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y nuev
ue mi esposo, Damián, entregó mi vida a un cártel riva
riciando el vientre de seis meses de embarazo de ella en mi propio funeral. No pa
iado. En lugar de eso, protegió a Lucía. Creyó sus mentiras de
pilla familiar hasta que mi espalda quedó hecha jirones. Luego, me arrastró al techo y me arro
sabía que era ella quien vendía secretos a Los Valdés.
teniendo el collar de diamantes de los De la Garza, rogán
detrás de mí: el sicario que recibió una bala por mí
mantes, lueg
ey -susurré-. E
ítu
y nuev
sde que mi esposo entregó mi vida a un cártel riv
e la hacienda de los De la Garza para encontrarlo acariciand
es contra el pavimento mojado. Me paré al borde de la multitud de luto, un fa
naturalmente. No había
gida a la perfección. Y Damián Ferrer, el hombre al que había jurado amar hasta mi último aliento, parecía so
sticos, debería estar pudriéndome en una zan
so. Arde más que el mezcal de Los Val
lo cortara una cuchilla. El silencio que descendió sobre el ce
do, se abrieron de par en par. La sangre se le fue del rostro tan rápido
e a su estómago, protegiendo el bulto que no debería exi
No fue un saludo. Fue
era áspera, destrozada por meses d
miné hacia la Suburban blindada que me esperaba, dej
Damián se sentó frente a mí, mirándom
s de que pudiera hacer contacto. Se e
jo finalmente, con la voz ronca-
s en la penumbra. Diez dedos. Con cicatrices,
o desprovisto de calidez-. No revisaste
nada.
r mi santuario. Ahora, el aire estaba cargad
ma de
d separado. Estaba de pie junto a la chimenea, con las manos acunando su estómago
z temblando-. Nosotro
irada a s
ica una cantidad significat
Protegiéndola. Siempre protegiéndola-. Encontramos consuelo el uno
peté-. Tiene seis meses. Yo
observando cómo la com
cto del duelo. Es pro
diez grados. Damián miró a Lucía. Ella palidec
mismo -le dije a ella-.
escritorio y lev
ndo? -preguntó Da
Tienes una opción, Damián. El heredero o
scapar un so
¡No puedo
ó a su lado
para! Es
on una ternura que no me había mostrado en años-. Has
el momento en que pisé suelo mexicano. Los golpeé sobre la mesa de
gí-. Separació
ió. La conmoción se evaporó, reemplazada por esa frial
cía jadeando en el sofá,
e, los rasgó por la mi
n retumbar peligroso-. Y eres la seño
nfeti de pap
opiedad, Sofía
Lucía, tomándo
pital. No salgas d
la puerta cerrándose c
a ella.

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