temblorosa. Los arrug
o del estudio, de la casa, hacia la noche. Tenía que encontrar

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