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Historia

Capítulo 4 ZONA DE TERROR

Palabras:2639    |    Actualizado en: 20/05/2022

ura es agradable e invita a dar un largo paseo bajo la luz de las farolas, da l

el ordenador, así que decidí que era momento de estirar los músculos haciendo algo d

or, ni tabaco, cerré la puerta del piso y me dirigí escaleras abajo. Habría podido elegir tomar el ascensor, pero, teniendo en cuenta que a esos ca

ible caricia procedente del asfalto caliente bajo mis pies. Tras meter la bolsa en uno de los cubos, volví a mi puerta y, antes de entrar, encendí un cigarrillo, disfrutan

los años sesenta, con paredes de ladrillo rojizo, seis alturas y una planta de garaje bajo sus cimientos, similar a los cientos de edificios que,

ahorrador les permitió hacerse con un rancho en las afueras, por lo que yo, siendo hi

, pensé en subir caminando hasta el quinto piso, donde vivo, pero la vagancia pudo más, así

el edificio. Esto hacía que la estructura fuese algo vieja: sus paredes, sus espejos y su cuadro de botones tenían más de cincuenta años. Lo que más me llamaba la atención de este último detalle era el correspondiente al garaje. Había

pulsar el botón del quinto piso, eché mano al manojo de llaves que había en mi bolsillo e introduje la llave correspondien

mo era de esperar. Cabezota de mí, volví a intent

rendido ante aquello, fijé los ojos en el indicador luminoso. Mientras el ascensor descendía,

ndo como de costumbre. El indicador luminoso mostraba dos guiones intermi

iluminación procedente del interior de éste no bastaba para iluminar aquel pasillo, que era engullid

or las paredes y desapare

nte el nuevo sótano recién descubierto pudo más. Decidido a investigar a

no había botón para llamar al ascensor, sino una cerra

derecha, desembocando en una galería a la que daban varias puertas, como en las cárceles que salen en las películas.

, me agaché y acerqué mi mechero al suelo para examinar con más detalle qué eran aquellos pequeños bultos que pisaba irremediablemente a cada paso. Descubrí jeringuillas, trozos de prob

de salidas al exterior por las que se colase la luz de las farolas, ni ninguna corriente de aire que hiciese vibrar a la llama

rial médico. El lugar estaba infestado de gasas, correas, pastillas desperdigadas por el suelo… Aquello parecía un hospital en miniatura. Un

a, sobre el mugriento colchón, un bulto del tamaño de un ser humano, envuelto en ropa de

ostraba ante mí un cadáver humano en posición fetal que me daba la espalda. El hedor era ins

de forma brusca y, lo que en principio había clasificado como “

y pies, sus extremidades se encontraban rematadas por muñones violáceos, y ex

adas cejas y sienes y se perdían hacia su nuca. Sus orejas, irregulares y enormes, no mostraban pliegue alguno, dotando al ser de un aspecto simiesco. Tampoco poseía nariz, y de sus orificios nasales surgían dos hilos de sangre

y de su garganta surgió un bramido

ndo en cuenta la postura en la que me encontraba, caí de espaldas sobre el mugriento s

ó encima, lanzando una vez más su aterrador alarido. Sentí su aliento contra mi rostro, mientras apestosa saliva caía sobre mi frente, y un escalofr

redes. Mientras huía en dirección al ascensor, pude oír cómo aquello se arrastraba entre los cristales rotos del suelo, siguiendo mis pasos. Llegué al pasillo y sentí que volvía a la vida cuan

l botón del quinto piso estaba encendido, la puerta no se

la luz del ascensor. Sin embargo, ahora no sentía curiosidad ante aquella esc

ras gruñía, jadeaba y chillaba como ninguna criatura conocida. Apreté repetidamente el botón del quinto piso, con pulso tembloroso, mientras el miedo me hacía llorar y la criatura se aproximaba rápidamente. Cuando estaba a pu

i rostro estaba cubierto de una mezcla de baba y mucosa sanguinolenta, mezclada con mis propias lágrimas. Cuando quise pasar el dorso de la mano por mi frente, descubrí que mis ensangrentadas p

paron en mi mente, y no pude evitar arrodillarme ante el baño y vomitar la cena. Me di una ducha más larga de lo h

edificio era similar al mío: construido en la misma época, con la misma planta, y con un ascensor exactamente similar. Tras contarle la hi

sonaba entrecortada y temblorosa. Bajo su casa también había un segundo sótano, húmedo y ma

da. Eso fue lo que me dijo. Y la verdad es que

en Guadalajara, había sufrido una grave fuga en uno de sus reactores, provocando una nube radiactiva que se extendió por los pueblos de los alrededores. El régimen franquista no podía permitir que la opinión pública tuviese noticia de un fallo en su primera instalación nuclear, por lo que contactó con las parejas jóvenes del lugar, ofreciéndoles trasladarse a Madrid, a los

ctiva tendría en esta gente, vigilaron cada nuevo embarazo que se produjo entre ellos, supervisando su

lizar investigaciones sobre los niños, pues nadie sabía de su existencia. El propio mecanismo de los ascensores se había mantenido en secreto, recayendo la tarea de llevar a cabo revisiones y repara

ndo de arrojar tierra sobre el asunto, los sujetos en experimentación fueron sacrificados, y

s cabos? Preguntamos mi a

ntras todo el mundo corría arriba y abajo tratando de hacer desaparecer pruebas y evid

errados. Nos despedimos del vi

Y, por si a alguien le interesa, vendo mi casa. Es un qui

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