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Historia

Clásico 3 No.3

Palabras:1474    |    Actualizado en: 14/11/2018

ones simétricos, recortados en forma circular a fin de dejar sitio al pozo y holgura para sacar agua, formaban el sencillo trazado del jardín monástico. Sólo qu

ojos y embriagaban dulcemente el corazón. Era un jardín mariano, cultivado únicamente por amor a la Virgen, para poder cubrir su altar de ramilletes simbólicos, en el gracios

ez, bajo el severo contorno de la toca, aquel rostro tenía aún líneas de belleza pasada, vestigios de algo que debió de ser escultural. Parecían las majestuosas facciones modeladas en esa cera amarillenta, resquebrajada, de los cirios viejos y muy secos; la boca no era más que una línea pálida, dilatada por una sonrisa mis

ón me espera

guesclín o Claquín a favorecer a don Enrique de Trastámara, que casó con española, que no quiso volver a Bretaña cuando la vio incorporada a la corona francesa, y a quien el fratricida estimó y colmó de mercedes, otorgándole bienes y feudos en la tierra gallega, tan semejante a la vieja Armónica, señalada por su fidelidad a don Pedro, y en la cual le convenía al bastardo arraigar a sus partidarios. En cierto modo, don Martín de Landrey obedecía al atavismo cuando se afrancesaba; mas no lo creyeron así sus deudos ni menos doña Catalina, que era entonces una criatura, pero que se daba cuenta de todo. Débil y enfermiza ya, pudo tanto en ella

rden documentos y papeles. Una noche, los labriegos y pescadores de la costa donde se asienta el castillo de Landrey, vieron con sorpresa un gran resplandor rojo, y si al pronto creyeron que había incendio, no tardaron en comprender que era una descomunal hoguera encendida en mitad del patio de honor. Delante de la hoguera estaba doña Catalina de pie, mandando la maniobra, y dos criados traían en cestos libros y manuscritos, despedazaban los volúmenes y los arrojaban a la hoguera, atizando y cebando su llama con provisión de leña y ramaje seco, para que devorase pronto aquel fárrago. Gastón había oído referir a su madre que allí se abrasaron las obras de bastantes franchutes de la cáscara amarga, y muchos papelotes que probaban las íntimas conexiones de don Martín de Landrey con

ropósito de entrar en las Comendadoras. Era libre y dueña de sus acciones, y nadie podía oponerse a su deseo, con tal resolución manifestado. No obstante, don Felipe se opuso, y alegó el peligro de la salud; con aquel terrible mal nervioso, aquellos desvanecimientos y accesos convulsivos, ¿era prudente, era ni siquiera cristiano encerrarse en un convento? Doña Catalina respondió que la Iglesia había arreglado las cosas tan bien, que existían conventos para todos los estados de salud; que las Com

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