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Historia

Clásico 7 No.7

Palabras:1551    |    Actualizado en: 14/11/2018

galones de oro apagado y mustio. El monaguillo arreglaba las hachas en los grandes hacheros. A poco bajaron la caja forrada de paño negro también y el sacristá

rcedor íntimo, una cólera secreta contra sí propio, esa sensación oscura que lentamente se condensa para formar el sentimiento de la responsabilidad moral. Era la detestación de nosotros mismos, la censura -más que ninguna severa- que hacemos de nuestros propios actos; era el juez interior que tantas veces duerme, pero que cuando sacude la modorra nos registra el alma y nos condena sin defensa ni apelación, porque tiene las pruebas, la evidencia en la mano… Del enlutado ataúd, Gastón creía que se elevaba una voz, preguntando: «¿Eres cristiano?». Y que el juez, el rígido juez de negra toca, respondía: «Como si no lo fueses… Lo has sido en el nombre, ¿pero en los hechos? ¿Cuándo te has acordado tú de Dios? ¿Cuándo has pensado en el prójimo? ¿En qué y cómo has dilapidado tu hacienda? Buen comer, regalo, deleites, ociosidad… ¿Y qué más hicieras si fueses pagano? ¿Eras cristiano cuando al salir de una cena desordenada, en una noche fría, por no desabrocharte el gabán de pieles no dabas limosna? ¿Eras cristiano, ni aun caballero, cuando por un quítame allá esas pajas, en aquella solitaria

el Dies irae, y el viejo conde del Sacroval

rino muy afligido? Tiene bue

lieron Telma y Gastón hacia el Noroes

ítu

nd

hacinamiento de construcciones pintorescas destacándose sobre el fondo de un celaje verde claro, más bien que azul, realzado al poniente por una franja de oro pálido, blanco casi. Armado de una vara de mimbre cortada en un seto, Gastón arreaba a su fementida cabalgadura, cuyos cascos golpeaban duramente la calzada de piedras, desasentada ya e invadida por las hierbas, que conducía a la alta puerta del patio de honor, flanqueada por cubos o tamboretes, y superada por gallardo escudo con pe

era alcalde de la Puebla, si bien no había sido avisado de la llegada del amo, una cama, al menos, se la podría ofrecer. Con esta confianza empujó la cancilla de troncos sin labrar que sustituía al portón bardado de hierro, y penetró en el patio, llamando a gritos por alguno.

anda p

to, respondió, n

eño de esta casa, y si no abrís

; diríase que era un castillo encantado. Entonces el ba

cuatro años que no vivía en el castillo; como que tenía en la plaza una casa muy magnífica… Allí, en e

cuando me bajé de la diligen

e preguntaban!… -repuso e

corrieron unos rechinantes cerrojos, abriose la puerta

oches nos

uido por el abandono y la humedad. En algunas partes el techo se encontraba agujereado, y el chorreo de las goteras había podrido el piso, cuyos carcomidos tablones cedían bajo el pie. Notábanse también sitios vacíos donde habían existido muebles, y tablas arrancadas, quién

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