img El tesoro de Gastón  /  Clásico 10 No.10 | 40.00%
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Historia

Clásico 10 No.10

Palabras:1511    |    Actualizado en: 14/11/2018

nos en rápido declive; natural defensa que no habían desaprovechado los fundadores. Al fin se serenó Gastón, familiarizándose c

esbordan, iba ensanchando su curso hasta desembocar en el mar, formando antes la apacible ría que baña el arenal de la Puebla, reluciente a los primeros rayos del sol como polvillo de oro. La línea del mar era de rosado n

una estupenda casa, horrible grillera de cuatro pisos y bohardillón, toda reluciente, pintorreada de verde rabioso, con triple galería de cristales, y encima de la puerta una charolada lápida de seguros mutuos, testimonio de sabia previsión en el dueño… Cuando el señorito de Landrey tenía asestado su anteojo al palacio de Lourido -no podía ser menos- en una de las galerías, muy adornada de enredaderas, aparecieron dos mujeres, una joven y otra madura, ambas desgreñadas, en faldas y justillo, recién salidas de la cama, porque se desperezaban aún. La joven, a lo que se percibía con ayuda de los gemelos, era fresc

sino restaurada: el balconaje de arcos de piedra que tenía al frente denunciaba la reparación. Por las columnas trepaban rosales floridos, y delante de la casa, un jardín a la inglesa rodeaba un estanque natural, o diminuto lago, sombreado por árboles péndulos. Más lejos, el jardín frutal y varias dependencias, una era y un hórreo grande, indicaban que allí no se cultivaban sólo Fu y plantas de adorno. Cuando Gastón notaba este detalle, de la casa salió corriendo un niño, y tras él un perro negro, saltando y haciéndole

ítu

de la R

le causara efecto perturbador. No era Gastón un vicioso libertino, y esta verdad la llevaba escrita en la tersura de sus sienes, en la humedad y brillo de sus ojos; pero como ningún freno moral conocía desde la pérdida de su madre; como a nad

la acción del tiempo, sino de ser arrancadas violentamente. Hasta mostraban aristas rotas por el hierro. Estas piedras señaladas así ocupaban un ángulo de la torre, y formaban un montón bastante alto; sin embargo, Gastón, resueltamente, hizo rodar dos o tres de la cima, y vio con sorpresa que el montón cubría una puertecilla muy baja. Apartó más piedras, descansando cuando le fatigaba aquel trabajo rudo

ión de los novelistas y de los arqueólogos; y al encontrarse en aquel lugar donde supuso que habían languidecido los enemigos del poderoso señor de Landrey, se estremeció profundamente. Repuesto, y encendido otro fósforo, examinó la mazmorra, movido por un interés que ya nada tenía de humanitario. ¿Descubriría allí, por felicísima casualidad, el camino que seguían los antiguos, la veta que guiase hasta el filón áureo del tesoro? Fosforito tras fosforito, Gastón reconoció las paredes y el techo, que tocaba con la mano. Una ve

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