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Historia

Clásico 4 No.4

Palabras:1541    |    Actualizado en: 14/11/2018

a pobre se conoce que había ofrecido este sacrificio por los pecados de don Martín. El

stima! ¿Y por qué en aquel instante, a aquella hora virginal de la pura y radiante mañanita, en aquel jardín monástico todo paz, donde sólo se escuchaba el vuelo de algún abejorro, donde las azucenas abrían tímidamente sus cálices de raso blanco y vertían en silencio su pomo fragante, Gastón, en vez de compadecer a doña Catalina, advertía que la envidiaba? Sí, no lo podía dudar; envidiaba a la Comendadora, como envidia el mar

s oiga nadie… ¡nadie!… A estas horas no aparecen monjas por aquí… Lo que te voy a decir es sólo para ti… ¿me entiendes? Para ti… tú eres e

a ejemplar reclusa, que no había cesado ni un día de enterarse de los nacimientos, bodas, muertes, malandanzas y bienandanzas de sus sobrinos. La Comendadora no era verosímil que conociese el estado de la hacienda de Gastón, y por consigui

ítu

evel

lamó la anciana subrayando con tedio el nombre de la capital francesa-. ¡L

para vivir cien años! -af

ísimos ojos, lo único que sobrevivía en su semblante mo

-, pero la misericordia divina no ha permitido que la

terrar usted a mí y pedir para que me a

-. Sólo a ti y al confesor lo descubriré… ¡Como te estoy viendo… h

tales efluvios que derramaba el sol ascendiendo a su zenit, si

as de mayo fuesen copos de nieve-. Lo mismo que cuando lo deposité en la caja… ¡Y una cara de

a cayó sobre el pecho, y Gastón, ca

iguración de usted?… Hay así…

alquier ruido su voz, que me dijo… en un tono tan triste… como si las pala

r. Gastón, quebrantado aún del viaje y de las penosas impresiones recientes, notaba un vértigo que atribuía al olor subido de las flores

derezó, ya tranquila y al par

hay más Landrey que tú. A mí la tierra me llama, después de ochenta y ocho años y cinco meses que estoy en el mundo

r mismo llegué a Madrid… Ya ve

más bien fúnebre mueca, animó el s

esforzarme… Si me paro, no te asustes… Me falta resuello… So

ntuvo. Parecíale advertir el contacto de un cadáver: tal estaba de inerte y seca a la vez aquella mano que

o? -preguntó de impr

ano sí -respondió no

tengo nada que decirte… ¿Crees firmemente en Dios, que nos perdona… que nos ha redimido?… ¿Crees,

tón sonriendo del a su par

n la

con calor involuntario, más co

rtada de gozo. Después, sin transición, ex

uestro castillo de Landrey,

eciosa… es decir, con carácter… de eso precisamente, de antigualla. Pero ya sabe usted lo que sucede: se forman planes, se fantasea e

el castillo y los señoríos -por cierto que se llamaba como tú, Gastón de Landrey- fue de los que vinieron a ayudar a don Enrique. Me lo contó mil veces mi padre, que eso sí, era estudiosísimo… El estudio es cosa buena cuando no nos apa

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